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El leonés que pisó la Antártida y guía a los barcos en Gijón

De Argovejo a los mares del mundo. Pablo Fernández Pérez ya sabía que quería ser capitán antes de ver el mar. Cumplió su sueño entre la Marina Civil de Bilbao y Noruega y ha llegado hasta la Antártida. Ahora es uno de los seis prácticos del puerto de Gijón.

Pablo Fernández Pérez en el puerto de Gijón en su puesto de práctico. DL

León

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Lo primero que tuvo que hacer en un barco fue apuntar matrículas y llevar cafés. «Esto es lo mío», se decía, en su periodo de prácticas. «No erré», dice Pablo Fernández Pérez . Tras graduarse en Náutica entre la Marina Civil de Bilbao y Noruega. «Fui a Noruega porque hay formación para buques de posicionamiento dinámico que no se da en España», explica. Estos barcos, que se usan para las futuras plataformas petrolíferas, se mantiene quietos sobre el mar sin usar el ancla, pero hay que saber manejarlos.

Marinero de tierra adentro, Pablo Fernández nació en León y tiene sus raíces en la montaña oriental. Su padre es un popular artesano de Argovejo y su madre es oriunda del desaparecido pueblo de Éscaro, bajo las aguas de Riaño.

Tras graduarse se embarcó con empresas noruegas del sector del petróleo —instalaciones de plataformas y tendidos de oleoductos submarinos— hasta que en 2014 regresa a España. El leonés entra en Salvamento Marítimo del Estrecho de Gibraltar como primer oficial, tras haber superado los peldaños de agregado, y alumno oficial de 2º y 3º. En Cartagena estuvo como apoyo a los submarinos de la Armada Española.

Su estreno como capitán fue por todo lo alto. Le destinaron al Buque Oceanográfico del CSIC Sarmiento de Gamboa y en el segundo viaje emprendieron una misión rumbo a la Antártida. «Es una de esas situaciones en las que te acuerdas de ese dicho de la marinería: Un barco está en manos de Dios y del capitán y a veces Dios no está».

La faena

«Como práctico conduzco a buen puerto una media de 400 a 500 barcos de más 500 tm. al año»

«Había navegado cerca del Polo Norte y ya tenía experiencia con los hielos», recuerda. La misión a la Antártida consistía en proveer el avituallamiento de los dos bases españolas (Juan Carlos I y Gabriel de Castilla) que abren en el verano austral y permanecen cerradas en invierno.

Era el invierno de 2016-2017 en España cuando emprendieron aquel «viaje inolvidable». «Es muy bonito, pero es tan frágil aquello que todo se hace sin prisa porque si pisas un musgo puede que no vuelva a salir en treinta años», explica.

En aquella misión hicieron «horas a destajo», pero, como dice él, «sarna con gusto no pica». El barco zarpó en octubre del puerto de Vigo y regresaron en marzo. Un mes de viaje hasta las bases científicas australes para que los investigadores puedan realizar su trabajo.

Los clientes

«En Gijón ha subido el tráfico por la guerra de Ucrania con mucho carbón y barcos gaseros»

Si tiene que recordar un hito de su paso por la Antártida señala que «se hizo una renovación entera de la base Juan Carlos I, que se abrió en 1988 con carácter temporal en unos contenedores adaptados y estaba deteriorada. Ahora podría estar abierta todo el año», apunta. «Me gustaría volver, tarde o temprano y, sobre todo, me gustaría ver que no ha cambiado nada», señala. Una de las experiencias más límite fue el paso de Drake, donde se encuentran las aguas más tormentosas del planeta. «Me quedaba detrás de la isla con el sistema de navegación dinámica y cuando pasaba la borrasca salía y avanzaba hasta las islas antárticas donde la mar ya está más calmada». Hay que esperar la oportunidad.

Tras aquella experiencia en la que la posó cerca de los pingüinos y estuvo delante de la iglesia más austral del mundo, pasó a un «barco de transporte menos glamoroso», pero no menos duro. El oficio de capitán le mantenía alejado de la familia durante 6-9 meses al año. Sus dos hijos han nacido mientras navegaba, así cuando vio la oportunidad de pasar a práctico (exige una experiencia mínima de cuatro años como capitán) se presentó a los exámenes, primero en Madrid y luego en el puerto donde había plaza. Con tan buena suerte que pudo entrar en Gijón. Fue en 2021. Se convirtió en uno de los seis ‘controladores marítimos’ (su misión es equivalente a un controlador aéreo, pero subidos en el barco que tiene que entrar a puerto) del puerto asturiano, uno de los más importantes de la cornisa cantábrica.

«Con unas lanchas nos llevan a mar abierto a todos los barcos de más de 500 toneladas, que son los que tienen obligación de usar el práctico», explica Fernández. Saltan al barco que hay que conducir con una escala de gato. «Los barcos más grandes pasan de 300 metros de largo y hay que subir hasta 12 metros (equivalente a cuatro pisos», apunta.

Viajes trepidantes

«A la Antártida me gustaría volver antes o después; a Libia igual no volvería...»

Una vez a bordo, el controlador «está cara a cara con el capitán» para indicarle las maniobras necesarias. «Los barcos más grandes entran con remolcadores y hay que tener un conocimiento local para que lleguen a ‘buen puerto’», subraya.

Cada año, entre 400 y 500 barcos de estos tonelajes pasan por sus indicaciones. Los prácticos dan las órdenes, pero la mar marca los tiempos. «Los grandes barcos solo pueden entrar cuando está la marea alta. Es una profesión que exige servicio 365 días al año y para adaptarse a las necesidades se organizan en turnos de guardia de 24 horas.

Desde que entró en Gijón, hace algo más de dos años, el leonés ha observado que «está subiendo el tráfico, sobre todo debido a la guerra de Ucrania». Muchos países que antes importaban carbón de Rusia, ahora usan el puerto de Gijón como depósito para el mineral que viene desde Sudáfrica o Brasil en barcos de 200.000 toneladas de almacenaje. Aunque parezca mentira, Pablo Fernández puede dar fe de que «se está consumiendo mucho carbón». Alemania, Inglaterra y Polonia son algunos de los países que más demandan este carbón. «Sólo una pequeña parte queda en España», apostilla.

Los barcos gaseros son otros de los que entran con frecuencia en Gijón, que cuenta con una regasificadora inaugurada precisamente en 2022 «para garantizar el suministro de gas», explica. Pablo Fernández estuvo al frente del primer gasero que entró en el puerto de Gijón.

El trabajo de controlador es un reto nuevo con cada barco. «Como capitán controlas tu barco;como práctico, los 400 o 500 que conduces al año al puerto son todos diferentes, cada día es distinto», afirma. Los días de niebla son los peores, «se pasa verdaderamente mal: igual estás en el puente del barco y no ves ni la proa; se desorienta uno muy fácilmente», admite.

Pablo Fernández reivindica el papel de los barcos y de su oficio en la vida de la tierra. «El 99% de las cosas que tenemos entran por barco: desde un grifo al cable de la televisión y somos muy pocas personas las que mantenemos».

El puerto seco de Torneros es un proyecto que ve con mucha interconexión con el puerto de Gijón. «Gijón es la salida logística natural para León y con la nueva conexión ferroviaria se aprovechará más», recalca. En activo hay unos 200 prácticos en España y no conoce a ninguno de León. «Creo que se notará, pero, no lo sé», añade.

«Del mar me gusta todo», apostilla este leonés con el corazón en su tierra mientras recuerda algunos episodios memorables de su trayectoria. En la Antártida se sintió afortunado contemplando aquella belleza austral y pensaba: «Me están pagando por estar dentro de un documental de la National Geographic». En el Mar del Norte, donde contempló las auroras boreales, realizó uno de los trabajos más desafiantes. «Fue en 2019 fuimos a hacer unos trabajos submarinos para tender un cable de conexión telefónica y explotó. No se sabía por qué. Al final descubrieron unas minas alemanas de la II Guerra Mundial que se han hundido pero su carga explosiva sigue activa», explica. En esta operación intervino la Royal Navy británica para explotarla y desviar el cable. La mayor sensación de inseguridad la ha sentido en tierra. Fue en Libia. Vivió el golpe que derrocó y acabó con el asesinato de Gaddafi. Estaba de apoyo a una explotación de gas en un barco noruego. «Me pasé cinco días encerrado en una casa porque estaba todo militarizado y no podía llegar al barco». «A Libia igual no volvía», dice rememorando aquel mal trago. «Fue una experiencia, si se sale bien siempre se cuenta con una sonrisa», concluye el capitán y práctico del puerto de Gijón Pablo Fernández Pérez, leonés de mar y tierra adentro.