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Publicado por
León

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josé enrique martínez

Leo con fervor la poesía de Guillermo Carnero desde que tempranamente llegó a mis manos su Dibujo de la muerte (1967). El nuevo poemario, Perfil perdido, es un poema-libro, como lo eran Fuente de Médicis (2006) y Carta florentina (2018). Perfil perdido consta de 900 versos organizados en tres secciones de 300 cada una. La contraportada alude al deseo del poeta de renunciar a la memoria vivida y escrita y a que el libro es un arte del olvido conformado a partir de un arte de la memoria primordialmente sensorial, la cual actualiza los recuerdos como paso previo a su desvanecimiento; y es que la de Carnero es una poesía hondamente inquisitiva y densa de pensamiento. La primera sección se centra en el sentido de la vista, indagando en la memoria y «los recuerdos más hondos, cicatrices / del tiempo ensombrecido». Entre los recuerdos, su propia poesía, con alusiones claras, como la apelación a Roma: «me debes una noche más oscura y más larga»; recuérdense sus Cuatro noches romanas (2009). Otros versos reflejan los momentos más ominosos de la humanidad (franquismo, nacismo, fascismo, estalinismo, maoísmo…), pero, como valle placentero, se poetizan los colores en hermosos versos alusivos tanto a la naturaleza como al arte; y al amor en la doble faz que expresa el sintagma «miel amarga». Todo con la expresión tersa a que Carnero nos tiene acostumbrados.

El oído es el sentido privilegiado en la segunda. Característica de la poesía de Carnero es la conjunción de sabiduría, sensibilidad y sentimiento, de cultura y emoción. Naturaleza, arte y vivencia dan fulgor a estos versos que acogen el «sonido leve de las aguas», el «sonido de los siglos» que sorprendemos en el arte, en la poesía y en la música, cuyo lenguaje «cincela en emociones puras»; y finalmente la voz de la mujer, «el más bello sonido de la naturaleza», la mujer real y la que la historia y el arte han ensalzado; en fin. Los demás sentidos dan cuerpo a la tercera parte: «Sabor y aroma fundan con el tacto / el pensamiento corporal», un «pensamiento táctil», sensual, aunque muchas de las mujeres amadas sean «imágenes pintadas / o filmadas o escritas» o regresen a los versos desde la mitología personal en nombres como Melusina y Cloe que aparecían ya en la Carta florentina (2018). Los cinco sentidos, dice la contracubierta, «una vez en blanco, se ofrecen a una mujer, que pasa ante ellos sin detenerse», como el lector ha pasado sin contenerse por los rutilantes versos de Carnero.