Pereira y la Universidad de León
El martes se cumplen 100 años del nacimiento de nuestro recordado escritor berciano, que falleció de forma repentina e inesperada el 25 de abril del año 2009. Por ese motivo está siendo celebrada dicha efeméride con diversos actos conmemorativos a lo largo del año y con la reedición de sus cuentos y su poesía. Desde su inicio, la Universidad de León le abrió sus puertas y Pereira siempre respondió, participando en conferencias, coloquios y eventos singulares como El filandón, toda una tradición en la Facultad de Educación y que, desde hace algunos años, recibe el nombre de El filandón de don Justo, en recuerdo de uno de los promotores del mismo, el gran decano Justo Fernández Oblanca, cuyo óbito los amigos seguimos lamentando. Desde su primera conferencia en los Cursos de Verano para extranjeros, en el año 1965 (cuando aún faltaban muchos años para la creación de la Universidad de León, pero ya en un ámbito universitario leonés a través de la Facultad de Veterinaria, que dependía de la Universidad de Oviedo), Antonio Pereira, que volvería a impartir conferencias con frecuencia y a lo largo de los años en dichos Cursos —muy prestigiosos en aquellos años—, fue un partícipe activo del limitado ambiente universitario leonés. Una vez creada la Universidad de León en 1979, se fue cimentando una sólida amistad con profesores de la Facultad de Filosofía y Letras y de la Facultad de Educación –fácil amistad teniendo en cuenta su proverbial simpatía, humor y caballerosidad- que hizo fructífera una andadura de tantos años y que culminó con el mayor reconocimiento que una universidad puede conceder, el Doctorado Honoris Causa. A ello habría que añadir otro elemento de vinculación con la Universidad de León, la creación de la fundación que lleva su nombre. A estos dos relevantes acontecimientos me referiré a continuación, ya que, aunque en distinto grado, en ambos tuve participación y alguna noticia curiosa podré aportar.
La propuesta del doctorado surgió, como suele ser habitual, de uno de los departamentos de la universidad; en este caso, del Departamento de Filología Hispánica. Le acompañaron a Antonio Pereira, Antonio Gamoneda, Ramón Carnicer y Eugenio de Nora y, después de la larga tramitación necesaria que supone la aceptación por diversos claustros de la universidad, se celebró la imposición de tan alto grado, con todo el bello protocolo que le acompaña, en un acto solemne de la primavera del año 2000. Año feliz para Pereira ya que se sumó el galardón del Premio de las Letras de Castilla y León y la publicación de Cuentos de la Cábila, uno de sus mejores libros y magnífico ejemplo de la autoficción.
Creo que Pereira se sintió verdaderamente emocionado en aquel acto para el que preparó un discurso antológico y al que asistió con su propio traje académico, declinando el préstamo de los que habitualmente pone a disposición la universidad para los actos en que los que se mantiene una tradición centenaria. Era su forma de comprometerse con la Universidad de León, de su promesa a «prestarle ayuda y consejo», después de recibir los títulos, el birrete laureado, el anillo, el Libro de la Ciencia y los guantes blancos, todo ello según el protocolo de los atributos de grado, cerrándose la ceremonia con el abrazo al rector, decano y padrino. En su discurso de incorporación al Claustro de Doctores Pereira extendió sus redes de buen narrador y cautivó al auditorio con anécdotas de su temprana afición lectora y sus primeros pasos como escritor. La universidad venía, tradicionalmente, editando un libro recuerdo del acto de investidura que recogía paso a paso la ceremonia, con los discursos de elogio de los padrinos y los discursos de los nuevos claustrales, junto con recuerdos fotográficos. Pero dejó de hacerlo, por lo que el discurso quedó sin publicar. En varias ocasiones Pereira, que tenía un gran interés, me preguntó sobre la supuesta marcha de la edición (como padrino suyo, me encargaba del tema), pero el tiempo pasó, y no hubo tal edición. Hoy conservo las diez páginas mecanografiadas de su discurso (de tipografía generosa, eso sí), con las numerosas correcciones y añadidos de su pluma y letra (lo esperable en un autor tan perfeccionista), que, afortunadamente, se puede leer en «cábila, biblioteca digital antonio pereira», archivo de acceso libre en la web, bajo la dirección de la Fundación Antonio Pereira/Biblioteca Universidad de León. Quedémonos con unas frases de la parte final de su discurso: «Así de simple es la historia del oficio en que me he sentido más pleno, en el que sigo y sigo, porque sin la pluma en la mano —todavía la pluma y la tinta—, este hombre que les habla sería más viejo y menos feliz».
El último decenio de la vida de Antonio Pereira fue de una feraz actividad creativa. Preocupado por su legado como literato, sus archivos y libros, meditó durante largo tiempo la elección de un lugar donde depositarlos. La Universidad de León aparecía entre sus preferencias. Francisco Flecha, amigo y discípulo literario de Pereira (autor de cinco excelentes libros de cuentos, uno de los cuales fue finalista del Premio de la Crítica de Castilla y León del año 2007) era en aquellos días de meditación pereiriana Vicerrector de Relaciones Institucionales y Extensión Universitaria. De sus conversaciones con Francisco Flecha surgió la idea de constituir una fundación, algo que el Rector de entonces, Ángel Penas, acogió con entusiasmo. Y así, en el año 2008, quedó formalizada la Fundación Antonio Pereira como institución adscrita a la Universidad de León, siendo el Rector, en función de su cargo, el Presidente del Patronato. Tenía prisa Antonio Pereira por comenzar con las actividades y tuvo la idea de organizar un ciclo de seis conferencias, con el título de Vienen los editores, algo que por su novedad resultaba bastante sorprendente y que, sin embargo, tuvo un éxito absoluto, ya que, a su invitación, no dudaron en participar los más prestigiosos editores españoles.
Afortunadamente, pudo asistir Antonio Pereira a las primeras conferencias que tuvieron lugar en los meses iniciales del 2009. También pudo conocer las excelentes instalaciones que albergan su Fundación en la Biblioteca Central San Isidoro de la Universidad de León. La elección de un lugar era un tema que preocupaba mucho a Pereira y, después de las reformas necesarias, la Fundación contaba con tres salas, donde ya empezaban a llegar sus libros y archivos.
Recuerdo la visita que realizó a dichas instalaciones justo una semana antes de su fallecimiento. Estaba muy satisfecho y no dudó en visitar diversas estancias de la Biblioteca, acompañado de Santiago Asenjo, su director en aquel momento, cuyas explicaciones seguía complacido, y estuvo hablador, en una larga reunión, donde desgranó sus iniciativas para la Fundación, mostrando un gran interés en organizar unos talleres literarios para los alumnos universitarios, en los que él ejercería de anfitrión. No pudo ser y no pudo disfrutar de su Fundación, cuya ya larga trayectoria ha tratado de preservar, estudiar y difundir su obra literaria, así como de colaborar en diversos proyectos culturales. Sería imperdonable no citar aquí a su viuda Úrsula Rodríguez Hesles, que cuidó desde la Fundación del legado literario de su marido hasta su fallecimiento en el año 2019. Gracias a su generosidad, la Fundación Antonio Pereira tiene un futuro prometedor.
Al margen de las iniciativas particulares de los investigadores interesados en la obra de Pereira, su Fundación debe seguir siendo un ariete, siempre dispuesta a propiciar el mejor conocimiento de su obra. Su copiosa producción como columnista de periódicos (especialmente en Diario de León y en La Vanguardia) está en camino de ser recopilada en forma de libro. Queda mucho por hacer. Pereira se merece un libro biográfico detallado, algo que resultará viable gracias a la abundante documentación de los fondos de la Fundación. Pereira era muy minucioso y guardó, en numerosas carpetas, cartas, recortes de prensa, notas que tenían que ver con sus actividades literarias, con sus ediciones y reseñas.
De ahí que también sería muy interesante, por ejemplo, una recopilación de las reseñas de sus libros, todo un material crítico tan numeroso que, ordenado cronológicamente, nos ofrecería una visión muy útil de la recepción de su obra. Y qué decir del interés que tendría un libro que recogiese la que podría llamarse «teoría literaria de Pereira», un asunto apenas tratado y que se encuentra en textos al respecto que publicó en revistas literarias, conferencias, prólogos e, incluso, en sus libros de ficción, como su conocido decálogo del cuento o en las reflexiones sobre la creación literaria que algunos cuentos contienen. Son, pues, muchos los caminos que se ofrecen y, por ello, la celebración del centenario de su nacimiento es un acicate que debe animar a los lectores a un mejor conocimiento de su valiosa obra literaria.