Diario de León

EL ENIGMA DE LA VIRGEN DEL MERCADO

La intensa devoción milenaria eclipsa el incalculable valor artístico de la talla, que esconde muchos secretos, entre ellos su autor y quién la encargó

La Virgen del Mercado, la Antigua del Camino, una devoción milenaria en la ciudad. De autor desconocido, sólo se sabe que está hecha en madera de peral, que mide 130 centímetros y pesa 180 kilos. Pero su escultor, magistral, dejó como legado una obra excepcional con algunos detalles que la hacen además única.

La Virgen del Mercado, la Antigua del Camino, una devoción milenaria en la ciudad. De autor desconocido, sólo se sabe que está hecha en madera de peral, que mide 130 centímetros y pesa 180 kilos. Pero su escultor, magistral, dejó como legado una obra excepcional con algunos detalles que la hacen además única.

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León

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Sola y pequeña y triste,

como una madre campesina.

Sin nadie que le preguntara

por qué llevaba a un hijo muerto por las calles.

Sin nadie.

Sola.

Como están las madres

cuando tienen un hijo asesinado

entre los brazos.

¡Ay, aquella Virgen de la calle!

Victoriano Crémer

Extramuros, la ciudad creció y menguó al capricho de la historia. Tenía aquel lugar una vista imponente. Desde las tabernas, burdeles, casas de juego, establecimientos de comida, talleres de artesanos y viviendas de las familias de los legionarios romanos se veía la formidable muralla que fortificaba el campamento y el anfiteatro, en el que rugían con igual fiereza los gladiadores y las bestias. Porque aquel lugar en el que el 9 de noviembre del año 560 apareció un icono de la Virgen estuvo de siempre poblado, no fue nunca un descampado.

Lo cruzaba la Vía I del Itinerario de Antonino que unía Italia con Hispania atravesando los Pirineos, la misma calzada sobre la que se trazaría después el Camino de Santiago y que pisa hoy la calle Puerta Moneda, al pie de la Iglesia del Mercado. Allí, en las proximidades de la plaza del Grano, se dividía en dos ramales que daban acceso a la Porta Principalis Dextra, hoy es Botines, y la Porta Praetoria, el mayor acceso al campamento de la Legio VII, la Puerta del Rey de la Edad Media, en la calle Platerías, camuflada ahora en la fachada de un comercio.

Lo surcaban manantiales antiguos, surgencias de agua dulce que alimentaban el vicus y un templo dedicado a las ninfas, el santuario ‘fons amevi’, deidades femeninas que el Cristianismo tradujo luego en santas y Vírgenes y Carlos III en fuente. Un lugar sagrado quizá ya desde el siglo I.

El mismo enclave en el que se produciría la segunda aparición mariana de la que se tiene constancia en España, según recoge, entre otros, Baldomero Díez Lozano en ‘Historias y noticias del Culto a la Virgen en el Antiguo Reino de León’. La primera, la de la Virgen del Pilar al apóstol Santiago sobre el año 40 después de Cristo en Zaragoza. La segunda, la aparición de un icono de la Virgen María en León, el 9 de febrero del año 560. Le pasó, cuenta la leyenda, a un pastor. Entre unas zarzas, donde hoy está la cruz de piedra, estaba oculta hace 1.463 años la imagen de la Virgen. Allí comenzó una devoción milenaria, la de la Virgen del Mercado, la Antigua del Camino, patrona popular de León por aclamación de la ciudad, que la Iglesia corona el próximo sábado, 7 de octubre.

Luego llegaron tiempos convulsos, de arrianismo y herejías, de desastres y guerras que habían comenzado con el derrumbe del imperio romano. Un siglo ignoto. Los soldados y sus familias se refugiaron dentro de las murallas y, en otro hecho extraordinario, convirtieron a León en el único campamento del mundo que permaneció siempre ocupado por una legión romana. Lo lleva repitiendo incansablemente Ángel Morillo Cerdán, doctor en Arqueología en la Universidad Autónoma de Madrid y uno de los grandes especialistas en el León romano.

«León es el único asentamiento militar de tipo legionario que pervive ocupado hasta el siglo IV en Hispania y eso le da una singularidad especial a la ciudad que no comparte con nadie», explica Morillo.

Aquellas callejas que se habían llenado con casas a la sombra de la muralla, los hogares de las familias que habían formado los soldados de la séptima legión, fueron ocupadas en el siglo VI por los suevos hasta más allá de su derrota por las tropas de Leovigildo, rey de los visigodos. Luego llegaron los francos a través del Camino de Santiago, que transformaron para siempre el barrio, convirtiéndolo en la zona comercial más próspera de la ciudad, con sus propios fueros y privilegios, otra vez un lugar en expansión.

«León ha sido siempre un territorio excepcional que ha recibido, por su características políticas, sociales y legales, un trato singular», dice con igual énfasis que Morillo la historiadora Margarita Torre Sevilla.

Tal vez ese lugar estaba llamado desde antiguo a ser el núcleo de la gran devoción de la ciudad.

Hay constancia escrita ya desde el siglo XI de la iglesia del Mercado y su parroquia. Y un legajo conservado en el Archivo Catedralicio de León habla del milagroso hallazgo del icono de la Virgen. Un documento de 1663 fija esa referencia al encuentro divino que dio origen a la fiesta de la Aparición.

La intensa devoción a la Virgen del Mercado ha eclipsado el incalculable valor artístico de la talla. Una pieza magistral de autor desconocido.

Nada se sabe de ella, ni el nombre del escultor ni quién la encargó, sólo que está hecha en madera de peral, que mide 130 centímetros, algo inusual para las piedades de la época, y pesa 180 kilos. Pero nada fue al azar.

«En época medieval se creía que el fruto prohibido del Paraíso era una pera», explica Manuel Santos Fláker Labanda, párroco del Mercado. Fláker, que lleva la unidad pastoral de las parroquias del Mercado y San Martín, en el León antiguo, destaca que la pieza es un ‘únicum’.

Que es excepcional lo sostiene César García Álvarez, doctor en Historia del Arte, investigador y profesor en la Universidad de León. García, que fue comisario de la exposición ‘Sicut Dolor Meus’, cree que esta talla «de una devoción intensísima y continuada en León, no ha sido estudiada y valorada artísiticamente como se merece».

La imagen de la Virgen con su hijo muerto en brazos es, cree César García, muy anterior a la fecha que se baraja extraoficialmente. Él se aventura a datarla entre 1400 y 1450 y se atreve incluso a precisar que entre 1420 y 1440, «no mucho más allá», apostilla.

De influencia claramente germana, bebe en las fuentes de la ‘Vesperbild’, (literalmente imagen de Vísperas), un tipo de escultura devocional nacida en el siglo XIV en Centroeuropa, en los conventos femeninos. Su impacto se debió quizá al horror de la peste negra y su altísima mortandad, en la que tantas madres habrían visto morir a sus hijos. Esa piedad tremendista evolución hacia otra con los rasgos de la Virgen más suavizados y el cuerpo lacerado de Cristo menos ultrajado, la ’schönen Vesperbilder’ (imágenes hermosas de Vísperas) hasta que en 1498 Miguel Ángel impone un nuevo estilo de Piedad, con su culto a una María joven y bella que sostiene a su hijo en brazos tallado, dicen que intencionadamente, aparentando más edad que su propia madre. Con apenas 24 años, Buonarroti desafió la tradición artística de todos los siglos anteriores

El escultor que creó la imagen de la Virgen del Mercado debió ser, a tenor de la maestría del rostro de María, con un gesto perfecto a mitad de camino entre la pena y el dolor, un experto tallista. Dejó como legado una obra excepcional con algunos detalles que la hacen además única, como el uso del paño de pureza para limpiar sus heridas. Tenía además un profundo conocimiento de la anatomía humana, que queda patente en la manera en que esculpió las piernas del Cristo, sus músculos, las venas, la piel, la forma en la que la sangre discurre por su cuerpo... Y la dulzura con la que trazó el manto de la Virgen, que compone una m, la inicial de su nombre.

«No hay otra Piedad comparable. Es imaginable el impacto que hubo de causar», reflexiona César García Álvarez.

El escultor de la Virgen fusionó magistralmente las dos tipologías ‘Vesperbild’.

Quién la encargó es otro enigma, otro de los secretos que parece guardar celosamente la imagen. «Quizá el comitente fue un eclesiástico, un noble o un burgués acaudalado del barrio, un devoto que ha dejado una obra única», aventura como hipótesis César García.

Nada se sabe. Ni siquiera si está hecha de una sóla pieza. Nunca ha sido explorada con rayos X ni sometida a un TAC. «No, nunca», corrobora Manuel Fláker. Tampoco se ha encontrado un contrato que desvele cuándo se encargó ni quién donó el dinero. «No tenemos ninguna referencia», dice Diego Asensio García, coordinador de Patrimonio de la Diócesis de León.

El Ayuntamiento no tiene ninguna cata arqueológica en la zona y desconoce hasta qué profundidad exacta se ha bajado en las que se hicieron en el entorno de la iglesia del Mercado y con motivo de las restauraciones del empedrado de la Plaza del Grano. «No sabemos si realmente se ha llegado a Roma», dice Victorino García Marcos, arqueólogo municipal de León.

La imagen fue restaurada en los años 90, una intervención integral que devolvió, entre otras actuaciones, su color original. Para sorpresa de los feligreses, ya no era ‘la Morenica’, el término que acuño el Cronista Oficial de la Ciudad Máximo Cayón Waldaliso en lugar de ‘Morenina’, quizá más adecuado a los diminutivos leoneses. La Virgen que conocían estaba impregnada del humo de las velas y oxidados sus pigmentos por el paso de los años. Le faltaba además parte de su manto y algunos dedos al Cristo, más allá de los que relata el milagro, ese que cuenta que el 18 de septiembre de 1734, el cura y otros hombres del barrio se dieron cuenta de que al Cristo que yace sobre la Señora del Mercado le faltaban los tres dedos de la mano derecha.

El párroco Bartolomé Cabeza llamó entonces al escultor Fernando Velasco y a un carpintero. Se acordó el trabajo, los honorarios y se cerró la iglesia. Al día siguiente, cuando fue el carpintero a primera hora, los dedos habían aparecido aunque las llaves no habían salido de la casa rectoral del párroco. Bartolomé dio cuenta al obispo, que mandó teólogos para ver qué había pasado y se determinó que, de acuerdo al Concilio de Trento, había sido un milagro. En los documentos que se atesoran figura una copia de 1735 de los siete testigos que acreditaron que a la talla le faltaban los dedos. Tanto fue el jaleo, que hasta el Ayuntamiento debatió el asunto en pleno, tal como recoge Máximo Cayón Diéguez, como su padre, Cronista Oficial de la Ciudad.

«Cada vez que se baja de su camarín, la imagen sufre daños», explica Diego Asensio. «Menos mal que es sólo una vez año», exclama como en un suspiro, una reflexión casi más hacia adentro que otra cosa.

Tienen identificada, por ejemplo, la raspadura producida por un reloj. Y el deterioro que produce la lluvia. «Una mojadura es irreparable. Puede parecer que carece de importancia, que se seca la talla, esa o cualquier otra, y que ya está, pero no es así. Hay que conocer las técnicas de la época para saber de qué manera todo es un perfecto ensamblaje que se puede desmoronar», una llamada de advertencia a quienes custodian imágenes de valor y las manipulan, incluidas las cofradías de la Semana Santa.

«Hay un valor artístico, uno que da el paso del tiempo y otro devocional. Es nuestra obligación transmitir ese legado a las siguientes generaciones», incide Marta Eva Castellanos, restauradora del Centro de Conservación de la Diócesis de León.

Castellanos y Asensio dieron la voz de alerta sobre la manipulación de la Virgen del Mercado para su procesión del Viernes de Dolores, la manera en que los braceros encargados de bajarla y subirla de nuevo a su camarín ejecutan los movimientos sobre esa talla. Y, también, la manera en la que se limpia. «¿Nadie les explicó nunca qué es lo que no se debe hacer en una manipulación responsable? ¡La agarran por cualquier lado, incluso del brazo del Crucificado! Y sólo les faltó escupir un poco en el trapo ¡con el que frotan¡ la policromía», dejó escrito en un post Marta Eva Castellanos.

«Que nadie se olvide: es obligación nuestra mantenerla, cuidarla y legarla», avisa la restauradora del Obispado. «Tiene un valor incalculable, hay que ser consciente de ello cuando uno se acerca a ella», concluye.

Castellanos y Asensio quieren mantener una reunión con los braceros —los ‘camareros’ de la Virgen, puesto que no hay ninguna mujer que la vista, no las dejan— para abordar el protocolo que utilizan, y creen que sería bueno que usaran un andamio que la Diócesis tiene en su poder.

«El artista logró una maravilla, que el punto de fuga de la escultura no fuera el Cristo sino el rostro de la Virgen, semioculto además, a oscuras, metido entre la toca, y, sin embargo, no hay mirada que se resista a ese puchero magistral y prodigioso que muestra ese sentimiento. Cualquier mujer puede identificarse con esa madre viuda que tiene a su hijo muerto en brazos», dice Asensio.

Y apunta algo más: «Como una mujer leonesa más, no llora».

«Tiene algo de mistérico que sin embargo la acerca desde hace siglos a sus fieles», añade Asensio. «Conserva celosa los secretos de sus hechuras», describe. Es uno de los enigmas que rodea a la Virgen del Mercado.

«Tiene que haber una conservación devocional sin perder la esencia de tantos siglos pero sin anclarse al pasado, evolucionando con los tiempos», analiza el coordinador de Patrimonio del Obispado de León. «Y no hay que olvidar que la Virgen del Mercado es titular y propiedad de la Diócesis de León pero es patrimonio y acervo de los leoneses, de todos. De ellos y de ellas», incide Asensio.

La Virgen de la calle que glosó magistralmente el poeta Victoriano Crémer, la que cada Viernes de Dolores lleva mecida la ciudad, la que alumbran las mujeres de León, la dueña de sus rezos —cuántos milagros cumplidos habrán quedado entre ellas y Ella, cuántas lágrimas y desvelos—, la Virgen de la marea de cera blanca que cantó Juan Manuel Alonso ‘Juanma’, la Señora que devocionan las leonesas, las que han mantenido durante siglos, quedas y calladas, esta gran devoción popular, será coronada por la Iglesia el sábado 7 de octubre en un hecho histórico que hará historia. Y en procesión llevará más pegadas que nunca a su manto las plegarias de las mujeres leonesas.

Esa Virgen a la que León llama Reina y Madre, que es herencia de esta tierra.

¡Ay León! Que un viernes de tarde, Reina te Corona, rezando en tu mirada.

¡Ay León de los Dolores, marea de cera blanca!

Juan Manuel Alonso-Juanma

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