Cátedras de la vida
alfonso garcía
Dejando a un lado las finísimas fronteras de los géneros, uno apuesta por la consideración de relatos, una docena que bien podríamos tildar de «relatos tabernarios» -de tanta riqueza, por otra parte, en nuestra literatura-, que es la razón última que los enlaza a través de personajes de diversas épocas en que se dibujan los momentos históricos con los elementos suficientes para que queden definidos, sugeridos. Teniendo en cuenta, eso sí, de convertirse «en seguidores de una religión basada en soltar amarras, de cuando en cuando, ante las durezas del mundo». Y como «el hombre es el ser más desvalido del universo», por las tabernas y sus aledaños, llenas siempre de hechos asombrosos, desfilan amores y alegrías, pero también desdichas y horrores…, un «portentoso retablo iluminado llamado mundo», donde pasa de todo, en todos los tiempos y ciudades –todas tienen su barrio húmedo-, como en la vida, que trenza historias de niños y adultos, de mujeres y hombres, a veces de forma individual, colectiva otras. Es verdad que, como se testimonia en algún relato, se tejen ideas «en torno a aquella bebida roja como la sangre que tenía el secreto poder de licuar las pesadumbres y de hacer brotar un raro y bello animal con alas en mitad del corazón». En fin, «cuántas historias que jamás llegaremos a conocer». Conocemos doce, eso sí, que, como tales, tienen su propia entidad y su propia construcción narrativa, con todo tipo de personajes, una buena ambientación de tiempos y estructurados de tal forma que siempre sorprenden, una de las mágicas propiedades de la literatura que Gancedo sabe muy bien aprovechar para cerrarlos provocando la sorpresa, cerca siempre de lo inesperado, que es la puerta que enciende los resortes de la imaginación también del lector. Un libro intenso, reposado, delicioso. Si es verdad que son muchos los asuntos que llaman la atención, entre ellos las curiosas referencias onomásticas, su estructura, además de los propios argumentos propuestos, siempre atractivos, subrayo la prosa rotundas, sólida, generosa por la riqueza y por la pulcritud del detalle. Este puntillismo literario es, por difícil, enriquecedor. Muy atractiva su lectura.