Un laboratorio de biocuidados en pueblos del Órbigo y el Páramo
-Innovación Social. Un total de 38 vecinos se benefician del programa experimental que desarrolla el Centro de Desarrollo Rural El Villar
Es miércoles y día de mercado en Hospital de Órbigo. Frente a la gran casona donde se alojaba Francisco Fernández Blanco y Sierra Pambley en sus viajes a la comarca para visitar la labor de su fundación, se extienden los puestos con las mercancías. Un grupo de niñas y niñas en fila alegran el bullicio veraniego en la plaza. Nadie diría, a estas horas y este día, que el pueblo está en la España Vaciada.
El Órbigo fue, de la mano de la Fundación Sierra Pambley, uno de los centros de experimentación del cultivo de la remolacha, además de una comarca pionera en la enseñanza primaria para niños y niños y en la formación agrícola y de maestras. Un siglo y medio después es uno de los territorios de España donde se pone a prueba un programa de innovación social que revoluciona los cuidados a las personas mayores o con dependencia por discapacidad.
El Centro de Desarrollo Rural El Villar , ligado a la misma fundación, es uno de los centros experimentales del programa de biocuidados aprobado por el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, que se desarrolla entre 2022 y 2024 y se financia con fondos europeos. Su sede está en el local cedido por la Junta Vecinal en Puente de Órbigo y su ámbito de actuación pueblos del Órbigo y el Páramo.
El señor Justo, un vecino de 95 años de Villoria de Órbigo, ha vuelto a tocar el piano y Vicente, un hombre de 64 años que tiene una hemiplejia a consecuencia de un ictus, ha podido volver a su casa de Moral del Condado y dejar una residencia en la que no se sentía a gusto gracias a este programa piloto.
«Los biocuidados son los cuidados centrados en la persona, no en el servicio», explica Susana Fernández, coordinadora del proyecto. El proyecto se ha logrado gracias a la participación del CDR en Coceder, la Confederación de Centros de Desarrollo Rural y se desarrolla en 18 comarcas de España en cada uno con su propio proyecto adaptado a la realidad social.
A día de hoy, un total de 38 personas mayores o con discapacidad se benefician de una nueva forma de entender los cuidados . Se trata de que las personas mayores puedan vivir el mayor tiempo posible en sus casas y mantener un proyecto de vida.
El programa da empleo a 19 personas. La coordinadora, Susana Fernández, el equipo técnico de profesionales psicología, trabajo social, gerontología y educación social, 11 trabajadoras de apoyo cotidiano, un conductor, dos personas en administración y un responsable de comunicación. Son personas que trabajan y viven en el medio rural.
Los biocuidados incluyen terapias psicológicas y fisoterapia a domicilio, actividades de memoria, lúdicas y psicomotricidad en el Saloncito que se desarrolla en el centro cívico de Hospital de Órbigo con transporte desde los pueblos y, desde junio, un servicio de comidas a domicilio que ya llega a 15 casas y esperan que crezca a partir de septiembre al finalizar el periodo de vacaciones.
Otro objetivo prioritario es involucrar a la comunidad. Que los vecinos y vecinas se impliquen y se creen lazos de unión. Se han tomado como referencia servicios similares en funcionamiento en países como Finlandia, Francia o Alemania. «Es otra forma de entender los cuidados en su diversidad y teniendo en cuenta todas las necesidades de la persona», explica la presidenta del CDR, Maite Martínez Villamañán. Más allá de las atenciones físicas que puedan necesitar las personas para la vida diaria, y que muchas tienen cubiertas con servicios de ayuda a domicilio, se busca que sean miembros activos de la comunidad o que puedan acceder a los servicios bancarios, médicos o acudir hacer la compra al mercado o simplemente tomar un café, algo que puede convertirse en una hazaña en los pueblos cuando ya no pueden conducir o andar en bicicleta.
«El transporte en los pueblos está abandonado. Es una de las necesidades que hemos detectado y que limita mucho la vida de las personas mayores», subraya Patricia García, gerontóloga y maestra de educación especial.ive con su hija, pero pasaba mucho tiempo solo porque ella trabaja hasta las tres la tarde.
Para detectar las necesidades de cada persona, el equipo técnico de biocuidados realiza una entrevista al ingresar en el programa y traza su historia de vida. Cuando les preguntan por sus deseos se extrañan. «Nunca han sido demandantes sino proveedores de servicios a los demás y a veces los deseos permanecen ocultos», comenta la educadora social, Sara Prieto.
Justo Guerra Iglesias entró en octubre en el programa. Vive en casa con su hija, pero pasaba mucho tiempo solo porque ella trabaja hasta las tres la tarde. Su vida ha pegado un giro inesperado. Uno de los deseos que descubrieron en la entrevista fue que le gustaría volver a tocar el piano, una afición que empezó a cultivar al jubilarse como empleado de la azucarera de Veguellina de Órbigo. Había aprendido a tocar con el organista de la catedral de Astorga. Durante dos décadas amenizó los oficios religiosos en la iglesia del convento de las Norbertinas, la comunidad de monjas de clausura que estaba instalada en el pueblo. Pero al cerrar el monasterio, se acabó.
Cristina García González, la trabajadora de apoyo cotidiano, no sólo ha vuelto a tocar sino que se ha convertido en el hombre más feliz del mundo al poder reanudar su afición por visitar las fuentes y caños de la comarca. Lo hizo en bicicleta en sus tiempos más jóvenes y ahora preparan un cuaderno de bitácora con las fotos de las excursiones.
«Le encantan los chorros de agua», dice la cuidadora, una vecina de Matalobos del Páramo que acude a casa de Justo de 10 a 12 y por la tarde atiende durante cinco horas a un matrimonio con unas necesidades muy diferentes al sufrir alzhéimer la mujer.
«El plan de vida se puede modificar en función de las necesidades y la situación de cada persona», señala Silvia Pérez, psicóloga del programa. Una de las prestaciones que se detectó tras el primer año de andadura de biocuidados fue la atención psicológica. Duelos sin elaborar, soledad no deseada que desemboca en depresión, problemas familiares o aceptación de la situación de dependencia son algunas de las causas que han motivado la prestación de este servicio.
Vicente Domínguez Prieto se emociona al hablar de lo que ha supuesto el programa de biocuidados en su vida. «Es una cosa que tenía que existir para todas las personas que necesiten», subraya. Noelia es Francisco Castellanos, de La Mata del Páramo, es su persona de referencia de apoyo cotidiano. La auxiliar de ayuda a domicilio realiza las tareas de limpieza y Noelia se ocupa de la ducha y el aseo y le acompaña a Benavides o a Hospital para el banco, el médico, a la compra o a coger ciruelas a la huerta.
No poder cultivar sus hortalizas en la huerta era uno de los pesares de Vicente, por lo que Noelia le ha ayudado a plantar unas tomateras en unos tiestos grandes en el patio de casa. Detalles que lejos de ser superflúos hace la vida más feliz a Vicente. «La sencillez de lo que hacen da dignidad a las personas», subraya Vicente.
Es uno de los vecinos que recibe terapia psicológica para avancar en la aceptación de las limitaciones que le impone la hemiplejia y la frustración que sintió cuando le dieron de alta en el hospital sin apenas prescripciones ni apouo «después de 48 años cotizando».
Ana es una de las usuarias del Saloncito más jóvenes, la campeona de la mañana el juego de los bolos. Está también en el programa de biocuidados en casa. Padece una enfermedad mental y si estuviera sola no se levantaría de la cama. En esas condiciones no podría vivir en casa porque su familia vive lejos. Pero vivir en su casa es su mayor deseo. La labor de la trabajadora de apoyo se centra en este caso en motivarla para hacer las tareas de casa, caminar, ayudarle en la compra y la organización de la comida... Con el programa de biocuidados las personas «ganan calidad de vida y años», sentencia.
El Saloncito es un servicio preventivo y de respiro familiar que se realiza en invierno por la tarde y en verano por la mañana. Mensualmente, se reúne en el centro cívico el grupo de apoyo de cuidadores que incluye tanto a familiares como a profesionales. «Es un punto de encuentro, de descarga emocional y donde pueden compartir soluciones o información sobre servicios».
El programa experimental biocuidados durará hasta diciembre de 2024. Pretenden también que la sociedad asuma la atención a las personas mayores y dependientes con ellas como protagonistas. El CDR El Villar presta servicios integrales a la comunidad, enfocados a la fijación de población en la comarca, desde 1994. Algunos, como las ludotecas que pusieron en marcha de forma pionera han sido asumidas por los ayuntamientos. «Se trata de una contribución esencial para que la comarca sea la menos despoblada de todas las zonas rurales de la provincia de León», asegura el presidente de la Fundación Sierra Pambley , Graciliano Palomo.