Diario de León

¿Un pueblo berberisco en tierras de León?

El misterio de una tribu. Para unos, maragato, viene de «mauri capti» (moros cautivos), para otros de Maragah, ciudad de Persia, y para otros de Mahgreb o Marrakesh. Otros, que deriva de «mericator».

Traje de maragato y vestido de la maragata de espaldas, según Manuel Comba.

Traje de maragato y vestido de la maragata de espaldas, según Manuel Comba.

Publicado por
Pepe Muñiz
León

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En la provincia de León hay buen número de comarcas, con usos, costumbres e indumentaria propios y peculiares de cada una, y tan distintas entre sí, que consideradas aisladamente parecen tener orígenes diversos y opuestos en todo. Lo que en España sucede con las regiones, ocurre en la provincia de León con las comarcas. Decimos esto para no confundir, que el natural de Astorga se le llama astorgano, y el natural de la «Maragatería», maragato, aunque Astorga sea la capital de la «Maragatería», por estar, se puede decir, en el círculo tangente de toda esta comarca. Al Norte, La Ribera (riberanos); al Sur, La «Maragateria» (maragatos); al Este, la Sequeda (sequedanos), y al Oeste, la Cepeda (cepedanos). Astorga es su mercado, su capital de diócesis, la residencia de sus tribunales de justicia, su estación de ferrocarril, y por todas estas circunstancias, el punto que más frecuentan cuando tienen que resolver algún negocio de importancia. Y por idéntico motivo que algunos les titulan maragatos a los de Astorga, también se podía decir que son sequedanos, riberanos, o cepedanos. Lo que es la comarca de la maragatería, está entre Astorga y el Teleno por un parte, y entre Combarros y Santiago Millas, si es que estamos en lo cierto. Bien, y así los dejamos.

El pueblo más curioso

De nuestra península, por sus costumbres, su indumentaria... e incluso por su fisonomía

Richard Ford, en su viaje por España, 1830, al referirse a los arrieros, hace esta descripción: «Los maragatos, cuyo centro se halla en San Román, cerca de Astorga, al igual que los judíos y los gitanos, viven sólo entre su propia gente, conservando sus costumbres y vestidos primigenios, sin contraer matrimonio jamás fuera de su tribu. Tan errantes y nómadas como los beduinos, sus mulas sustituyen a los camellos. Su honradez y laboriosidad se han hecho proverbiales. Es una gente sosegada, grave, inexpresiva, práctica e industriosa. Sus tarifas sol altas, pero las compensa la seguridad, pues se les puede confiar oro molido. Es la maragata gente noble, leal y valiente».

Por su parte, Jorge Borrov, el inglés, que vino a España a vender biblias y recorrió toda la península, en su famoso libro «La Biblia en España», 1836, hace esta descripción. «Los maragatos son, quizá, la raza más singular de las muchas de España. Tienen sus costumbres y trajes especiales, y no se casan con los demás españoles, Su nombre significa «godos-moros», y su traje difiere poco del de los moros de Berbería. Se afeitan la cabeza, y si llevaran el turbante en vez del sombrero español sería difícil distinguirlos de los moros. Poca duda puede haber que son descendientes de aquellos godos que tomaron parte de los moros cuando estos invadieron España, y que adoptaron la religión, las costumbres y el traje de estos, las que, excepto la religión, conservan todavía en gran parte. Sin embargo su sangre no se ha podido mezclar nunca con la de los moros, pues son de godos».

Arrieros

En toda España, desde siempre, se les ha tenido por gente honrada y laboriosa

Sea lo que fuere, en estas tierras de la maragatería, y sus habitantes, los maragatos son tal vez el pueblo más curioso de nuestra península, por sus costumbres, su indumentaria, sus tradiciones ancestrales, e incluso por su fisonomía, según algunos tratadistas, que veían en ellos un rostro cuadrado y de severa expresión, su robusta complexión, sus anchas espaldas y, sobre todo, su carácter independiente, hospitalario, franco y suspicaz, que traen a la memoria los caracteres físicos y morales de los bereberes del Norte de África, y que la semejanza es mayor, cuando se considera el traje típico de la maragatería con su corta chaquetilla y el pantalón de hechura moruna.

En toda España, desde siempre, se les ha tenido por gente honrada y laboriosa, ganaban el dinero que no podían obtener de su amada pero agreste tierra. Eran otros tiempos y por ello se dedicaban al comercio trashumante, conduciendo sus recuas de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad, o empezaban por dependientes de comercio o por otra profesión no menos humilde, y cuando pasaban algunos años y habían logrado hacer ahorros, se establecían por cuenta propia para completar una fortuna que les permitía volver a su pueblo en busca de esposa.

En épocas remotas

Acaso los romanos les llamaron «masbracata», gente que lleva pantalones

Para dar este paso el maragato consultaba con sus padres, y a falta de ellos, con sus más próximos parientes, y con frecuencia se daba el caso, de no haber visto jamás a la que iba a ser su mujer, o de haberla conocido sólo en la primera infancia. Pero entre los maragatos, como un buen hijo se conformaba siempre con la elección de sus mayores, sin más preámbulo ni más romanticismo de ningún género, el padre se encargaba de pedir la mano de la pretendida, y si su petición era aceptada, entraba el novio por primera vez, como tal, en casa de su prometida, y comenzaban las relaciones, como prólogo de su matrimonio.

La víspera de la boda, cada uno de los novios recibía de sus padres la respectiva dote, consistente la de él en la casa y los útiles correspondientes para su trabajo, y la de ella en el mobiliario completo, y sin que faltara el típico arcón maragato, al estilo de los que en su bodas aportan las mujeres bereberes. Duraba la fiesta del matrimonio al menos dos días. Los mozos se divertían disparando escopetas, y como misión, llevar a la alcoba nupcial, la primera noche de bodas, dos gallinas asadas, obsequiar con refrescos a los vecinos del pueblo, hacer la mudanza de muebles desde la casa de la novia a la de donde iban a vivir la feliz pareja y servir la comida a las personas invitadas. También eran los encargados de ir de casa en casa, acompañados de un tamboritero, avisando a los invitados. La comida era abundante, capaz de hartar al mismo Gargantúa. Entre otras viandas que sería largo mencionar, no faltaba, la rica bizcochada, las sopas de ajo en vino blanco, y la sustanciosa gallina en pepitoria.

La vida matrimonial

Nada tiene de idílica. La mujer, fiel, honrada y tan respetuosa, trataba a su esposo de «señor».

Y no hay que decir que en tan señalada ocasión visten los novios lo mejor que tienen en el baúl, colgándose ella sus grandes arracadas y collares llenos de crucifijos y otras imágenes religiosas. El baile iba acompañado de un tamboril y una zampoña. La vida matrimonial de aquellos maragatos nada tiene de idílica. La mujer, fiel, honrada y tan respetuosa, que daba a su esposo el tratamiento de «señor». Quedaba en el pueblo dedicada, por regla general, a la labranza de los poco productivos campos, y el marido se iba a la capital, o por ahí, o por esos mundos del arriero, para comerciar hasta que sus ahorros le permitían abandonar el trabajo y volver a su casa para disfrutar los tardíos goces del hogar.

Pero ¿De dónde procede esta gente tan singular de una de nuestra comarcas leonesas? ¿De dónde ha traído su tradicional y pintoresca vestimenta y sus arcaicas costumbres?

Se ha tratado de responder a esta cuestión investigando el significado de la palabra maragato, y, como no podía menos de suceder, cada investigador la ha explicado a su manera. Para unos, maragato, viene de «mauri capti» (moros cautivos), para otros de Maragah, ciudad de Persia, y para otros de Mahgreb o Marrakesh. Otros, que deriva de «mericator» (mercader) en alusión a su habitual forma de trabajo, arriero. Los que hemos citado antes, Borrow y Ford, hablan que los maragatos son descendientes de lo godos, uno, y de los bereberes otro.

Pero la cosa no queda aquí, pues según otros estudios antropológicos, han puesto fuera de toda duda que hay una gran afinidad entre los naturales de la Maragatería y los berberiscos. Lo que queda por resolver es cómo y cuando se instalaron los berberiscos en este territorio.

Según el orientalista Dozy Reinhart en su Historia de los Musulmanes en España (1852), que en los días del rey asturiano Alfonso I, llamado el Católico, (739 y 757), en sus incursiones contra los moros, las crueles luchas internas entre los emires del «Andalus», unida a la terrible hambre, hizo huir al África a los bereberes que poblaban gran parte de nuestro suelo. Solamente quedaron entre Astorga y León, un grupo de familias, el cual con el tiempo, dio origen al pueblo que no tardó en convertirse al cristianismo, pero conservando cierta independencia y muchos de sus trajes y costumbres.

Otro supuesto, por la historia es sabido que los romanos durante su dominación en España, explotaron en gran escala las minas próximas a Astorga, entonces capital del territorio de los astures, por lo que es de suponer, que para efectuar los grandes trabajos, que aún nos asombran al ver por ejemplo, las Médulas, llevasen allí miles de obreros, indudablemente esclavos, que pudieran proceder del Norte de África. Y terminados los trabajos, y las vicisitudes que nuestra patria pasaba entonces, pudieran contribuir a la libertad de aquellos esclavos y a su establecimiento definitivo en la misma región, viniendo a constituir un pueblo que acaso los romanos llamaron «masbracata», de «mas», macho o varón, y «bracata», gente que lleva pantalones, aludiendo al traje que desde remotas épocas usan los maragatos.

Sea cual sea alguna de esta hipótesis, o las de otras muchas que andan por ahí, o de las que están por descubrir, aunque no fuera posible ciertamente ninguna, aunque así fuera, no dejarían de ser los maragatos uno de los pueblos más interesantes y misteriosos de León, y desde luego de toda España.

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