Diario de León

La odisea de una familia venezolana refugiada en León

Sorribos de Alba acoge a un ingeniero perseguido por Maduro y su esposa enferma de ELA. Winston Cabas y Clerida Sarabia, de 68 y 65 años, tuvieron que huir de Caracas en 2019. El ingeniero eléctrico acusó al Gobierno, ante más de 70 medios, de mentir sobre los cortes del suministro eléctrico.

Clerida Sarabia y Winston Cabas en la estancia de la casa de Sorribos de Alba donde residen. MARÍA FUENTES

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«Denuncié la crisis eléctrica en Venezuela y tuvimos que huir por la frontera de Colombia. Allí vivimos más de dos años, pero cuando iba a ganar Petro fui reconocido y el 8 de marzo de 2022 llegamos a Sorribos de Alba».

Winston Cabas explica que su país «tenía uno de los sistemas eléctricos más robustos», que fue socavado por «la corrupción, la falta de combustibles y la desprofesionalización». El entonces presdiente de Aviem dio una rueda de prensa multitudinaria en nombre de esta Asociación de Ingenieros Eléctricos, Mecánicos y Profesiones Afines. Acusó a Nicolás Maduro de engañar a la población con bulos sobre las causas del problema, «como que las subestaciones eran atacadas por la culebra, ratas y otros animales».

«Mi hijo menor fue detenido y torturado durante 19 horas y nosotros nos tuvimos que ir porque Diosdado Cabello ordenó meterme preso. Pensé en entregarme para que no torturaran a mi hijo», alega Cabas. «El haber alertado sobre un posible quinto apagón más fuerte que el ocurrido en marzo, fue lo que propició que Diosdado Cabello solicitara a las autoridades abrir una investigación contra el ingeniero electricista, Winston Cabas», recoge una de las numerosas noticias publicadas en Talcualdigital.com sobre el caso de Cabas.

El exilio se complicaba con la enfermedad de Clerida, que había sido diagnosticada de ELA (esclerosis lateral amniotrófica), en 2015. «Gracias a que conseguimos un seguro fue atendida en Colombia», admite.

A León llegaron tras los pasos de su hijo mayor que, tras aterrizar en Madrid y hacer un recorrido por el norte de España, encontró en la pequeña localidad de Sorribos de Alba, al lado de La Robla, un lugar seguro para su familia, la de su hermano y su padre y su madre. Una casa de cien años que están reformando y han convertido en tres viviendas independientes. «Queda mucho por hacer», comenta el matrimonio señalando las obras. «Pero la plata se agotó», añade.

Sin recursos

«No tengo trabajo y tengo 68 años. ¿Quién me va a contratar. Vivimos de mis hijos y mis nueras»

En Venezuela permanece el hijo menor y pudieron vender algunas propiedades. Con este dinero pudieron comprar la casa y hacer las primeras obras. «Aquí tenemos seguridad y vivimos tranquilos», subraya Winston.

«No teníamos ninguna referencia de León, alquiló un carro y empezó por Ávila. Queríamos un lugar con hospital universitario, por la enfermedad de mi mujer. No teníamos ninguna referencia de León». «Le dan la medicina que en Venezuela es muy cara» y gracias a la asociación Elacyl dispone de una silla eléctrica que le permite desplazarse por la casa y el patio. «Soy una campeona con ella», dice la mujer.

Elacyl también consiguió que el matrimonio recobrara la asistencia sanitaria en España. La asociación destaca la coordinación de los servicios sociales y el interés tomado tanto por el gerente, Juan José Orozco, como por el alcalde de La Robla, Santiago Dorado, en este caso.

Al matrimonio le han denegado la protección internacional para acceder al estatuto de refugiados y viven con una autorización provisional por motivos humanitarios. «Estamos aquí gracias a Dios y al Gobierno de España». Winston no puede volver a Venezuela. No tiene pasaporte. Pudo llegar a España porque también tiene nacionalidad colombiana.

El matrimonio es una estampa de la resiliencia que hay que tener cuando se pierde casi todo y la salud no acompaña. «En Colombia tuvo un infarto, estuvo 19 días en terapia intensiva. En Venezuela se hubiera muerto», apostilla Clerida. «Tomo 11 pastillas al día», apostilla agradecido por la atención en España.

A la familia, que vivía en una posición acomodada en su país, le faltan ahora recursos. «No tengo trabajo y con 68 años, ¿quién me va a contratar?», lamenta el hombre. Perder su rutina laboral, intelectual y el círculo de amistades ha sido un golpe muy duro. «Vivimos del trabajo de nuestros hijos», añaden. Uno economista y otro periodista, ambos trabajan como camareros con contratos temporales en la comarca.

«Un empleo para Winston», es lo que pide su esposa. «Puede dar clase y asesoría; tiene un doctorado en Ciencias Políticas», apuntan. También solicitan ayuda para atender a Clerida. El marido cocina y se ocupa de todas las tareas domésticas, pero una persona con ELA requiere cuidados específicos.

«Que no nos olviden», pide Winston Cabas, pendiente de las elecciones que se celebrarán en su país el 28 de junio. Con muchos papeles encima de la mesa sobre el sistema eléctrico de país señala que de su situación solo es culpable «la dictadura que hay en nuestro país».

Winston afirma que Venezuela contribuyó en otro tiempo a la democratización en España. «Carlos Andrés Pérez influyó mucho en Isidoro —nombre de Felipe González en la clandestinidad durante el franquismo— abandonara el marxismo y abrazara la socialdemocracia», apunta.

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