Diario de León

Museos que exhiben botines de guerra

l Pepe Pérez-Muelas recorre la historia del mundo a través de viajeros de todas las épocas

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antonio paniagua

Rastrear las huellas de viajeros, navegantes, expedicionarios y descubridores es una tarea inabarcable, pero el profesor de literatura en Sevilla, columnista y viajero Pepe Pérez-Muelas (Lorca, 1989) lo ha logrado. Fruto de ese empeño es la publicación de Homo viator. El descubrimiento del mundo a través de los viajeros (Siruela). El autor explora rutas que en su día el mundo ignoraba y cuenta el devenir de gentes que arriesgaron su vida para dibujar mapas y hollar nuevos territorios, desde Urbano Monti, artífice de un visionario planisferio, al astronauta Gagarin.

En su libro se entretejen las hazañas y las reverberaciones de las andanzas que van de Alejandro Magno a Marco Polo y Cristóbal Colón, de Livingston a Alexander Gordon Laing, el primer blanco en cruzar los muros de arena de Tombuctú, en el siglo XIX. Además de notario de las grandes expediciones de la historia, Pérez-Muelas es un viajero incorregible. «He estado en México, he estado en la India, en casi todos los países de Europa. Y no me canso de viajar. Me sucede una cosa, y es que me gusta mucho repetir destinos. He ido dos veces a Grecia, incluso he visitado los mismos sitios que ya había visto antes. Pero ¿cómo ir a Grecia y no ver Micenas otra vez? Eso supone un inconveniente, porque elegir un destino es también renunciar a otros viajes», dice el escritor, que firma su primer libro El volumen parte del trabajo que acometió Urbano Monti, geógrafo milanés del siglo XVI y autor de un ambicioso mapamundi, empresa para la que se nutrió de su biblioteca, pero también del testimonio de comerciantes y viajeros. No en balde, Milán era en aquella época un trasiego constante de mercaderes. «Urbano Monti no viajó. Su mapa es muy científico y exacto, aunque también en ocasiones es inventado, bien porque carecía de declaraciones fiables, bien porque los viajeros añadieron mucha literatura e imaginación. Yo, como Monti, me dejo llevar por los viajeros cuyas andanzas he leído». El autor no solo se ha dedicado a consultar libros, sino que también se ha paseado por museos. Pérez-Muelas no esquiva el dilema de qué hacer con las joyas arqueológicas y obras de arte que se alojan en museos de Europa y que proceden de la rapiña. «Ha existido expolio, sobre todo a principios del siglo XX. Europa veía ciertos territorios coloniales como una especie de granja donde podía proveerse de esclavos, materias primas y restos arqueológicos para llenar sus museos. Lo que se expone en muchos de ellos son botines de guerra. ¿Se deberían devolver piezas? Hay cosas que se tendrían que reintegrar a su lugar de origen, pero tampoco podemos olvidar que gracias en parte a ese expolio se han podido conservar muchas de ellas. El ejemplo de Egipto es bastante claro».

Chador Pérez-Muelas evoca el incidente de la periodista italiana Oriana Fallaci, que se quitó el chador que vestía cuando entrevistaba al ayatolá Jomeini, furiosa por un comentario insultante del líder espiritual iraní. Surge entonces un conflicto ético: ¿cuál es la actitud correcta que se ha de mantener cuando se visita un país islámico que descuella por su intransigencia? «Hay muchos lugares del mundo árabe donde las mujeres tienen prohibido el acceso. Y eso a un europeo como yo le choca mucho. Ya no solamente es una cuestión religiosa o cultural. Se trata de que si un hombre viaja a Marruecos, quizá su novia no pueda entrar con él en una mezquita por el hecho de ser mujer. No debemos perder de vista que en algunos estados no se respetan los derechos humanos, y aún así los visitamos. Eso hay que contarlo».

En su discurso de aceptación del Nobel, García Márquez dijo que los cronistas de Indias legaron incontables testimonios que parecen los gérmenes de las novelas del realismo mágico. Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, relató que había visto cerdos con el ombligo en el lomo y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho. «A los conquistadores les faltaba el lenguaje para describir la realidad que estaban viendo. Quien contemplaba una anaconda creía estar ante un dragón. Eso mismo sucede con los artistas que en el siglo XVII tenían que pintar elefantes sin haber visto ninguno».

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