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«La bohemia parisina trató a las modelos como prostitutas»

l Máximo Huerta publica ‘París despierta tarde’, una historia de amor y libertad a principios del siglo XX

Imagen de archivo del escritor, periodista, exministro y librero Maximo Huerta

Publicado por
León

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miguel lorenci

La París bulle y cambia de piel en 1924. Acoge los Juegos Olímpicos. Inaugura la basílica del Sacre-Coeur. Por Montmartre y Montparnasse lampan artistas que cambiaron la historia y que hoy reinan en los museos. Las mujeres se liberan del corsé y se emancipan. Es el París de Kiki de Montparnasse, de Modigliani, Cocó Chanel, Jhonny Weissmuller, Scott Fitzgerald o Hemingway. De todos habla París despertaba tarde (Planeta). Es la décima novela de Máximo Huerta, escritor, periodista, presentador, fugaz ministro de Cultura y orgulloso librero, «encantado» con esta historia «de amor y libertad» que rompe lanzas por unas modelos «maltratadas como putas» por aquella bohemia.

—París era una fiesta ¿a pesar de la pobreza?

—«Éramos pobres, pero felices», decía Hemingway. Kiki de Montparnasse se hizo modelo para sacar unos francos a unos artistas hoy de renombre. Posaba desnuda para acceder a una vida más cómoda.

—Las modelos ¿fueron maltratadas por los jóvenes bohemios?

—Desde luego. El pintor polaco Moïse Kisling hablaba del mercado de modelos y se preguntaba si habían llegado las nuevas putas. Era un mercado de la carne. Ellas se ofrecían a pintores y escultores paseando por la calle. Nadie tipificaba entonces un abuso claro. La novela reivindica a esas mujeres anónimas en los museos que huían de la miseria. Si les hurtas el nombre, ya es maltrato. Sufrían condiciones infrahumanas. Posaban desnudas en estancias gélidas y ante la mirada lasciva de los estudiantes. Se liberaban, sí, pero a costa de abusos.

—París es más que inspirador para usted. Si para Enrique IV, primer Borbón, París bien valía una misa, para Máximo Huerta París bien vale...

—Una fiesta. Quise cerrar con esta novela mi obsesión sobre París. Pero sé que volveré a novelar esta ciudad con mil rincones y cafés, mil épocas apasionantes, que me siguen inspirando.

—París es un protagonista determinante de la novela.

—Sí. Ese París libertino que despertaba tarde y que en el año 24 estaba en construcción. En plena metamorfosis.

—Allí se reescribió la historia del arte, en una urbe feliz que quería olvidar la guerra pero en la que había mucha miseria.

—Los miserables estaban pegados al mundo artístico. Para comer, a menudo pagaban con cuadros en los restaurantes. En Le Dôme o Chez Rosalie, lugares de encuentro de la bohemia, hay dibujos dados por Modigliani y otros pintores a cambio de comida.

—¿El glamour convivía con el hambre?

—Sin duda. Es un momento ingenioso, insolente y deslumbrante. Las clases sociales se mezclan volviendo a la ciudad cosmopolita. La aristocracia monta orgías con putas, soldados, artistas, canallas y gentes de toda índole... Es de desenfreno y entrega al arte.

—Investigó a una panoplia de personajes de aquella bohemia.

—Sí. He disfrutado muchísimo releyendo las vidas de Modigliani, Kiki de Montparnasse, Man Ray y su ayudante Lee Miller o de Henry Miller, de Monet, André Citroën o Pierre de Coubertain. De pintores, de los dueños de sus talleres y de unos restaurantes que eran entonces el centro del mundo.

—¿Es una novela de amor sin complejos?

—Sí. El amor es el eje del mundo y de las novelas, incluso las de romanos. Es el motor de cualquier ficción, que se construye con un hilo de amor con todas sus variantes. Esta es de época, histórica. El tema principal es el amor y la amistad entre mujeres. Eso que ahora llamamos sororidad, una palabra un poquito chirriante.

—¿Qué se aportan las protagonistas?

—Una, Alice Humbert, vive en la culpa, en el arrepentimiento y el dolor. Kiki es dadaísta antes de que se inventara el dadaísmo. Vive siempre en la última fiesta, creyendo que será el último día. A pesar de sus adicciones y sus problemas, tira de su amiga Alice, la modista de Una tienda en París. Kiki fue la deslumbrante diosa que eligieron los rebeldes. Hija de un carbonero que no la reconoce, llegó a París sin nada. Su madre se la entrega a la abuela y ella decide que vivirá el mundo del arte —fue cantante, pintora y musa— y que únicamente se acostará con artistas.

—¿Qué ha hecho Máximo Huerta por amor?

—Cambiar de ciudad y de vida. Abandonarlo todo por amor a una madre.

—¿Cómo va su librería Doña Leo en Buñol?

—De maravilla. Las librerías no deben parecer supermercados. Ofrecen historias y personajes, y la historia debe ser en sí un personaje. Abrirla es el mayor acierto de mi vida. Estoy felicísimo como librero.

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