«El ángel de la historia no detiene su vuelo por los inocentes»
cristina fanjul
El poeta José Luis Puerto acaba de publicar Ritual de la inocencia, un nuevo eslabón de su«diario espiritual», que es como él define a su obra poética, para tratar de «sacralizar la realidad» mediante poemas devenidos en «casas de las palabras», para que en esa morada habite el hombre y le ilumine. Puerto ha regresado a su género favorito «para celebrar lo pequeño, lo cotidiano, lo más humilde, el transcurrir del tiempo, la lengua, el habla, la naturaleza y también el arte como obra humana», dijo. Esta nueva obra, editada por Reino de Cordelia, se gestó entre 2016 y 2022, y toma su titulo de unos versos del poeta irlandés William Butler Yeats (1865-1939): «....por todas parte se ahoga el ritual de la inocencia» con los que el poeta irlandés alude a la profanación de lo sagrado que hay en el mundo contemporáneo.
—¿De qué inocencia habla en la obra?
—Hay, en la poesía y en el pensamiento contemporáneo, una reivindicación de la inocencia. En esa tradición, se hallan entre nosotros, por ejemplo, José Ángel Valente, uno de cuyos poemarios lleva el significativo título de El inocente; o Claudio Rodríguez, que indicaba que «nada hay que nos aleje / de nuestro hondo oficio de inocencia»; o María Zambrano, que indicaba que «Solo el hombre dotado de un corazón inocente podría habitar el universo». Estos poemas pretenden estar escritos desde ese hondo oficio de inocencia, que reclamara Claudio Rodríguez y que es el oficio del poeta. Es una palabra que pretende habitar el universo desde la bondad, la verdad y la belleza; como antídoto, como reacción, como protección y defensa frente a los lenguajes agresivos, a las prisas, a los pragmatismos, a la deshumanización galopante que sufre la sociedad en la que vivimos. Ese hondo oficio de inocencia, o ese ritual de la inocencia –que formulara el poeta irlandés W. B. Yeats–, está siendo amenazado, ahogado un una sociedad como la nuestra. Y ha de ser expresado a través de la poesía, de la creación artística, de toda creación humana, como bálsamo y protección frente a toda barbarie.
—¿Quedan inocentes?
—Claro que quedan inocentes. Aquellos que mantienen viva en su interior la llama de la niñez; aquellos que, prescindiendo de particularismos, pragmatismos y egoísmos, se entregan a todas las causas beneficiosas para el conjunto de la sociedad; los generosos; los que apuestan por lo común y por lo público; los que se entregan enteros en todo aquello que hacen —como pidiera Fernando Pessoa—; los no calculadores…; los que ayudan y socorren a los inmigrantes cuando llegan exhaustos; los médicos y voluntarios que en los bombardeos ayudan a las víctimas, jugándose el tipo… Todos esos son los inocentes, los que mantienen la llama de ese fulgor que habita en el ser humano y los que irradian lo mejor de lo que habita en nuestra especie; sin esperar nada, sin pedir nada… Claro que quedan inocentes. Están ahí, entre nosotros, transitando por las aceras. Nos cruzamos con ellos. Y, en algún momento, percibimos esa claridad, esa luminosidad que irradian.
—En cierto modo, este poemario bebe de las fuentes del trascendentalismo norteamericano. ¿Tiene algo que ver Ritual de la inocencia con estos autores?
—No te creas que es el trascendentalismo norteamericano el que está en las fuentes de este poemario. He leído, sí, a Emerson y a Thoreau; me interesa de ellos esa percepción que tienen de nuevo mundo, de refundación del mundo, y, por tanto, de la necesidad de poner unas bases nuevas a la realidad que viven, marcadas por un utopismo muy americano, como el que también se halla en la poesía de Walt Whitman, tras ellos. Mis fuentes se hallan en tradiciones más cercanas; en Manrique, en San Juan de la Cruz; Fray Luis de León, en César Vallejo…; pero también en esa línea poética que se inicia en Hölderlin, pasa por Rilke y llega hasta Paul Celan. Y, entre nosotros, en poetas como José Ángel Valente o Claudio Rodríguez.
—Estamos en medio de la barbarie y parecía que el siglo XX había quedado atrás.
—La barbarie está ahí de continuo. Nunca logramos erradicarla, porque, hoy, se halla acompañada y tiene sus aliados en los nuevos dioses: el dinero, el beneficio, la insolidaridad, el racismo y la xenofobia, la agresividad competitiva, los particularismos y egoísmos de todo tipo, las actitudes dictatoriales… Los antídotos frente a la barbarie se hallarían en la práctica de la fraternidad, de la convivencia, de la tolerancia, del sentido de comunidad, del compartir con los demás lo que tenemos y lo que somos… Pero, en nuestra sociedad, parece que esos grandes hermanos invisibles, pero que mueven los hilos, nos arrastran, como borregos, por esa primera vía que nos conduce a callejones sin salida.
—Las nuevas tecnologías nos han convertido a todos un poco en el mismo ser omnisciente. ¿Somos en este mundo tan complejo más o menos conscientes de nuestra responsabilidad?
—Las nuevas tecnologías se están asumiendo de un modo irreflexivo y acrítico. Y están tomando un sesgo de ser herramientas más al servicio de los poderosos que del bien común y de la sociedad. Están teniendo, al tiempo que efectos beneficiosos, que no hay que negar ni rechazar, también devastadores, ya que están haciendo desaparecer lo que me gusta llamar cultura de la presencia. Los demás han desaparecido. Estaban antes junto a nosotros. Ahora solo está la voz neutra de la máquina, la pantalla, el formulario… Antenas de ese gran hermano, que nos manipula y nos lleva por donde quiere.
—¿Qué lugar ocupa Dios en todo esto?
—Ya, en el siglo XIX, Nietzsche y Hölderlin, entre otros, hablaron de la muerte de Dios. Pero, tras la muerte de Dios, han venido otras dos muertes más: la del ser humano, que, de sujeto de dignidad, ha pasado a convertirse en mercancía; y la de la naturaleza y la tierra, saqueados y esquilmados sus recursos. Es la muerte de la casa de todos, a la que estamos asistiendo impasibles, como si no tuviera nada que ver con nosotros.
—¿De verdad cree que este es el único tiempo con el que contamos?
—Aparentemente, este es el único tiempo con el que contamos. Pero está ahí el misterio, lo sagrado, de lo que formamos parte. Y nosotros estamos ahí, en la ignorancia, en el no saber, como sostenidos por algo, por alguien…, como mota minúscula, apenas perceptible en el universo… Y, al tiempo, el existir es terrible, pero también es maravilloso.
—Si es así, los que sufren solo tienen la oportunidad de seguir sufriendo.
—En principio, todos los seres humanos hemos de tener, por el hecho de venir al mundo y de habitar y existir en él, un destino de plenitud. Pero tantos inocentes viven en el dolor, en el sufrimiento, en la explotación, en la indignidad, en las carencias… ¿Cómo han de realizar ese destino de plenitud, al que todos estamos llamados? El ángel de la historia, el angelus novus’ de Walter Benjamin, no puede detener su vuelo, para recoger a los inocentes a los que se les ha arrebatado el itinerario vital hacia la plenitud; pero, al fin de los tiempos, ese ángel acaso emprenderá un vuelo, un camino de vuelta, para recogerlos y llevarlos a…
—¿Recuerda cuando aún era inocente?
—En la medida en que conservo vivo en mí el niño que fuera, me sigo sintiendo habitado por la inocencia; por ese canto de la inocencia de que ya hablara el poeta romántico inglés William Blake, que realizara esos dibujos tan maravillosos sobre un cosmos misterioso y enigmático en el que habitamos, de modo tan inconsciente.