Juani Pérez: «El Banco de Alimentos ahora es imprescindible para gente que trabaja»
Empezó a ayudar a su padre en el Banco de Alimentos en 2006, a los dos años de que echara andar en León el proyecto solidario que el guardia civil trajo desde su destino en Bilbao. Ahora está al frente del equipo que hace de paraguas de todas las organizaciones sociales que atienden a personas que precisan ayuda para comer cada día.
Juani Pérez es filóloga y se dedicaba a la enseñanza hasta «me echaron del trabajo al nacer mi segundo hijo». De echar una mano a su padre en aquel proyecto solidario que llegó a León en 2004 pasó a convertirse en su alma máter. Es el motor de un engranaje «casi perfecto —es raro que se nos ‘cuele’ alguien—» que reparte un millón y medio de kilos de alimentos y medio millón de kilos de fruta fresca al año entre la población leonesa más necesitada, unas 9.000 personas y más de 800 familias en 2022.
«Visto desde hoy, estoy agradecida a Dios y a la vida; seguramente he sido más útil en el Banco de Alimentos que dando clases de Lengua. He podido atender a mis padres, a mi marido, a mis hijos. He vivido muy feliz», asegura.
Juani Pérez es, a su pesar, la cabeza visible de este proyecto que preside Secundino Andrés, un jubilado de 80 años que hace tres lustros que se enroló en la aventura de la solidaridad y que no sale en la foto porque en el momento de hacerla estaba camino de un reparto con la furgoneta.
Refugiados de Ucrania
«En su momento fue brutal, venían sin nada. Fue muy bonito por la sensación de poder ayudar»
«Empecé con su padre, le cogí un cariño enorme y no soy capaz de dejarlo», asegura el presidente del Banco de Alimentos de León. Un voluntario más junto a Aurora Valbuena, Jesús Cloux y Felipe Blanco, el último en incorporarse al equipo en 2020 tras finalizar su vida laboral.
El Banco de Alimentos echó a andar con una furgoneta C5 que solo recogía mermas en Carrefour y que dio el gran salto cuando el Banco de Alimentos se hace cargo, en 2006, de la ayuda europea del Fega (Fondo Europeo de Garantía Agraria).
«Desgraciadamente, hemos crecido a golpe de crisis. Crecimos mucho en 2008 porque se decidió que se iba a atender a familias baremadas por los servicios sociales de Ayuntamiento y Diputación. Aquello fue un salto cualitativo brutal porque la atención a familias se ha comido muchísimos de los recursos y prácticamente todas nuestras energías», explica.
Realidad invisible
«El voluntariado en el Banco de Alimentos es una experiencia impresionante. Raro es el día que no lloramos»
Cada cinco semanas se prepara el lote para cada una de estas familias que son citadas por los centros sociales provinciales y locales. Además, se atiende a otro grupo de familias que llegan desde las Çáritas parroquiales a las que solo se les entrega fruta fresca porque sus datos no se cruzan.
Tras la crisis del ladrillo, que se arrastró durante años, pandemia fue otro punto de inflexión enorme. «La mayoría de los Bancos de Alimentos de España permanecieron cerrados. pero nosotros decidimos quedarnos. Nos quedamos Aurora, Jesús y yo. Los tres solos y dos amigos, Diego y Jaime, que tuvieron que dejar de trabajar y estuvieron aquí de marzo a junio», relata. La ayuda a los internos del CIS se paralizó al ser enviados a sus casas con pulseras telemáticas durante el confinamiento.
El miedo a lo desconocido, la soledad de las calles y la avalancha de solidaridad que se recibió en aquellos meses no tienen parangón con cualquier otro momento del Banco de Alimentos. «Atendimos a 800 familias durante tres meses y nunca habíamos tantas donaciones. Aquello fue brutal. Bajábamos sábados y domingos», apunta.
Cifras de 2022
Un millón y medio de kilos de alimentos, medio millón de kilos de fruta y verdura; 9.000 personas y 800 familias
Recuerda muy bien otro hecho significativo. «Nos llamaban mucho las instituciones para preguntarnos si teníamos alimentos. Hay que garantizar la paz social, nos decían». Después, la mayoría se olvidaron de su existencia hasta que acudieron a hacerse la foto durante la visita de la reina Sofía a las instalaciones de Mercaleón.
«Ahora mismo somos, junto con Cruz Roja y Cáritas, las tres instituciones que damos amparo al resto de las organizaciones sociales, como puede ser el comedor de la Asociación Leonesa de Caridad. Somos el paraguas grande bajo el que cobijan todas esas asociaciones que atienden a familias y personas necesitadas y eso te hace crecer a la fuerza», subraya.
Juani Pérez señala que presente es complejo. «Es verdad que hay muchas ayudas —el IMV costó muchísimo arrancarlo y pasamos un momento difícil— pero nuestra ayuda se ha convertido en imprescindible para las familias de clase media baja, gente que trabaja, gente que se levanta pronto y hace sus horas», añade. La situación que afrontan «es muy similar a la octubre de 2021». El Banco de Alimentos ve rostros con nombres y apellidos de estadísticas «terribles» como «que una de cada tres familias no pueden afrontar gastos extraordinarios».
La demanda de ayuda alimentaria se hace notar también entre el colectivo de los fijos discontinuos, personas que solo trabajan a temporadas. «Los trabajadores sociales hacen su trabajo y las personas que reciben ayudas tienen que gestionarse y arreglarse», apunta.
La inflación se ha notado en la merma de pequeños donantes y las cifras del altruismo no se han recuperado tras la pandemia. «Antes eran muy frecuentes pequeñas iniciativas solidarias como la que hizo recientemente una fotógrafa leonesa, Virginia Aguado, pero ahora a la gente le cuesta embarcarse porque todo el mundo anda medio, medio...», afirma Juani Pérez.
La Gran Recogida también quedó tocada por la pandemia. «La donación en caja de dinero a la gente le gusta menos y al final sacamos 95.000 o 100.000 euros, pero cunde menos», añade. El Banco de Alimentos, como si fuera una gran familia, compra «lo justo para que no se pierda ni un euro al día».
En estos casi veinte años de andadura en este rincón de la Avenida Saénz de Miera —aún no se ha realizado el traslado al Paseo del Parque a la nave cedida por el Ayuntamiento de León en la zona del parque móvil— se acerca una realidad cada mañana «que la gente que está en su día a día no ve y la gente que lo sufre procura esconder. Para muchas personas no es fácil ni dar el paso de ir al trabajador social», apunta. «Pensamos que no nos va tocar a nosotros», asegura, pero de sobra saben en este lugar que «nos puede pasar a cualquiera».
Otras realidades que se han pulsado últimamente en el Banco de Alimentos son los fenómenos migratorios. «Más de un lote de emergencia hemos dado a personas que llegan, antes de pasar por el trabajador, porque se han acogido a la nacionalidad por ascendencia española y aterrizan en España sin nada».
La llegada de personas refugiadas de Ucrania, a consecuencia de la guerra, fue otro de los fenómenos vividos cuando la pandemia cedía. «En su momento fue brutal, venían sin nada. Fue muy bonito por la sensación de poder ayudar», apunta la gerente. Después vieron también las dificultades y peculiaridades. «Es un colectivo complejo porque son personas que no vienen de ser pobres; no comen legumbres y no saben qué hacer con ellas. Piden sobre todo fruta y verdura y son muy agradecidos».
Algunos han marchado, otros tienen recursos porque han encontrado trabajo o están en los programas de protección internacional, pero aún hay un colectivo de 28 familias refugiadas en diferentes puntos de la provincia que acuden a por su lote cada cinco semanas.
Las situaciones más frustrantes son las de personas que quedan atrapadas o estancadas en la pobreza. «Las ayudas deberían estar vinculadas a algún tipo de esfuerzo. Hacen muy dependientes a la gente; en cambio a las clases medias no se les ayuda», lamenta.
El Banco de Alimentos ha crecido a golpe de crisis y en cada crisis se generan nuevos perfiles de pobres, como la gente que después de la pandemia no recuperó el empleo. «Hay gente en estas circunstancias que no quiere venir», añade.
Detrás de las estadísticas de esta entidad social están la organización y las manos voluntarias que la ejecutan a diario. «Recogemos mermas en prácticamente todos los supermercados, aunque con la nueva ley del desperdicio se lo permiten vender a precios bajos (de eso se beneficia la clase media). Vamos por la mañana y recogemos lo que nos dan de consumo preferente. Parte del trabajo es seleccionarlo. A las 11 empezamos con el reparto», explica.Los carros se preparan de ,manera personalizada según las necesidades. También se preparan lotes para entidades cuando les avisan de que llegan cantidades de un producto concreto como pueden ser melones, pepinos, huevos, plátanos... «Todos quieren. Esta semana nos llegaron 32 palés de plátanos y nos quedan cuatro», apunta como ejemplo.
Las entidades acuden con sus furgonetas y los particulares en coches. Nadie juzga el modelo o la marca. Y si alguien intenta hacerlo se le invita a reflexionar si ha llegado a hacer voluntariado. «No es nuestra misión», puntualiza la responsable. Y lo dice segura de que todo el mundo que va lo necesita. «Una de las cosas que más ha evolucionado del Banco de Alimentos es que tenemos un control absoluto de los usuarios», recalca. Cuando de pronto llega una avalancha de familias que cobran el IMV no es por capricho. «Estuvieron un mes y medio sin cobrar y nos cayeron un montón de familias numerosas».
El voluntariado es fijo y fiel. Aurora, con 12 años de experiencia, es la veterana. Jesús llegó hace once años, Julio cumplió ya los 10 y Felipe va por su tercer año. «Llegué por mediación de un amigo de Juani. Me echaron de Antibióticos con 56 años», comenta Jesús. «Para estar aquí tantos años hay que tener madera», dice Juani. Aurora llegó por su hermano, vinculado a la Cáritas de Valencia de Don Juan. «Es una experiencia impresionante. Raro el día que no lloramos» porque cada persona tiene su historia y su desgracia. La rutina no les ha inmunizado frente al sufrimiento ajeno.
Las parroquias, Cáritas y hasta los conventos de clausura son otras piezas del engranaje invisible en el Banco de Alimentos. «Los conventos nos hacen una gran labor porque no se les ve», apunta Juani. En Toral de los Vados, las hermanas del convento de Nuestra Señora de Belén son la conexión con una comunidad de Bulgaria que trabaja en la agricultura y ganadería.
Otra ayuda imprescindible es la de los internos del Centro de Inserción Social (CIS). «Son gente joven que están a preparándose para salir en libertad y rápidamente se dan cuenta de qué va esto», señala Juani. Últimamente se han incorporado dos mujeres «estupendas». Aparte de ayudar en el banco, como lo hacen en otras entidades, el voluntariado penitenciario entra en contacto con el mundo extramuros de la prisión. «Aquí les llamamos por su nombre y les extraña porque en el CIS les tratan por el apellido», dice la gerente.
El Banco de Alimentos aún no tiene fecha para su traslado al nuevo espacio cedido por el Ayuntamiento de León. Desde que hace casi un año les pidieron que dejaran la nave de Mercaleón que ocupaban tampoco se ha hecho nada para el fin previsto (una plataforma logística para Productos de León), pero la entidad cuenta con mucho menos espacio y ha tenido que alquilar una cámara refrigeradora para asegurar la conservación de los alimentos más delicados. Pasaron las elecciones y siguen sin resolverse las trabas para disponer de una nave añadida en la nueva ubicación que sea cedida por un tiempo razonable para afrontar la reforma prevista con dinero procedente de donaciones. «Tras la pandemia se han olvidado otra vez de nosotros», lamenta Juani Pérez.