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Un final de novela para la monja alférez

l Gabriela Cabezón presenta la novela ‘Las niñas del naranjel’

Gabriela Cabezón Cámara

Publicado por
León

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juan verano

Extraordinaria, siniestra, contradictoria, superviviente... La figura de Catalina de Erauso, la Monja Alférez, sirve a la escritora argentina Gabriela Cabezón Cámara para reinterpretar el fenómeno colonial en su nueva novela «Las niñas del naranjel». Gabriela Cabezón (San Isidro, Buenos Aires, 1968) se dio a conocer en 2009 con su primera novela «La Virgen Cabeza», que recibió varios reconocimientos internacionales y ahora se siente parte del actual ‘boom’ de escritoras latinoamericanas, aunque reconoce que esa categoría puede responder más a un fenómeno editorial que a uno histórico. «Este es un continente extremadamente machista» (...) Están todos sorprendidísimos de que las mujeres escribamos, pero en Latinoamérica hay ejemplos desde Sor Juana Inés de la Cruz», considera.

En particular, Cabezón cree que la literatura argentina «es mucho más feminista ahora que hace dos décadas», aunque aún está lejos de la paridad. «Estamos muy mezclados. Todos escribimos (hombres, mujeres y personas de clases y condiciones hasta ahora silenciadas) y necesitamos romper un universal que siempre fue una estafa y una excusa del privilegio que nosotros nos creímos», asegura. Cabezón considera que este florecimiento de «millones de perspectivas distintas» enriquece la escritura en Argentina, un país en el que leer no es ninguna broma.

En su última novela, Las niñas del naranjel, cuenta con una protagonista excepcional, Catalina de Erauso. Pero, ¿quién fue? La joven nació a finales del siglo XVI en San Sebastián (norte de España), en el seno de una familia adinerada que la internó en un convento del que huyó en su adolescencia para emprender una vida trepidante. Desde entonces, ataviada siempre con la vestimenta de un hombre, y bajo el nombre de Antonio, vivió una existencia de excesos en la que no se privó de nada y en la que cometió todo tipo de fechorías.

Bebedora empedernida y aficionada a los juegos de azar, Erauso fue acusada en varias ocasiones de cometer asesinatos, pero siempre consiguió escapar de la justicia hasta que terminó por confesar uno de sus crímenes -y su verdadera identidad- ante las autoridades eclesiásticas de la época.

«Logra hacer lo que le da la gana en un contexto poco favorable para haber sido una mujer (...) Es una nena enviada a un convento que se hace lo suficientemente hombre para que todo el mundo le crea y no obedecer ni una sola ley», dice Cabezón al ser preguntada por la controvertida protagonista. La autora no tiene dudas: Erauso fue una verdadera genocida que «mataba mapuches como si fueran moscas y daba un cuchillazo por cualquier cosa», pero reconoce el «coraje» de quien en su época llegó a ser el equivalente a un «personaje mediático» actual. Erauso fascinó a reyes y a papas, que le autorizaron a utilizar atributos masculinos y a usar su nombre de varón, asombrados por sus actos y atónitos por su verdadera identidad, después de que unas comadronas le hicieran unos exámenes físicos y comprobasen que su himen estaba intacto. «Sí, era la jerarquía de pecados de la época. Podías ser un asesino serial, pero no eras ‘puta’», comenta Cabezón, que cree que la revelación de la verdadera identidad de Erauso descolocó a los pensadores del momento. Gabriela Cabezón construye un posible final para la llamada Monja Alférez. La imaginahuyendo y atrapada en medio de la exuberante selva paranaense, acompañada por dos niñas guaraníes que no dejan de hacerle preguntas existenciales, por dos caballos y por dos monos. Las escenas, esenciales e infantiles, se suceden a lo largo de una historia que recuerda a un cuento y que bebe de fuentes tan diversas como los poetas del Siglo de Oro español, las crónicas de Indias o las historias del cineasta japonés Hayao Miyazaki.