La maldición de la isla de Buda
antonio Paniagua
El rumor del mar y el chapoteo de las ranas velaron un sinfín de noches el sueño de Gabi Martínez, solo interrumpido por el incordio de los mosquitos. Este sonido acompañó al escritor, que decidió afincarse durante un año en Buda, una isla del delta de Ebro condenada a desaparecer si no se pone pronto remedio. La casa destartalada donde fijó su residencia, La Pantena, será seguramente engullida por el mar. Tres borrascas más y desaparecerá de un plumazo por culpa de la crisis climática, un demonio que planea sobre este hermoso territorio donde confluyen tierra, río y mar y que constituye el humedal más grande de la península después de Doñana. Delta (Seix Barral’) es la nueva novela de Martínez, quien emplazó su oficina en una duna, a treinta metros de un miniespigón donde se fundían las aguas dulces y saladas. Por estos parajes el agua baja demasiado clara, lo cual es un drama. El Ebro, uno de los ríos más intervenido del mundo, está plagado de pantanos que impiden que los sedimentos formen barreras naturales con los que refrenar el empuje del Mediterráneo.
Las borrascas, además de desmoronar barras de arena y malecones levantados con prisas, devoran metros de costa a marchas forzadas, circunstancia que hará de esta isla una reliquia submarina. «No soy científico, además no me gusta presentarme como tal. Los expertos aseguran que si acontecen dos o tres tormentas más, la casa donde yo he estado ya no será habitable», lamenta Gabi Martínez. «Ahora mismo el Mediterráneo y todo el mundo se están cargando de calor y cuando eso se despliegue va a venir en forma de grandes tormentas», asegura el novelista, cuya obra se inscribe en la tradición de lo que acuña como ‘liternatura’ (lo que los anglosajones denominan nature writing), en la mejor estirpe de escritores como Henry David Thoreau y su libro Walden. Como Thoreau, Martínez se rinde a la llamada de lo salvaje.