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Publicado por
León

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josé enrique martínez

Helena, título del nuevo poemario de Luis Artigue, habla del ser amado que, torturado por la enfermedad, no aleja su sonrisa luminosa de la vida; pero la cuestión esencial es si un libro atrae o repele, y el de Artigue posee un magnetismo que conduce a seguir y seguir, desde los propios títulos, tan «artigueños», como el Contramanual, que se subtitula (o cómo decirle a este poema que hoy te pareces a Audrey Hepburn). Y si el título es escueto, como el del propio poemario, nos sitúa ante una puerta que se entreabre para que podamos entrar en habitaciones oscurecidas por el dolor, pero clareadas por la poesía.

Artigue encuentra el lugar para sus poemas en la «poesía confesional», que en una sugestiva entrevista entendió como la expresión de una crudeza emocional, «una audaz introspección lírico-psíquica» en materias íntimas antes consideradas tabú, como enfermedades, delirios, suicidios, etc., y como «turbulencias íntimas» expresadas con «la irregularidad rítmica repleta de laberintos armónicos de jazz be-bop y del country-rock», experimentos que habitan su poesía desde, al menos, su libro Tres, dos, uno…jazz (2007), poemario que también sabía de largas noches hospitalarias. Sentir y emocionar son palabras indispensables al hablar de esta poesía en la que el jazz y músicas afines la pueblan de nombres propios como Nick Cave, David Bowie, Jim Morrison…, y así hasta una veintena, lo que indica una proyección sobre los ritmos artigueños. Ocurre que para expresar de modo compulsivo, apremiante, la experiencia radical de contacto con el drama de la enfermedad del otro, del ser amado, en la que no cabe la «ficción biográfica», sino la confluencia de poesía y verdad, el poeta necesita otra manera de formular su intimidad, disintiendo de oficialismo líricos, de supuestos heredados, de la «métrica mecánica», del «ritmo homologado» y desbordando «las formas sonoras preceptivas». Ese ritmo disidente es el que exige el cuerpo torturado del otro y el ánimo perturbado del poeta, que no busca acomodo en el cómputo silábico ni en la regularidad acentual ni en la sintaxis regida por puntos y comas, que en los poemas de Artigue desaparecen para abrir el poema a una lectura no dirigida. Los poemas de Helena no concluyen propiamente, no disponen un remate categórico, sino que lo hacen como si se dejara un final en puntos suspensivos que atenuaran lo que pueda sonar a concluyente: la vida sigue, a pesar del ramalazo del dolor que nos sacude en estos poemas.