«Vi jugar al fútbol con cabezas»
-Octavio Barriales novela en ‘Caracas. Autopista al infierno’ su experiencia como funcionario en Venezuela
Si la vocación literaria es algo que está ahí, en el caso de Octavio Barriales, leonés que se hace llamar a sí mismo septuagenario aunque acaba de aterrizar en los 70, parece todo una conjura para que su relato acabara en libro.
En concreto, en Caracas . Autopista al infierno (Círculo Rojo). Porque una cosa es querer escribir y otra muy distinta tener de qué escribir. Barriales tira de su trayectoria profesional para embarcarse en una novela de esas en las que la realidad golea a la ficción. Como si cuando no tuviera hilo por el que tirar, con mirar a su pasado encontrara de inmediato la historia. Si a eso se le añade su disposición a ser una persona activa rápidamente se puede concluir que este leonés que vive en Asturias tiene ganas de hablar de su libro, ya con vistas a su presentación en León.
«Si me lancé a escribir la novela fue en parte porque cada vez que le contaba a mis amigos de aquí de España las historias que había visto por mi trabajo en Venezuela como funcionario consular del Ministerio de Asuntos Exteriores me daba la sensación de que no se las creían. Eran tan reales, tan crueles, que pensaban cualquier cosa. Y luego me decían: tenías que escribir un libro», dice. Y he aquí Caracas. Autopista al infierno (Círculo Rojo), un libro que trata sobre el mundo de las cárceles en Venezuela. Un mundo sórdido, difícil, violento y con unas realidades insólitas y tan sorprendentes que al lector le resultarán afortunadamente lejanas.
El inicio de todo también lo cuenta Barriales: «Desempeñé durante cinco años trabajo como funcionario consular en Caracas, en calidad de Jefe de la Sección de Atención a Detenidos Españoles en aquel país, razón por la que conocí la totalidad de las cárceles de Venezuela. Y hoy, ya jubilado y animado a sacar a la luz aquellas terribles realidades de las que necesariamente fui testigo, es cuando he dado forma y culminado lo que en un principio eran simples notas de hechos y circunstancias observadas en las diferentes prisiones que tan hartamente visité», asegura.
El objetivo, por tanto, estaba claro: en parte, aunque no lo diga, casi soltar un lastre psicológico por experiencias nada agradables en las que, por otra parte, él como visitante de las prisiones, salió ileso. «Una vez nos avisaron de que podría haber un secuestro y que podríamos ser nosotros. Pedimos ayuda a la policía venezolana para que nos pusieran escoltas. Pero nos dijeron: casi estáis más seguros sin llevar escolta...», recuerda, además de tener en la mente escenas dantescas como «gente jugando al fútbol con cabezas humanas en sacos o a un pran (que actúan como los líderes de esas ciudades sin ley que son las cárceles) paseando por el patio con una cabeza en la mano». Todo eso dice que lo ha visto.
«Estimo que es una novela interesante, que sorprenderá al lector y le abrirá los ojos a una realidad totalmente desconocida, pero que, una vez leída, le será difícil olvidar», sentencia. Y ya en clave local, como se reseña en algún instante de la novela, «también estaba incurso algún ciudadano leonés», afirma.
Evidentemente, en una conversación con Barriales hay que hacer un inciso sobre Venezuela, un gran país, otrora una potencia económica de primer orden y una nación con un potencial humano y territorial que parece mentira que sea este mismo escenario. «Sí, es cierto que así fue. Pero esa realidad de las cárceles está ahí», indica. «En esas prisiones pronto descubres que no es precisamente el director el que manda. Y empiezas a descubrir que los presos van armados. Que su poder está ahí. Porque te preguntas y te preguntan: ¿por qué no se escapan? Porque no quieren», afirma.
Con estas premisas, Caracas. Autopista al infierno narra, con crudeza y sin ambages, los avatares de un ciudadano español que ha caído preso en una cárcel venezolana. Él es el hilo conductor para, como escribe Barriales, presentar «un mundo desquiciado y salvaje, como es el penal de El Rodeo I». A partir de ahí, el leonés lleva al lector a conocer situaciones con una carga de violencia extrema, pero también plantea momentos de afecto y sincera amistad que, de alguna forma, se convertirán en un elemento de primer orden de la novela. Y es entonces cuando entre el terror uno respira esperanzado por una brisa de aire puro entre tanta sordidez.
Octavio Barriales ha elegido un estilo duro para afrontar las historias que narra en su libro. Las escrupulosas y detallistas descripciones de las sangrientas guerras entre módulos, del día semanal señalado para los encuentros sexuales y de un sinfín de sucesos tan insólitos como atroces, quieren transmitir la crudeza de la vida carcelaria. A lo que además añade Barriales unos personajes únicos y pintorescos.
De todas formas, en este caso parece necesario tirar de la nota preliminar y en voz del propio autor obtener la aclaración inicial para que la lectura de Caracas. Autopista al infierno conduzca a buen puerto.
«Considero necesario advertir, antes de entrar en la lectura de esta novela, que se trata de una trama de cárceles en la República Bolivariana de Venezuela. Por el tema que aborda no será, en de terminados pasajes, una narrativa cómoda de digerir. Este relato, basado en hechos reales, conocidos y vividos en primera persona por el autor, le hará visionar escenas inimaginables e imposibles de darse en otras cárceles. Situaciones que le producirán escepticismo primero y, sin duda, turbación después. Por lo que habrá de ponerse en situación y entender cárcel en aquel país es, sencillamente, un cementerio de hombres vivos. que una Venezuela es un país vesánico, excesivo e imposible de referir con los calificativos al uso. Y el mundo de las cárceles, afecto del virus local de la corrupción, tan extendido y generalizado pero aquí aún más reconcentrado, posibilita que cuanto en este libro se refiere, fundamentalmente, sea de todo y excesivo que parezca. Escenas muy punto veraz, por brutal fuertes, situaciones extremas, actuaciones increíbles son el marco normal del devenir diario en las cárceles de aquel país. De manera voluntaria, y a riesgo de lentificar la lectura, he querido usar expresiones propias de varios países latinoameri canos, principalmente Venezuela y Colombia, y del ambiente carcelario explicadas todas ellas a pie de página para que el lector pueda adentrarse, de manera más real e imaginable, en lo que es aquel submundo con sus hábitos, olores, costumbres y lenguaje característico».
Barriales reserva también un recuerdo a los españoles y sus familias, que tuvieron que soportar la pesadilla, «no tanto, a veces», matiza, de las cárceles venezolanas.
Con todo, al leonés se le escapa la ternura en unas sinceras e imprescindibles dedicatorias: «A Julián Alba y Miguel Gómez. A José Luis, Miguel Alejo y Ángela Domínguez, sin cuyo apoyo inicial no hubiera sido posible. A Ana, causa, culpa y compañera íntima de tantas vivencias aquí narradas. A Victoria Wulff Barreiro, cónsul, que me animó a comenzarla, y a Andrea Balseiro, que me ayudó a terminarla. A todos aquellos que, sabiendo de mis avatares por las cárceles venezolanas, me alentaron a contarlo. A todos se lo debo. ¡Por ellos va!», relata en este apreciable ajuste de cuentas con los sentimientos propios y ajenso para que no se pierdan ni se olviden.
Octavio Barriales Carro (León, 1953) es gran amante de la lectura, de los clásicos en general y de los autores latinoamericanos en particular. Siempre tuvo pasión por la escritura, pues ya por parte de madre hubo una vis literaria en la familia. Compaginándolo con actividad como funcionario de carrera desde los dieciocho años, trabajando en el INP (Instituto Nacional de Previsión), en Telégrafos (Vigo y Gijón) y en la Seguridad Social (León), fue un destacado dirigente sindical y, además, colaborador habitual como columnista en medios escritos (El Mundo-La Crónica de León) y como tertuliano en emisoras y cadenas de televisión en León y Monterrey (México). Durante su destino de cinco años en Venezuela fue cuando conoció «el vientre de la bestia». Ahora, todo es un libro.