El Hemingway que bebía los vientos por España
Se cumple un siglo de la llegada del escritor a Madrid y Pamplona, ciudades que dejaron una honda huella en la obra del Nobel de Literatura.
miguel lorenci
Gertrude Stein, escritora, mecenas de Picasso y madrina de la Generación Perdida, aconsejó a un joven e indómito Ernest Hemingway (Oak Park, 1899 - Idaho, 1961) visitar España tras la I Guerra Mundial. El entonces periodista y futuro Premio Nobel de Literatura había tocado Algeciras en 1919 y llegó a Vigo en 1921, como pasajero del transatlántico Leopoldina procedente de Nueva York. En la primavera de 1923 recaló en Madrid y Pamplona y quedó embrujado por un país «genuino» y sus gentes. Una tierra «salvaje, con toros y bebida» que, según Stein, no estaba «machacada» y en la que se vivía «con una espontaneidad inexistente en el resto de Europa».
Fue el principio de una larga y fructífera historia de amor con reflejo en la narrativa de Hemingway, amante de la bebida, del Museo del Prado y de los toros, por este orden. Se cumplen ahora cien años de la llegada a Madrid en tren del escritor y periodista estadounidense que visitaría al menos una veintena de veces nuestro país y que se tenía casi por español. «No nací en España, pero eso no es culpa mía», aseguraba el Nobel de Literatura de 1954.
En los próximos meses se evocará su presencia en los lugares que inspiraron algunas de sus obras y su labor como corresponsal de guerra en diversos actos. En Madrid la asociación Soy de la Cuesta desarrollará de junio a noviembre iniciativas como una ruta gastronómica por los lugares que frecuentó, como la coctelería Chicote, la Cervecería Alemana o la pensión Aguilar, hoy hostal, el primer alojamiento de Hemingway en Madrid en el que se inspiró para escribir su relato ‘La capital del mundo’. A este establecimiento, en el número 32 de la carrera de San Jerónimo, llegan aún admiradores que reclaman la habitación número siete que Hemingway ocupó en sus primeros meses en Madrid. Como los que piden la número 201 del hotel La Perla en Pamplona.
Un gran conocedor de las andanzas madrileñas de Hemingway es Ramón Buckley, hijo de Henry Buckley, corresponsal del Daily Telegraph en España durante la guerra civil. Educado en el Reino Unido, Ramón Buckley hizo bueno el deseo de Hemingway y se quedó en España. «Mi padre me contaba que su colega norteamericano cobraba diez veces más que cualquier otro periodista extranjero, ya que tenía un acuerdo de sindicación de unas crónicas que publicaba en unos 40 periódicos», asegura Buckey hijo.
Desde el Florida caminaban a diario hasta el edificio de Telefónica, distante unos cientos de metros, para transmitir sus crónicas junto a otros muchos colegas. «Es un paseo de unos minutos en el que invertían más de un hora con paradas en los bares y refugios», dice Buckley. «Hemingway se enamoró de España sin remedio. Aquel flechazo le haría regresar en numerosas ocasiones. Pero le indignaba que dijeran que venía por los toros. Su verdadero amor español, además de la bebida, era el Museo del Prado», asegura Buckley.
La aún activa Cervecería Alemana, en la plaza de Santa Ana, y Chicote, en la Gran Vía, eran dos de los lugares que frecuentaba en un Madrid bombardeado sin piedad por los sublevados. «En Chicote ambientó Hemingway su mejor cuento corto, ‘La denuncia’, que habla de un camarero sobre el que recae la sospecha de traicionar a unos colegas que serían fusilados», relata Buckley. «Varios periodistas extranjeros trataban de cruzar el caudaloso río para entrevistar a Enrique Líster en las posiciones del ejército republicano. Los aviones franquistas bombardearon su barca, que empezó a zozobrar. «Hemingway apartó al barquero, cogió los remos y consiguió llevarles al otro lado del río. Le decía siempre a mi hermano mayor que existía gracias a que él sacó a su padre del Ebro», cuenta Buckley. En 1956 Hemingway, comprometido con la causa republicana y consagrado ya con el Nobel, pudo regresar a España. Buckley está convencido de que «hubo alguna negociación» con Franco para poder volver. «A ambos les convenía», dice destacando cómo el autor de ‘Muerte en la tarde’ «jamás hizo comentario alguno sobre el dictador».