Diario de León

Allí voy, a ún no sé a dónde

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León

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josé enrique martínez

Con Las infancias sonoras (2022) Nuria Ortega Riba (Almería, 1996) consiguió el premio Adonáis; su segundo poemario, Albatros, fue premiado con el Espasa de Poesía. Ambos poemarios se sitúan en la senda de la verdadera poesía, la que nos dice algo que no puede referir la prosa, la que expresa sentimientos y deseos con palabras que laten e insinúan y cuentan sin contar. Nos propone un viaje en las alas del albatros, que, si como la propia poeta explica en el epílogo, le sirvió a Baudelaire «para hablar de la condena me ha servido a mí, porque así lo he elegido, para hablar de la libertad». Las circunstancias que rodearon la escritura de los poemas, entre ellas los meses del confinamiento pandémico, le hicieron soñar con lo que no pudo ser realidad, la vivencia del norte europeo. En la poesía de Nuria Ortega, el gran pájaro marino, que cubre grandes distancias en el vuelo, «una distancia / que bien podría ser la que separa el sueño de la vida», representa el viaje, la salida, el deseo, «los mundos imposibles» o imaginarios, «la tierra en la que todo es posible». «El viaje» se titula la primera parte del poemario, que termina con este verso: «Allí voy, aún no sé a dónde», acaso a ese norte de «tierras, ríos mares, cielos, hielos y páramos donde nadie llega salvo el albatros», como escribe en el prólogo Paula Martínez, un territorio fantaseado por el deseo y la poesía. En este sentido el doblete anhelo (vuelo, nubes, ascenso...) y realidad (tierra, mar, raíz…) configura buena parte del poemario. Ningún símbolo mejor del afán de altura que el árbol, que «se estiró hasta rozar las nubes, ahogó sus raíces en el agua»; en otro poema un árbol encaramado en la roca señala el camino: el del viaje, el del empeño libre de ataduras. En la segunda parte, «El encuentro», hallamos otro símbolo esencial en el poema «Los hijos de Ícaro» (otras poeta almeriense, Aurora Luque, había publicado en 2003 el poemario Camaradas de Ícaro), el mito de la rebeldía, la aventura, la ascensión, el riesgo. La poeta quiere también «volar tan alto que el sol incendie todo», por más que la tachen de ilusa: «si dejo de creer noto que la vida se me acaba». De uno u otro modo, los versos conducen a ese lugar en el que habita el deseo. Es el poder de la poesía: modelar paisajes imaginarios, ensoñarlos, escribirlos «por el miedo a no ver nunca una aurora boreal». El sueño y la ilusión ayudan a vivir otros mundos fuera de la existencia metódica y reglada.

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