Diario de León

LA LIBERTAD Y LOS ‘ZURDOS’ DE LA PLAZA

Aún no había Ley de Memoria Democrática, pero ya en los años 20 los concejales peleaban en los plenos municipales por cambiar el callejero. Este año se cumplen cien de la plaza de Santo Domingo y de su conversión hacia la Libertad

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Se cumplen cien años del embalaje que cambió para siempre León. El desarrollo hacia el río mutó la faz de la ciudad, el mismo rostro que aún permanece en el imaginario colectivo y que forma parte de la educación sentimental de generaciones. Porque el urbanismo forja la personalidad de un pueblo de la misma manera que el clima o la orografía, igual que su historia, la pequeña y la grande que es lo que este artículo trata de contar.

En 1923 se fraguaba un nuevo mundo que todos intuían pero casi nadie quería mirar. La inflación engordaba movimientos fascistas en toda Europa, al otro lado del Atlántico, Walt Disney gestaba el mando de los sueños infantiles y España, en medio de una investigación sobre la corrupción y la muerte de miles de soldados en el desierto de Marruecos, estaba a punto de cerrar el Parlamento. León, por su parte, desperezaba al siglo XX a través de un nuevo diseño de ciudad con raíles enfilados hacia una historia que estaba más cerca de lo que cualquiera podría aventurar.

Wenceslao Álvarez Oblanca describe aquel momento de manera muy representativa: «A la llamada plaza de Santo Domingo le tocó jugar un papel clave entre el centro de la capital y el Ensanche diseñado para su crecimiento, pero para eso tenía que tomar primero la forma de Plaza (con mayúsculas) y luego ejercer de ella, dando y distribuyendo comunicaciones según la alineación que se le dio en 1918. En este sentido, es significativo que sea en 1923 cuando deje de llamarse Plaza de Santo Domingo, rompiendo ese vínculo con un antiguo convento, y pase a llamarse Plaza de la Libertad, a propuesta del entonces concejal Miguel Castaño, socialista en una corporación de la restauración monárquica...»

Pasar de la Calle Ancha era como viajar a otro mundo y el primero que se atrevió a instalarse en aquel extrarradio fue Cipriano García Lubén, cuya gesta fue pasto de la carcajada de sus pares. Sin embargo, en poco menos de diez años, el espacio que germinaba cambió las rutinas para convertirse en el centro de la ciudad. El comercio se trasladó y comenzaron a surgir los edificios que hoy enmarcan la plaza: Pallarés, el Casino, Casa Ciriaco, Casa Roldán, y el hotel Oliden. «Al año siguiente, en 1920, se vende el Mesón del Pico, en cuyo solar va a levantar Gregorio Fernández, sobre proyecto de Juan Crisóstomo Torbado y Manuel de Cárdenas, la conocida como casa Goyo. Derribadas ya las casas donde estaba la fonda del noroeste, y aquellas cuyos soportales daban a San Marcelo, el 9 de junio de 1920 a las tres de esta madrugada el disparo de varios cartuchos de dinamita hecho en las obras del nuevo Casino, causó la consiguiente alarma entre el vecindario que no había sido avisado como es costumbre. Los efectos de la dinamita se sintieron en las inmediaciones de la plaza de Santo Domingo, por ser muchas las piedras lanzadas»...

Fue un 25 de abril de 1923 —han pasado cien años y 46 días— cuando el que se convertiría años después en alcalde de la ciudad, Miguel Castaño, proponía en comisión cambiar el nombre de la flamante médula urbana para convertirla en plaza de La Libertad. El callejero cambiaba con rapidez y las luchas por colorear la sombra de los paseos de los leoneses comenzaron precisamente en ese momento. La velocidad a la que nacían nuevas calles —enmarcadas por las edificaciones burguesas— perfilaba la nomenclatura de las recién nacidas. El 20 de abril de 1923 la corporación lee una propuesta del concejal Julio del Campo que pedía dar el nombre de la calle del Hospital a la vía que se abriría donde estuvo el Hospital de San Antonio Abad y que se colocara en la misma una placa con el nombre del obispo fundador con las fechas en que estuvo abierto el edificio. En la citada reunión se decidió nombrar la actual Pilotos Regueral como del Pósito y plaza de don José de Cea —abogado de los pobres, diputado y abogado de los reales Consejos— a la comprendida entre las escuelas graduadas y la travesía de las Recoletas por ser él quien donó su palacio para el albergue de los pobres. Defendía el filántropo que los pueblos «deben honrar la memoria de aquellos que han hecho obras de caridad, beneficiencia y humanidad». En la polémica creada se pulsa la pugna entre dos concepciones históricas y políticas divergentes. Y es que Miguel Carro (concejal del PSOE) argumentó que la caridad está muchas veces en pugna con la justicia. «Protesto —dijo—contra la existencia de un régimen que hace necesarias la existencia de esa clase de instituciones».

Era una corporación de hombres que gobernaba para los hombres y en la que la mayoría de concejales formaban parte de partidos monárquicos. Y fue en esa sociedad masculina donde se generó una de las polémicas que con más brío alimentó durante días la pugna entre prensa y poder, entre los concejales y Diario de León, donde el conocido gacetillero conocido con el sobrenombre de Lamparilla pontificaba en contra de la decisión municipal de cambiar el nombre de la plaza.

Fue un 25 de mayo de 1923, en un pleno en el que, terminado el orden del día, se daba lectura a una proposición de Miguel Castaño que pedía que se diera el nombre de plaza de La Libertad a la de Santo Domingo. Comienza la pelea. Santos Sánchez propone que pase a la Comisión de Gobierno y Joaquín Puente Ruiz dice que primeramente debe acordarse si se toma o no en consideración sin que además sea necesario el informe de la Comisión de Gobierno. «Con la calle de Fernando Merino se prescindió de ese trámite y el ayuntamiento es soberano», defendió. La secuencia de la sesión continuó como sigue: El señor Sánchez dice que propone que pase a la Comisión aunque esta tiene pendientes otros asuntos de esta índole. El señor Puente pide que se someta a votación. El presidente entiende que es un despropósito lo que en la proposición se pide, por los recuerdos históricos a que obedece el nombre actual de la plaza. El señor Ángel Santos González se adhiere a las palabras del señor Santos Sánchez León. El señor Carro se muestra conforme con el señor Puente. El alcalde dice que debe elegirse otra vía pública. Puente dice que no, que no estando presente el autor debe esta aprobarse o desecharse pero no variar su sentido. Se salen del salón los señores Julio del Campo, Campo y Manuel Robles Fernández y ocupa la presidencia el señor Puente. Se procede a votar si se aprueba o se manda a la Comisión de Gobierno. Votan a favor de que se apruebe Patricio Frade, Francisco Casado, Miguel Carro Llamazares (socialista), Pedro Fernández-Llamazares, Santiago Solsona y el presidente (Puente). Seis votos a favor. Vota porque pase a la Comisión, el señor Santos, un concejal. Por mayoría se aprueba la proposición.

Un mes después, el 1 de junio, Julio del Campo aún discute que el nombre de plaza de la Libertad no debe darse a la de santo Domingo sino a la Circular. La presidencia manifiesta que este asunto debe ser objeto de una proposición pues no puede discutirse porque no figura en el orden del día y el 23 de noviembre de 1936 se cumple la intención del filántropo y los nuevos concejales surgidos tras el golpe de Estado cambian el nombre de algunas calles emblemáticas, entre ellas, la de La Libertad.

Hubo otro personaje que brindó solemnidad al cambio del callejero, tanto al empezar como en su tumultuario entierro. Lamparilla tituló su columna sobre el pleno Sainetesco y aseguraba que la sesión se convirtió en una «puñalada trapera» para cambiar el nombre de la plaza de Santo Domingo por el más «retumbante» de plaza de La Libertad. «¡Apañada está tan buena señora en los tiempos que corren por las demasías de los que se dicen sus amantes!», sentenciaba. Al final de su perorata, Carmelo Hernández Moros defendía que el santo — «sin creer en él»— haría menos daño a la ciudad que la libertad — «creyendo en ella»— . Por si la posición del periódico católico no había quedado del todo clara, el cronista del pleno termina su crónica echando mano de la ironía: «Por llamarse la de Santo Domingo Plaza de La Libertad, los canalones van a dejar de tener goteras, las calles van a estar más limpias, los panaderos te darán unos gramos más en el kilo, los revendedores dejarán de acaparar a la hora que se les antoje, los industriales que se burlan del laboratorio municipal dejarán de envenenar al pueblo, un poderoso caudal de agua circulará por las cañerías y todas las fuentes la arrojarán en gran cantidad, las zanjas abiertas para el tendido de comunicaciones se cerrarán por sí solas, se pavimentará, se echarán los cimientos de los nuevos cuarteles y se comprarán los terrenos para el nuevo cementerio...»

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