Estela, cien años bordando la vida
Nacida en Villaornate en un 1924 bisiesto, cumplió su centenario con la aguja y el dedal en las manos, con una memoria extraordinaria y una autonomía envidiable
«Nací a las ocho de la mañana. Me encontraron en las tierras», cuenta Estela Gaitero Barrientos con una sonrisa pícara al recibir la felicitación mientras abría la puerta de su casa la víspera de su cumpleaños. «Mi padre se inventó que era una niña que nací debajo de un «tarrón», en una tierra que había que dar mucho mazo para romper aquellos ‘tarrones’».
Dura como aquella tierra compacta salió la niña, a la que bautizaron Estelita, aunque su nombre es Estela. «Aquí estoy, con 100 años y yo sola. A veces me río y a veces pienso que para qué», prosigue su relato. Camina ayudada de un bastón y se vale por sí misma para hacer la comida, ducharse y, por encima de todo, para continuar bordando, su pasión.
«No me enseñó nadie. Bueno, tengo que decir que en la escuela tuvimos una buena maestra... pero vino la guerra y me tocó arar las tierras durante tres años con mis hermanas», explica. A Estela, que con sus cien años borda a ratos un mantón de Manila con el ramo de ‘las nueve flores’, no se le resisten ni las nuevas tecnologías. «Ahora entro en internet, veo labores y por ahí saco», confiesa. Antes, se fijaba en las revistas.
Bordados, vainicas, ganchillo, pintura, manualidades con servilletas de papel o con hojas secas... Su salón es todo un muestrario de sus habilidades con las manos y de su gran creatividad. Últimamente ha hecho tres muñecos con llamativos adornos. «Este le voy a llevar para ponerle en la huerta, a ver si los pájaros no nos comen las cerezas», comenta cogiendo a una con abalorios amarillos. Mantones de Manila ya no lleva la cuenta de los que ha bordado y está orgullosa de lo bien que los luce su nieta Tania.
Autónoma
Vive a caballo entre Armunia y Castrofuerte, donde levantaron casa y se reúne la familia en verano y en las fechas señaladas. Estela Gaitero se casó en 1945 con Simón Barrera, de Castrofuerte. «Nos casamos en domingo en Villaornate porque el sábado, que era el día de las bodas, era Santiago y el cura tenía que ir a dar la misa a otro pueblo», recuerda.
De aquella los noviazgos surgían el baile, aunque pasó mucho tiempo «dándole el quinto» —que era no bailar—, y las bodas se celebraban en casa con la familia, aunque duraban tres días. En la suya fue a cocinar Crescencia, una vecina de Villafer que se había casado en Villaornate y también era partera.
El matrimonio tuvo dos hijos, Miguel y Gerardo. «Ya había maternidad, pero no quise ir porque robaban niños», comenta. Recuerda que, cuando fue a dar a luz al primogénito le atendió Crescencia.
En los años 60, con los dos hijos, emigraron a la ciudad. Recuerda una «nubada» que cayó el día de Santiago se llevó hasta un trillo de las eras. «Vinieron siete años malos para la pequeña labranza y nos obligaron a salir del pueblo. Hubo quien dejó todo lo que labraba en abril». El marido se empleó en la construcción y ella en el servicio doméstico, «media vida de criada». Nunca se le cayeron los anillos y cuando vio la oportunidad de ganar un poco más emigró a Suiza a trabajar en un hotel junto con su hijo mayor. Dos temporadas en los Alpes, donde se hablaba alemán y se entendían por señas.
«La vida de ahora es un regalo, tenemos todos los servicios», apostilla al comparar con otras épocas vividas en sus cien años de existencia, que son 101 en su carné de identidad. «Se confundieron y me pusieron en 1923, pero un sobrino se dio cuenta de que ese año no fue bisiesto, fue 1924», recalca.
Con el tiempo llegaron los nietos. José Miguel y Rubén y Tania y Víctor. Y más tarde los bisnietos y bisnietas, Cristina y Águeda y Gabriel y Guillermo. Tampoco faltaron los golpes que da la vida, y a veces muy duros, como fueron la pérdida de un nieto, Rubén, y luego de su hijo mayor, Miguel.
Si Estela solo hubiera cumplido años solo los 29 de febrero, tendría 25. Espíritu juvenil no le falta a esta centenaria que celebró su cumpleaños en Castrofuerte rodeada de la familia. Feliz de llegar al centenario, la primera de su estirpe, y dispuesta a continuar la vida. «Que me tenga aquí el tiempo que sea, pero que esté bien, que no me tenga que manejar nadie para ducharme», Es el deseo de los cien años de una mujer que en su buena memoria atesora algunas de las coplas que componía su padre, Miguel, y mil anécdotas de un pasado que es capaz de relatar como si fuera un cuento, como el de la niña a la que encontró su padre debajo de un «tarrón» un 29 de febrero a las ocho de la mañana.