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En esa casa, nadie ha roto un plato... todavía

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¡Es que es la leche!, pero lo curioso es que en esa casa todavía nadie — ellos, ellas, elles—, ha roto un plato. Todo el mundo sonríe, calla, resiste, cuenta el cuento único y, si a alguien hay que bajar del burro, nadie se priva de hacerlo, viendo la paja en el ojo ajeno, olvidando la viga en el suyo. Son como un enjambre en día de tormenta primaveral, como una piña —las granadas de piña— que si te lías la manta a la cabeza y das por verdad todo lo que dicen, te puedes armar un lío, porque todo el metate de declaraciones e imputaciones, te puede explotar en el macuto.

Viendo al jefe, exteriormente tan sonriente, enseguida comprendes que es un pájaro —un cuclillo de cuidado—, que ha sabido rodearse de un grupo de colegas que le siguen con los ojos cerrados, guardándole fidelidad de vasallos, que serían capaces de convertirse en mártires de Isis antes que reconocer y asumir sus mentiras. Es curioso ver cómo el jefe dirige la mirada a cada uno de ellos, ellas, elles, tocándoles la tecla que más cercana tiene para tenerlos contentos, sonrientes, embelesados, aunque, engañados, capaces de defender lo indefendible, de creer lo increíble, de reír lo que, a las mentes sanas, les huele a gato encerrao, arbitrario acatamiento a quien se ha servido de ellos para crear una esperanza ambulante, tambaleante, pero, según ellos, luminosa. 

Ella es la mano derecha, la que, cautivadora, va al corazón. La sonrisa provocadora. La de las manos volanderas que solo tiene para el jefe grandilocuentes sonrisas, besines y cuasi abrazos de maga circense. Ella fue la enviada por el mandamás para anunciar a otro astuto, aprendiz de mandamás, inesperadas buenas nuevas. «Para mantener la poltrona —mensajes de regreso que recibió la cheerleding—, aparte de tener éxitos, hay que tener paciencia, jugar limpio, y si el enemigo no se doblega hay que afinar la puntería, saber cobrar deudas pendientes, olvidar acusaciones y burlas pasadas», porque —enquistada por años—, está la frustración y, quien la sufrió y la sufre no tiene prisa por poner las cosas cuesta arriba a detractores y carceleros.

¡Y qué dulce es la venganza!, viene repitiendo ella pensativa, aunque otros le digan que no se debe tensar tanto la cuerda, sabiendo que siempre, el peligro de romperse, es siempre por lo más flojo. Y el más flojo ahora no es el que recibe altanero, sino el que, humillado, envía. Y lo más agravante es que el jefe, en vez de venir él, le haya enviado a todo el santoral, que no deja de ser el number three, y que no está haciendo las cosas más fáciles, porque si las sedes se hallan lejanas, los corazones, andan por sueños nunca dados por perdidos, pero que ahora saltan como picosas pulgas entre los dedos de la mano del maqui de corbata y de sombrero. 

Y es que el que decía, «mañana la abriré, para lo mismo responder mañana», no le vale al prófugo, trajeado y exigente, porque ahora para él ¡qué dulce es la venganza! Es como fabo de miel, como flan de huevo, como vino de moscatel, como beso enamorado de mujer, como canela en rama, como lumbre encendida en crudas noches invernales para «salvar el fuego», como playa de mar en calma para «incendiar el mar», como bálsamo que cura, lentamente, todas las heridas. Y vuelve la boca a sonreír y los ojos a brillar, y la miel —o tal vez la hiel—, se aposentan en la garganta. 

«Despacio, sin prisa, todo va por buen camino, estamos trabajando en ello, las cosas van bien y en una semana todo estará listo, faltan algunos flecos», traen los mensajeros los recados que luego todos, al unísono, deberán repetir. Y qué de la mano izquierda, sabio consejero, aprendiz de vice que, no da por perdida ninguna causa por difícil que sea, ni en Roma, ni en Bruselas, atenta siempre la mirada a los secretos movimientos de quien ni con el pensamiento permite traiciones, ni perdona a quien pueda pensar más y mejor que él, porque él es Él, con mayúsculas y sin tilde de Supremo. 

En los últimos días a todos ellos se les ha visto más nerviosos, aunque como piña, aunados para decir lo mismo, aunque no piensen igual, porque el que se mueva no sale en la foto, y no salir en la foto es quedarse sin identidad para siempre, aunque haya quien, roncero, vuelva buscando migajas, donde en el pasado tuvo hogazas que nunca aprovechó, u otros Judas que se hayan ido renegando de su vocación de predilectos. Los demás, «seguimos esperando, aunque…», la última palabra que ni mencionar se debe, porque sería capaz, con su mirada escrutadora de adivinar esos malos pensamientos que usted se haya atrevido a mantener.

El jefe afirmó, tiempos pasados, que «no podría dormir tranquilo en un gobierno con Podemos». No me extraña que sufra de insomnio, pero sospecho que, cuando no está durmiendo peor es ahora, cuando las cosas no le salen como a él le gustaría que le salieran. Porque si fueran pocos los problemas externos —con los hábiles jinetes que, a caballo trotan por Europa como ‘Cosacos del Cazán»—, los internos no son menos, sobre todo cuando las chicas de los ojos verdes, le ponen la cosa cuesta arriba, y con el evadido, no puede compartir ni mesa ni mantel, ni siquiera un lugar para hablar a solas con él, porque los intermediarios —ni con sonrisas, una, ni con cara de perros, otros— han sido capaces de llevar el gato al agua que, ni el bicarbonato ha sido suficiente para alcanzar un sueño reparador, para poder seguir soñando, desde la tumbona, eternos sueños imperiales en Bruselas, sin el racatraca de los ultras rebeldes, amargantes de calles y plazas, por donde van dejando «memoria amarga» de sí, y de su sinsentido existencial. 

¿Ruido de sables ante la sede, señor informante? ¡no, qué va! Solo son silencios de mordazas, al inicio de algunas posturas poco democráticas. ¡Altura de miras, compañeros! 

Para terminar el fregao, el prófugo de la justicia y tránsfuga, sonriendo maliciosamente, dice, ¡que no te confío, Pedro! 

¡Ni yo a ti, Carles!, cautamente, responde el trolero. 

Dicen algunos que los mandamases buscaban en el pasado el apoyo de las estrellas; hoy piden el apoyo incondicional de sus súbditos en el partido político único, lo demás, lo compran en la rifa. 

El santoral, tercero de la lista política, pregunta al «presi», ¿Hay más concesiones que firmar, jefe? ¡No lo sé, pero por lo que pueda pasar, no guarde la pluma, todavía!