Diario de León
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verónica viñas

Un cerezo crece junto a la tumba de Antonio Pereira y su mujer Úrsula Rodríguez. Al escritor le parecía poético. Todavía no tiene la condición de árbol ni proyecta la sombra eterna que imaginó el mejor contador de historias del último cuarto del siglo XX. En el cementerio de Villafranca del Bierzo se celebrará el martes, fecha en la que se cumple el centenario del escritor, una ofrenda floral y un recital poético a cargo de Juan Carlos Mestre y Cuco Pérez.

Pereira está más vivo que nunca en su centenario. Para él habría sido motivo de chanza. Para hablar de Pereira es preciso tirar de adjetivos. Entrañable, irónico, incombustible, perfeccionista... Hombre inteligente y escritor infatigable, su memoria sigue intacta en quienes lo conocieron y leyeron La fundación del escritor villafranquino, que preside su sobrino Joaquín Otero se ha encargado de mantener al día su legado. Este año no ha cesado de organizar actos y aún queda una agenda repleta. El día 16, el Ágora de Poesía de la Casa de León en Madrid estará dedicado al autor del Síndrome de Estocolmo, con un recital en el que se leerán algunos de sus textos y en el que intervendrán los cantautores Javi Morán y Xavier de Tusalle y la cantante lírica Marisel Hernández.

Los días 24 y 25, Pereira será el epicentro de la Fiesta de la Poesía de Villafranca. En julio, el congreso de Astorga en la Casa Panero; en agosto, la puesta en marcha de la ruta literaria del escritor y la reedición de su primer libro de poemas, Regreso. El 15 de septiembre, Ponferrada acogerá el estreno de un espectáculo teatral sobre la vida del autor de Oficio de volar, que llegará a León capital el 17 de octubre. En noviembre está previsto un magosto en la Casa de León en Madrid y un acto en el Conservatorio de León. En diciembre, el centenario se cerrará con el fallo de los premios internacionales de Poesía y Ensayo Antonio Pereira, dotados con 25.000 euros.

Escritor tardío

Pereira, que convertía cualquier anécdota en un relato, decía que las historias que más le gustaban eran aquellas en las que ni él mismo distinguía entre lo vivido y lo soñado. Pese a sus tempranos artículos periodísticos, empezó a publicar cumplidos los 40 y dejó 25 libros de prosa y once de versos. Excepcional contertulio, tenía una mente ágil e, invariablemente, una ocurrencia a punto.

En Cuentos de la Cábila, su singular libro de memorias, contó que la culpa de hacerse escritor la tuvieron unas gafas. «Me habían llevado al oculista de la plaza, de allí salí con la receta para el óptico y el mote de Cuatroojos, que me llamaban los chicos y no debería molestarme, por lo facilón, pero me molestaba. Me fui retirando de los juegos violentos y leía mucho. Para colmo, escribía reseñas en el periódico de la provincia. ‘Enhorabuena a un valiente como usted que a su edad se atreve a lanzarse a la palestra del periodismo’, fue la carta del director cuando me aceptó de corresponsal local».

Hace dos años, la casa que compartió con Úrsula en la avenida de la Facultad se convertía en el Museo Pereira. Abrió sus puertas para celebrar el 90 cumpleaños de Antonio Gamoneda, uno de los grandes amigos del autor de Picassos en el desván, fallecido en 2009. Un piso lleno de los recuerdos de toda una vida, con sus máquinas de escribir, su inmensa biblioteca —que acabó por adueñarse de la mayoría de las estancias—, primeras ediciones, libros dedicados de puño y letra por sus autores, fotografías con amigos como el citado Gamoneda y Victoriano Crémer o Elena Santiago, retratos más o menos fidedignos del escritor, premios, una partitura dedicada por Cristóbal Halffter y una placa «al honorable tertuliano e insigne escritor» que le entregó el Café Gijón en su 80 cumpleaños. También el birrete que lució el día en que fue nombrado Honoris Causa por la Universidad de León, el 15 de marzo de 2000. En aquella ocasión, en la que Gamoneda recibió el mismo título, el escritor villafranquino habló de Portugal y de unos tíos que tenía allí, aunque luego resultó que todo había sido un precioso cuento. «Era un intelectual de primera, pero sin pretensiones», sostiene su sobrino.

En la casa del autor de País de los Losadas hay objetos que dan idea de su excelente humor, como una placa de Hermanos Konejung que anuncia: «Navajas, cuchillos, tijeras, de calidad inmejorable y garantizada». Y es que el escritor había sido propietario de una ferretería en la esquina de Gran Vía de San Marcos y Roa de la Vega. En su piso dejó auténticos ‘tesoros’ que no están a la vista, como la correspondencia que mantuvo con Camilo José Cela y Jorge Luis Borges. Siempre compartió el juicio de Borges sobre la narrativa larga: «Desvarío laborioso y empobrecedor escribir en 500 páginas una historia cuya perfecta exposición oral puede hacerse en pocos minutos». Pereira era un maestro de la oralidad y se convirtió en uno de los mejores cuentistas.

En casa de los Panero

«Entrabas con tus cuentos en el despacho de un editor y para él era como si entrase el demonio. No se vendían bien», relataba con humor Pereira. Este año, el escritor villafranquino centrará el congreso internacional que cada verano, desde 2016 —a excepción de 2020, por culpa de la pandemia—, organiza la Asociación de Amigos de la Casa Panero. En esta séptima edición, que se celebrará el 17 de julio, el tema central será El cuento en España e Hispanoámerica, con Pereira muy presente entre los ponentes. A la cita ya han sido convocados los escritores leoneses Luis Mateo Díez, José María Merino y Juan Pedro Aparicio. Un trío de autores a los que, en su momento, se sumó también Pereira, para llevar la tradición de los filandones por media España y, como decía el autor de Historias veniales de amor, también por el «extranjero» —ese territorio localizado en ninguna parte— .

Decía Ernesto Escapa, a propósito de Pereira, que «como consumado seductor, sabía ajustar el ritmo, sus escalas, el tono y los enredos o acomodos de cada historia al aliento del narrador oral. De manera que sus relatos acabaron convirtiéndose en el mejor brote de la escuela tradicional del filandón, donde sobran los excesos y enojan los adornos que estorban el fluir natural de las historias. Aunque murió cumplidamente octogenario, no alcanzó ninguno de los galardones de postín, seguramente porque no gastó en el cortejo».

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