Si la muerte está aquí, dile que pase
josé enrique martínez
Félix Maraña, dedicado en San Sebastián, donde reside desde niño, al periodismo cultural, es «un vasco de León y un leonés legítimo hasta las cejas de vasquidades», como dice Valentín Martín en el prólogo a El bosque no es un árbol repetido, compuesto de sonetos y soñetos, al igual que uno de sus maestros, Unamuno, llamó a las suyas novelas y nivolas. Buena parte de los poemas son sonetos, en efecto, pero ya advierte el título del poemario que el bosque poético y vital no es árbol repetido; en ese «mar de palabras verticales» cada poema es pieza única, como lo es cada vida.
Por otro lado, los sonetos de Maraña no son mero «artefacto verbal»: en ellos hay un sentimiento del tiempo y de la existencia, con ese temblor último y acuciante de la muerte como conclusión de todo, pues el cielo o el Dios acogedor es una falsa ilusión: «la muerte como el fuego te hipnotiza»; la muerte «cura de cuajo todos nuestros males»; «si la muerte está ahí, dile que pase».
Es la de Maraña una poesía en la que siempre hay un pensamiento de fondo, un contenido humano propio de quien no construye su escritura en el vacío, sino en la circunstancia del vivir y del morir, sobre todo cuando el morir está a la vista, como sucedió en la pandemia («todo era muerte y nadie se movía»), en tragedias como la del derrumbe del vertedero de Zaldívar que sepultó a dos trabajadores, en el drama de los refugiados o en la Historia de Euskadi, título de un breve poema: «Tanta sangre derramada, / no preguntéis para qué, / porque lo saben, lo sé: tanta sangre para nada». Maraña es, por otro lado, persona con un fondo lector considerable, teniendo, según creo, a Machado como su mentor y maestro, acompañado de García Lorca, Otero, Celaya, Hernández, Aresti, Oteiza y varios otros poetas y amigos vascos aludidos en diferentes poemas: son los Nombres y pronombres de la parte tercera; en la segunda, en cambio, la referencia es la tierra leonesa, principalmente el pueblo de origen familiar, Llamas de Rueda, en cuyo cementerio descansa la madre del poeta, a cuya muerte se dedica la más alta composición, las Coplas a la muerte de mi madre, que comienzan: «Perdóname, mamá, si algunas veces / no supe comprender cuanto sentías».
El poema termina con la sección Canción y canto, donde hay, como también dice de otros, «gracia, retranca, instrumento / de crítica y humor fino»; es una parte en la que los poemas se abrevian y afilan, sin que ello suponga disminuir el espíritu crítico del poeta.