Los raíles del tiempo
josé enrique martínez
El aforismo, el fragmento, el epigrama, la poesía gnómica, la máxima, la sentencia, la greguería, la seguidilla o el haiku son formas breves o textos mínimos presentes en nuestra historia literaria. La brevedad se considera un signo de la modernidad, pero en todas las épocas ha caracterizado a determinados géneros o a textos concretos. A la poesía se le atribuye la tendencia a la reducción y la concisión, frente al desarrollo de las formas narrativas. En nuestro tiempo, por ejemplo, la corriente comúnmente denominada minimalista o poesía del silencio reduce el lenguaje a lo imprescindible, entendiendo que el silencio también significa, alude, sugiere y revela.
No es extraño que esta estética del silencio confluya con el haiku, donde el poema, con escasa materia física, se reduce a diecisiete sílabas. El género nipón se ha ido adaptando a nuestra lengua conservando algunas de sus señas iniciales, si no todas, como la intuición momentánea, la emoción del instante, la alusión a un elemento de la naturaleza, etc. El último poemario del poeta leonés Francisco Álvarez Velasco es un conjunto de haikus bajo el título de Mirar el mundo, muy apropiado, pues característica del haiku es la primacía de la sensación.
Más allá del significado de «ver» el verbo «mirar» implica acción voluntaria, fijar la atención sobre lo que se ve. Y eso es el poemario de Álvarez Velasco, una mirada que podemos llamar poética. Regla esencial del haiku es la alusión a un objeto de la naturaleza condensado en una de las cuatro estaciones.
He aquí ejemplos del poeta leonés: «Luna de abril. / Por los cielos camina / como un fantasma»; «Ni hojas ni pájaros. / En las frondas de enero, / sola la luz»; «La luna alumbra / el cielo de verano. / Caen estrellas»; «Llegó noviembre. / El viento nos empuja / hacia los valles».
Otros haikus aluden al amor, o al paso de las horas, o a «los raíles del tiempo», asomando el tópico clásico del tempus fugit o el carpe diem: «Goza el instante. / Es incierta la vida; seguro, el fin».
Es difícil caracterizar la serie de haikus, pero cabe hablar en este caso de finura y delicadeza, de la feliz captación del momento luminoso, del instante que esplende y huye como un relámpago. Valgan un par de ejemplos como muestra: «De los cerezos / está cayendo nieve / y dulce aroma»; otro haiku brota de la contemplación de pinturas de Higinio del Valle, el pintor de Claraboya: «El árbol quieto. / Desde la fronda un ave / hacia la luz».