Cuando mueres
josé enrique martínez
Con El nudo consiguió Diego Sánchez Aguilar (Cartagena, 1974) el premio Antonio González de Lama. Ante el cuerpo del padre, en su agonía, velatorio y orfandad, el poeta le dirige sus palabras con un ánimo aflictivo, sobreponiéndose lo emotivo al significado mismo del poema. Tres partes, en efecto, tiene el poemario y cada parte consta de diez poemas, lo que indica el cuidado del poeta a la hora de confeccionar el conjunto de los poemas como libro. Cuidados paliativos es el título de la parte primera; «entre el vértigo y la tristeza», el poeta monologa ante el padre sedado, «cuando mueres», como dice un verso, cuando «tus páramos se inundan de seda y de silencio», cuando el poeta se ve a sí mismo como «árbol roto en sus raíces», que no son otras que las que arraigan en ese ser en horizontal que le dio vida y savia. La imagen plática del árbol y las raíces reaparece en distintos momentos del poemario bajo el temblor de la emoción: «Si las palabras tiene su raíz, / tu cuerpo sedado es el árbol; / yo soy la hoja que tiembla». Del silencio brotan las palabras, de un silencio hondo, el del alma, pero de otro silencio heredado («yo heredé la sintaxis del silencio») que ahora ya es definitivo. Ante ese silencio qué palabra puede pronunciar, se pregunta el poeta; acaso fuera mejor «escribir un poema sin palabras», con la congoja de «el nudo en la garganta». En la misma tonalidad, si acaso más pensativa, transcurre el «Velatorio», título de la segunda sección; ante el cuerpo inerte que reposa tras el cristal las palabras nacen de una ausencia que el poeta plasma en versos que motivarán que esa ausencia dure, pues «tú estarás cada día y cada noche / en el mundo reverso de todas mis palabras», sin olvidarse el poeta de las sentidas palabras de Manrique en su célebre elegía ni de Machado a la hora de definir a su padre con una sola palabra, «bueno». La parte última se escribe desde un sentimiento de orfandad, cuando se palpa el vacío de la ausencia en la casa, un vacío que solo en parte alivia el álbum de fotos que enciende los recuerdos y se constatan las huellas del que se fue: «Un pedazo de luz dejaste cada día»; «la luz y el amor y los domingos / que dejaste a tu paso en esta casa». De modo sucinto podemos decir que un poemario como El nudo no se escribe desde la frialdad del folio en blanco; brota como brota el agua de una fuente, pero con una fluencia serena, desde una especie de naturalidad elaborada.