Olga Rodríguez: «Lo que viví como reportera de guerra me llevó a buscar a mi bisabuelo desaparecido»
De Irak a Mansilla de las Mulas. Veinte años después del bombardeo del hotel Palestina de Bagdad por Estados Unidos que costó la vida al fotógrafo José Couso, la periodista leonesa está inmersa en la ‘excavación’ de la memoria familiar y colectiva en Mansilla de las Mulas y la gran fosa de Villadangos.
Olga Rodríguez Francisco (León. 1975) es una de las periodistas de referencia del reporterismo internacional por su trayectoria en conflictos y como experta en Oriente Medio y Derechos Humanos. También es descendiente de represaliados del franquismo en León. Este sábado (20.00 horas en la casa de cultura de Mansilla de las Mulas) acompaña a José Cabañas en la presentación de la segunda parte del libro ‘Cuando se rompió el mundo’ que detalla lo que pasó en León tras el golpe de estado de 1936.
—¿Qué alcance tuvo la represión en Mansilla de las Mulas y que significa que se hable de ello?
—Sabemos que más de 40 personas sufrieron cárcel o asesinato tras sentencia judicial o paseos, entre julio y noviembre de 1936. A través de esta investigación al igual que las piezas del puzle que hemos ido recomponiendo familiares de víctimas desaparecidas en la fosa de Villadangos, se constata que hubo un modus operandi. En León no hubo guerra porque el golpe militar triunfó en los primeros días. Pero hubo una represión sistemática, pueblo por pueblo, casa por casa, arrestando y haciendo desaparecer a personas que no habían defendido el golpe. Esto en derecho internacional se define como genocidio (persecución sistemática por razón de ideología, género, orientación sexual, religión...).
—¿Cómo vivió la búsqueda de su bisabuelo y las otras 70 víctimas en la fosa en Villadangos?
—La exhumación fue muy difícil. Hubo múltiples obstáculos. Muchos hijos de esas víctimas murieron antes. Abrir la fosa y encontrar 11 cuerpos de los 71 fue la constatación de que teníamos razón. Se había incluso negado que existiera y los esfuerzos colectivos a veces no estuvieron amparados por las instituciones. En torno a una fosa no solo se extraen huesos sino también palabras ocultas. En Villadangos se generó una conversación sana y democrática, no sólo para las familias, también para el pueblo donde había personas que recordaban los hechos. Ha sido reparador para todos.
—¿Es más que completar una historia personal y colectiva?
—He podido armar el puzle de mi familia; hallar respuestas a muchas preguntas. ¿Por qué soy como soy? ¿Por qué mi madre es como es? Cuando en nombre del avance se defiende la impunidad, algo va mal. La reconciliación pasa por la verdad, la reparación y la dignidad. Con la impunidad, en el caso concreto de las desapariciones forzosas el crimen se perpetúa, como bien dice Naciones Unidas, no deja de ocurrir. Son las viudas, hijos o hijas, sobrinos o sobrinas, que en nuestro caso hay muchas, quienes tienen que decidir cuándo dejar de buscar, asumir que cuando doblen la esquina nunca lo van a encontrar porque lo han matado. Mi compañero es hijo de desaparecido en la dictadura Argentina y fue un niño que creció pensando que a lo mejor algún día volvía su padre, que quizás no lo habían matado. Es un dolor que se explica muy bien a través de un relato que es base de nuestra civilización, Antígona, es el derecho a poder enterrar a nuestros muertos.
—¿Tiene conciencia la sociedad leonesa de la trascendencia que tuvo la represión franquista aquí?
—Me siento muy orgullosa de ser leonesa. Se han hecho muchos esfuerzos y hay muchos historiadores e historiadoras que investigan. Además, el trabajo memorialista de la ARMH nace en El Bierzo con el objetivo de exhumar una fosa y la demanda ha continuado hasta hoy. Los medios de comunicación locales también hacen trabajos importantes. Tengo como una joya los tomos que Diario de león ha publicado sobre la Guerra Civil... Falta estructurar a nivel educativo para que se pueda conocer la envergadura de los crímenes de lesa humanidad y para entender la cultura de derechos humanos.
—¿Qué síntoma de la democracia reflejan las palabras del expresidente de la IGP de Burgos: «Las familias buscan una paguita»?
—Además de falsas, sus palabras son ofensivas y dolorosas para muchas familias de víctimas que llevan décadas siendo ignoradas. La fosa de Villadangos la pudimos exhumar gracias a la ARMH, que usó para ello dinero donado por particulares. No solo no recibimos nada, sino que muchas contribuimos y sufragamos la placa que las recuerda. Si este país hubiera abordado un ejercicio democrático para recuperar la memoria y la verdad, este tipo de personajes no se atreverían a mentir ni a ofender, porque sabrían que quedarían como difusores de bulos, difamaciones y ofensas. Pero el desconocimiento, la ocultación de la verdad y la imposición del silencio para tapar los terribles crímenes de lesa humanidad del franquismo han contribuido a la perpetuación de mentiras y difamaciones de este calibre. Es por tanto un síntoma de debilidad democrática que debe ser abordado con una enorme voluntad para instalar una cultura de derechos humanos sólida que impida este tipo de bulos.
—¿Es suficiente la Ley de Memoria Democrática?
—La ley de Memoria Democrática introduce avances y mejoras, garantías para las víctimas que hasta ahora no tenían, pero deja en el tintero cuestiones fundamentales. La ONU acaba de decir hace unos días que la Ley de Amnistía de 1977 se debería derogar. La ley debería hacer más para que se pueda garantizar esa verdad, justicia y reparación que es el mandato de la ONU. Los crímenes del franquismo se siguen investigando en Argentina porque aquí no se hace. Lo mismo sucede con aspectos de reparación, no sólo económica. Se trata de que las víctimas sientan que reciben un reconocimiento. Como reportera he cubierto conflictos y posconflictos, lugares que no pertenecen a Europa ni al primer mundo donde se abordaban procesos de verdad como en Ruanda; cómo se abordaban con la localización y exhumación de fosas a cargo del Estado. Llegó un momento en que miré hacia mi país y me pregunté. ¿Por qué en España no? Cuáles son las razones de la anomalía española.
—¿Es ahí cuando se plantea buscar a su bisabuelo desaparecido?
—Realmente, sí. Fui adquiriendo mucha cultura de derechos humanos a través de mi propio trabajo, presenciando estos procesos, trabajando como corresponsal en Nueva York en Naciones Unidas, visitando equipos especializados en derechos humanos... donde se hablaba del atraso que había en España en este aspecto. A Carlos Hernández, autor de una obra exhaustiva sobre los campos de concentración de Franco, entre los que dedicada un amplio capítulo a San Marcos, le conocí cubriendo la guerra de 2003 en Bagdad. Es muy interesante que personas que veníamos de otro campo, cómo lo que fuimos viendo fuera nos llevó a nuestra propia historia y nuestro propio país.
—¿Qué ha significado dar testimonio en el tribunal argentino de la fosa de Villadangos?
—Ha sido una experiencia importante a nivel personal y a nivel colectivo también. Fui como nieta y bisnieta de represaliados, pero tenía muy claro que quería insertar esa historia en una historia colectiva. La historia de la represión en Mansilla de las Mulas y de víctimas que terminan todas unidas por un mismo hilo que es su destino final y desaparición en la gran fosa de Villadangos del Páramo. En los días previos, desde que me llaman abogados de la causa para que testifique, el chat de las familias ardía con mensajes que me pedían transmitir. Realmente fue una declaración colectiva de un crimen de lesa humanidad. Dicen juristas y abogados que en el simple hecho de la escucha hay una voluntad de reconocimiento a las familias de las víctimas. Este es sin duda el eje transversal de la querella argentina. Todas aquellas familias que han testificado han sentido una reparación. El respeto que sentí es algo que de por sí contiene ingredientes de reparación. Es una oportunidad que nunca se nos ha brindado aquí. La justicia española no ha prestado atención.
—¿Qué va a ocurrir con esta causa que lleva tantos años abierta?
—Tienen recopilados miles de pruebas, testimonios y documentos; han solicitado la extradición de personas aún vivas que pudieron estar implicadas y, como dice Amnistía Internacional, España ni investiga, ni permite investigar los crímenes del franquismo.
—Se han cumplido 20 años del asesinato de su compañero José Couso en Bagdad. ¿Cómo ha afrontado este momento señalado?
—Cualquier persona que haya perdido a un ser querido sabe que los aniversarios son duros. Es como si el cerebro tuviera un calendario. Se trata del asesinato de un amigo y has sido testigo, le has visto morir y tú misma has vuelto a nacer ese día y vives casi de milagro... He tratado de elaborar el duelo y el dolor, pero luego he cerrado con doble llave esas compuertas para poder seguir con la vida cotidiana. Al llegar una fecha tan señalada esas compuertas se abren. José era un compañero muy querido, su asesinato fue terrible. Esa mañana, en menos de tres horas, las tropas estadounidenses atacaron los tres centros de la prensa independiente de Bagdad. Primero Al Jazira, matando al periodista Tarek Ayub, luego la tele de Abu Dabi, hiriendo a dos, y luego el hotel Palestina donde estaba la prensa europea, estadounidense y latinoamericana, matando a dos periodistas, José Couso y Taras Protsyuk e hiriendo a varios más, entre los que me encuentro. He vivido este recuerdo con mucho aprendizaje y mucho amor. Y ha influido en mí tomando más conciencia del daño que produce la impunidad. El asesinato de José Couso es también un atentado contra la libertad de información. Tuvo consecuencias: en los siguientes años los medios no se atrevían a enviar periodistas. Esto tiene consecuencias para toda la sociedad. Una sociedad mal informada, que no tiene acceso a información de calidad no puede ser completamente libre y democrática y es fácilmente manipulable, por eso es tan importante proteger el derecho a la libertad informativa.
—Tampoco se ha juzgado.
—No se ha podido juzgar, pero ha sido un caso muy importante que se estudia en muchas facultades de derecho. Hubo dos órdenes de búsqueda y captura por parte de Interpol. Se recuperaron pruebas y testimonios importantísimos como que el tanque que nos disparó no estaba en ninguna batalla, se paró 10 minutos y giró el cañón para disparar el letrero inglés de Hotel Palestine y que una oficial del servicio secreto acudió a su jefe al ver que el hotel Palestina estaba en una lista de objetivos para advertirle que solo estaba ocupado por periodistas y le dijo que se metiera en sus asuntos. Lamentablemente, si queda impune una y otra vez la prensa es objetivo en conflictos y siguen matando a cada vez más periodistas.
—Ha sido muy discreta con las lesiones que sufrió en el ataque al hotel Palestina.
—No era la noticia y no tenía graves heridas. Pienso que el hecho de ser mujer condicionó mi decisión de no contarlo. Al fin y al cabo tuve una enorme suerte, porque había estado tres meses usando un cable corto que me obligaba a estar en el balcón para estar al lado del teléfono satélite y unos minutos antes del ataque encontré un cable largo. Con toda seguridad, eso salvó mi vida. Tengo una lesión en el oído izquierdo que me ha dado algún problema, pero hubo compañeros, como Paul, de Reuters, que tuvo que ser operado de cualquier manera.
—¿La cobertura de la guerra de Ucrania está siendo la adecuada?
—Hay muchos compañeros y compañeras que intentan trabajar y a veces lo consiguen. Yo he estado en Kiev en la parte occidental y en varias ciudades. Sortear la propaganda es complicada sobre todo en un frente de guerra como este que se va moviendo y donde no es fácil estar en primera línea. Es una guerra en la que estamos más implicados y desde el primer momento se censuró la prensa rusa, con lo que no estoy de acuerdo porque nos deja en la oscuridad y nos priva de información útil. Me preocupa que no haya habido un debate al respecto y en general me preocupa la salud del periodismo internacional. Hay compañeros y compañeras que hacen un buen trabajo, pero en general no preocupa mucho. Si hablamos de Ucrania hay que hablar de Rusia, y de China e incluso de lo que pasa en Mali y otros países africanos, de la Unión Europea y Estados Unidos y hacer esa foto global para entender las dinámicas mundiales.
—¿Echa de menos esa etapa de corresponsal de guerra?
—Sigo yendo bastante a Oriente Próximo y no descarto volver a ser corresponsal en algún lugar no tanto de guerra como de conflicto candente, como es Jerusalén. Para mí el reporterismo es la joya del periodismo. Son etapas. Ahora quiero escribir un libro. Necesito pensar cada dos por tres que lo dejo porque es hermoso y apasionante, pero es duro, y así tener fuerzas para seguir. El oficio te da ese privilegio de entender las claves a través de dinámicas del presente. Me obsesiona la impunidad y el belicismo, que nos hagan creer que las guerras son la única vía porque, ¿que tipo de generación va a ser la de mi hija? La negociación es siempre una herramienta que da frutos.
—Negociación, ¿palabra a tono con el momento político actual?
—Vivimos un verano de negociaciones y ya veremos. Pero sin negociación, pactos y cesiones no hay democracia.
—¿Qué puede decir de su próximo libro?
—Tiene ingredientes de León y, como los otros libros que he escrito surgen de la necesidad de contar.