En madreñas por León
Más de 200 leoneses cruzarán desde Guzmán hasta la Catedral
Por la vía más señorita de la ciudad volverá León por sus huellas. Ese antiguo paseo de las Negrillas, hoy Ordoño II, que nace a los pies de la estatua de Guzmán y se prolonga Ancha arriba hasta la Catedral, anuncia el sábado un ejército de más de 200 leoneses armados con madreñas. Más de 400 galochas, con el braille de sus tarucos sobre el aglomerado y los adoquines para reivindicar «una costumbre que está en la raíz de esta tierra y que se está empezando a perder porque la gente como que se avergüenza de utilizarlas», defiende Octavio Álvarez, promotor de la iniciativa junto a Elías Valcárcel.
La propuesta cita a los valientes a las 18.00 horas en Guzmán para sumarse a una comitiva que contará con gaiteros, acordeonistas y ambientación de indumentaria tradicional leonesa. El paseo se ameniza además con formato de calecho: esos filandones de antes de cenar que los promotores todavía vivieron en las cocinas de Luna y Babia. Quien quiera podrá «recitar algún poema o contar una historia, en las diferentes paradas que se harán en el trayecto», invitan los entamadores del evento.
La propuesta cultural nace alejada de instituciones. La idea se prologó el 23 de diciembre del año pasado con un paseo en el que aparecieron una treintena de personas. Aquel esbozo, surgido del llamamiento por grupos de whatsapp de Octavio Álvarez, crece esta vez con la ambientación animada por Elías Valcárcel para que el braille de las madreñas se aderece con los sones de los grupos de música leonesa que han aceptado sumarse y la improvisación del calecho. La participación está aún abierta y se rematará con una cena en el restaurante Luna, previo aviso en el teléfono 690 94 22 21, para la que ya hay 185 cubiertos reservados.
La madreñada ahonda en el raigón de aquellos pueblos en los que los rapaces se criaron «en madreñas». Antes, «se iba en madreñas a la escuela, se hacían las tareas en madreñas y se andaba en madreñas porque no había otro calzado para combatir el medio en el que se vivía». «Yo me conocí con madreñas toda la vida», recalca Octavio Álvarez, quien recuerda aún aquellas primeras «pequeñinas y negras» que quedaban a la puerta de casa, de la iglesia o del salón del baile, varadas como barcas a la espera junto al resto de pares huérfanos.
La esencia de las madreñas «no se puede perder», recalca Álvarez, quien las utiliza a menudo para andar por Pinos, su pueblo, para subir a Peña Ubiña e, incluso, las calzó para trepar en el año 2012 hasta la cima del Kilimanjaro, a 5.895 metros de altura. La costumbre se la inculcó «desde que tenían tres años» a sus dos hijas, Andrea y Elba. La mayor vendrá el sábado sólo para la madreñada desde Madrid, donde «las utiliza a menudo para cruzar en la urbanización en la que vive «hasta casa de los vecinos». «Un día las dejó en el porche y, cuando las vieron los hijos de los amigos, preguntaban de quién eran aquellos zapatos de canoa», relata entre risas.
Aunque no hay que marchar tan lejos, admite el babiano, para que las galochas extrañen a la gente. La lucha contra este desconocimiento motiva también la cita de este sábado en León. La caminata servirá para ilustrar además sobre cómo deben usarse las madreñas, un calzado «algo rígido que si lleva mal golpe puede chascar». Se debe «tener un poco de cuidado para no retorcerse, equilibrar los tarucos y calcular la altura de la pisada para que la madreña no quede coja».
El mimo requiere de unos alicates y un martillo de fresno son los que entama Álvarez las suyas. «Les pongo tornillos en vez de puntas en los tacos porque así tienen la profundidad que tú quieras. Cuando se desgastan un poco más por adelante, se cambian las gomas para atrás, como si fueran las ruedas del coche. Luego se les coloca unas corras de alambre, aunque a mí no me gustan mucho, para asegurar que si hay una mala pisada o un defecto no se rajen», describe delante de los diez pares que alinea en casa. Las que calzará el sábado se diferencian del resto: son las que tienen armadas dentro las zapatillas de cuadros de andar por casa. «Con playeros no vale. Tiene que ser con las de toda la vida. Si no, no entaman bien. Así, están pimpanas », sentencia con el adjetivo que, en Pinos, dedican a lo insuperable.