Diario de León

Las borrosas viñetas de mi vida

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León

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josé enrique martínez

Con El secreto del mago consiguió Luis Alberto de Cuenca el premio Gil de Biedma, «uno de mis poetas contemporáneos favoritos»; pero las lecturas del poeta madrileño se transparentan de una u otra forma en sus versos y son variadas e incontables, como incontables son los lectores de una poesía que es a la vez culta (no culturalista) y popular, porque De Cuenca aborda asuntos que a todos interesan y porque adopta un tono con inflexiones narrativas sin desviarse de la claridad que en diferentes escritos ha defendido y de una rítmica reconocible dentro de los esquemas tradicionales. Se trata, además, de una poesía situada del lado de la vida, una «apuesta, decidida y valiente, por la vida». Sin embargo, en El secreto del mago la sombra de la muerte se cierne sobre ese vitalismo, atenuándolo, pero no opacándolo. Los años tienen la culpa, así como la pérdida de un amigo cuando el poeta estaba escribiendo el poemario. Y si la poesía sirve para paliar el dolor, pues «verbalizar la angustia y el pánico es comenzar a derrotarlos», también el ilusionismo, homenajeado en el primer poema, nos hace «más habitable el mundo». Pero es la edad, en efecto, la que arrastra otras formas de mirar «las borrosas viñetas de mi vida»; así, en un poema se constata el raro proceder de la memoria, que olvida las cosas próximas en el tiempo y evoca las de la lejana niñez; en otro, el poeta descuenta cada día de los que pueden quedarle aunque «esa certeza no me impide ver, / tocar, gustar el mundo y su belleza». Una segunda sección poetiza las muertes de amigos queridos en sonetos elegiacos que juegan con la ilusión de que no todo se acaba al morir y de que hay un cielo en el que reencontrarse. Historia, poesía y narración confluyen en la parte tercera, anécdotas que la historia registra y renacen para ese gozador de lo antiguo y lo moderno que es Luis Alberto de Cuenca y que relata en verso, por ejemplo, la «Muerte de Plinio el Viejo» por un exceso de «curiosidad científica» ante la erupción del Vesubio. El gracejo lo vierte el poeta en soleares que dan cuerpo a una nueva sección, para encaminar la quinta y última hacia otro tema esencial, el amor, terminando con una promesa de «Amor perpetuo»: ningún obstáculo, por grande que sea conseguirá «que deje de quererte y de soñarte / todos los días que me queden, todas / las madrugadas, los amaneceres, / las tardes, las mañanas, los crepúsculos. / Mientras viva, e incluso más allá».

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