Diario de León

La imagen de la infanta María cambia la ‘edad’ de la Catedral

El cuerpo de la hija menor de Fernando III está momificado en el Panteón Real

Posible representación de la reina Beatriz de Suabia en el Claustro de la catedral de Burgos. DL

Posible representación de la reina Beatriz de Suabia en el Claustro de la catedral de Burgos. DL

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León

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 Cuando termine su reforma, el Museo de San Isidoro exhibirá el ajuar funerario de la infanta María, la hija menor de Fernando III y Beatriz de Suabia, que falleció en 1235 con un año de edad más o menos. Fue la última persona de sangre real que recibió sepultura en el Panteón de San Isidoro. El hallazgo de su cuerpo, en la más reciente apertura de los sarcófagos, la desveló momificada, «como una muñequita de ébano», en palabras del entonces abad, Antonio Viñayo.

Su madre, Beatriz de Suabia, además de reina consorte, era por entonces tenente de León. La ubicación de la sepultura de la infanta María en León sugiere que aquella ejerció el cargo de tenente de manera efectiva residiendo en nuestra ciudad, probablemente en el palacio que su suegra, la reina Berenguela, mandó construir cerca de San Isidoro.

La bella Beatriz protagoniza un episodio de las Cantigas de Alfonso X que narrra la grave enfermedad que sufrió mientras estaba embarazada, y cómo sanó milagrosamente gracias a una imagen de la Virgen. Este episodio de las Cantigas explica, quizá, por qué escogió el nombre de María para bautizar a la infanta, cuya temprana muerte preludió un segundo golpe, pues la madre falleció poco tiempo después, en el mismo año de 1235.

Si la Basílica de San Isidoro conserva los restos de la infanta María, también en la Catedral de León podríamos ver un recuerdo de ella: en el punto más alto de la portada principal, del Juicio Final, una niña coronada, protegida por un gran ángel, emerge desnuda de un sepulcro. Su resurrección sirve de clave y culminación de la resurrección de los justos que se desarrolla a lo largo de la arquivolta más exterior. Inmediatamente por debajo, un rey y una reina salen también de sus sepulturas y dirigen su mirada hacia lo alto. La niña, desde arriba, les devuelve la mirada, escenificando con este juego de miradas el reencuentro de los seres queridos más allá de la muerte. Por supuesto, no hay que confundir a la infanta resucitada con una representación del alma, frecuentemente figurada en forma de niño, pues estamos en el día del Juicio Final y ante una figura que emerge de un sepulcro. En la creencia cristiana y en la iconografía medieval, son los cuerpos, no las almas, los que eclosionan de los sepulcros en el final de los tiempos. Según este relato, los cuerpos, tras resucitar, se unirán a sus respectivas almas, almas que habrán permanecido hasta entonces, no en las sepulturas, sino en una vaga morada espiritual llamada «Seno de Abraham».

La posible representación de la infanta María encumbrando la puerta principal de la Catedral de León respondería a la voluntad de su abuela, la reina Berenguela, de incluir en su punto más alto la imagen de la pequeña nieta resucitada. Esta interpretación añade un sorprendente significado personal y familiar a la Portada del Juicio Final, y plantea, como la Catedral misma, un reto cronológico. Implica fechar la decoración escultórica del tímpano y arquivoltas predominantemente en los años treinta y cuarenta del siglo XIII; lo que tiene, por otro lado, la ventaja de ubicarla en lógica continuidad y bien engarzada con sus antecedentes iconográficos franceses, todos ellos del primer tercio del mismo siglo. Retrasar la obra del Maestro del Juicio Final y la del Maestro de la Coronación de la Virgen hacia los años setenta, como se ha venido haciéndose, supone aceptar un salto cronológico y atribuir un sesgo arcaico y pasado de moda a su iconografía que no concuerdan con su gran calidad. Por el contrario, dada la categoría de ambos escultores, sería más natural situarlos en la vanguardia de su arte.

Además, la labor del Maestro del Juicio Final está fechada indirectamente por un sepulcro del claustro en el que intervino, del deán Martín Fernández, fallecido en 1250. El sepulcro no debe considerarse como la primera obra de este extraordinario artista en León; es más probable que se trate de la última, teniendo en cuenta que la dejó inconclusa. Lo evidencia, por ejemplo, el rostro de la Virgen en la Crucifixión, que muestra muy marcadas las huellas dentadas de la gradina, lejos todavía del característico acabado de su autor.

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