Presidente de la Federación Europea del Dolor
García Larrea, el sabio del dolor: «El dolor tiene memoria, duele menos el conocido»
Más de doscientos especialistas se citan en León para abordar los avances en un congreso que reúne a ochocientas personas
El neurofisiólogo clínico, Luis García Larrea, presidente de la Federación Europea del Dolor, participa en León en el XX Congreso de la Sociedad Española del Dolor (SED) que reúne doscientos especialistas en un encuentro con ochocientos asistentes. García Larrea trabaja en el Centro de Investigación de Neurociencias de Lyon (Francia), instalado en el Hospital Neurológico.
—¿Hay alguien que no tenga algún dolor?
—Es una de las experiencias más comunes, que se puede comparar al hambre y a la sed. Experiencias que no se pueden describir si no se tienen. Cuando duele algo se puede expresar y sentir mientras duele, pero si ya no duele no se puede volver a pensar voluntariamente. Esa es la gran diferencia con otras vías sensoriales. Si usted ve una casa y cierra los ojos puede volver a recrear, si ha escuchado una melodía se puede concentrar y volver a recrearla en su cabeza, eso no puede hacerse con el dolor.
—¿Duele distinto según el país en el que se viva?
—Buena pregunta. No le puedo responder porque no se está en la cabeza de la gente. Es posible que duela igual, pero no se expresa de igual manera. Lo que se sabe es que hay tipologías del dolor. Hay la tipología del expresivo, que va a llorar y hacer muecas, el estoico, que no querrá manifestarlo. También hay una tipología masculina y femenina. El hombre, sobre todo en los países del sur, se siente muy viril y no quiere expresar el dolor, y en otros países tienen más facilidad para hacerlo. Si un hombre está ante una médica mujer tiene menos tendencia a quejarse que si está ante un médico hombre, al que le cuenta más cosas.
—¿También puede ser por educación e incluso familiar? ¿Hay familias a las que les afectan dolores comunes?
—Todo lo que pregunta se refiere al modelo biopsicosocial del dolor, que ya no se considera como una sensación, una percepción, una experiencia compleja que hace intervenir los lugares más dispares del cerebro. Hay sitios que son sensoriales, porque hay que saber dónde duele, si la mano o el pie, si es frío, calor, si pincha o no. Pero también hay una parte que pertenece a la memoria. Un dolor que se conoce duele menos que un dolor desconocido, pero esa angustia también es algo cognitivo y emocional. La angustia va a añadir una sensación de cólera si parece que el dolor lo está inflingiendo alguien. En el dolor influye todo el cerebro, no hay un centro del dolor en el cerebro, lo que hay es una red enorme y esa red está influenciada por muchas cosas. Sobre la biología está la psicología y por encima está la sociología, la familia el trabajo, la atención que le prestan o la civilización en la que vive. Ese es el verdadero modelo del dolor. No es sólo el dolor concreto, es también cómo influye en el trabajo, la familia y todo lo que pasa alrededor.
—Entonces los tratamientos, a parte de estar dirigidos químicamente a paliar el dolor, también deberían ir enfocados a analizar la situación social del paciente.
—Y lo están. Hay ciertos tipos de dolores que son difíciles de tratar que se abordan con medicamentos que se generalizaron como antidepresivos, pero que ya casi no se utilizan como antidepresivos sino como antidolor neuropático, porque las vías que controlaban esa depresión son muy similares a las que controlan el dolor. Una parte del tratamiento no hace con química, sino con el contacto con el paciente, saber escucharlo, dejarle hablar, no imponer un discurso médico, a veces hablando con la familia.
—¿Qué proyecto de investigación tiene en marcha?
—En nuestro equipo tenemos tres líneas de investigación. Una es sobre el dolor fisiológico, cómo el cerebro transforma una energía física en una experiencia consciente. Trabajamos durante el sueño y la vigilia con manipulaciones de electrofisiología e imágenes funcionales. Otra área es la del diagnóstico. Cómo diagnosticar rápidamente a los pacientes con dolor, sobre todo neuropático, que sucede cuando el sistema nervioso está agredido, como ocurre en la diabetes, un accidente vascular o el Parkinson. Investigamos cómo diagnosticar rápidamente al paciente y que no pase cinco años de su vida de médico en médico sin saber lo que le pasa. Tenemos una tercera vía, que es la terapeuta, en la que desarrollamos sistemas de estimulación con terapias electromagnéticas y, a veces, neuroquirúrgicas, implantando electrodos.
—En Estados Unidos hay un problema sanitario con el abuso de fentanilo para el dolor, que ya empieza también a sonar en España. ¿Se abusa de los opiáceos para tratar el dolor?
—El problema de los opiáceos es esencialmente norteamericano. El modelo europeo nos protege. La medicina americana está orientada a la ganancia económica. Un visitador médico tiene derecho legal de invitar a comer al médico, hacerle regalos, un tipo de aproximación muy diferente al europeo. Creo que en Europa estamos protegidos y las cifras lo pruebas. Se publicó un artículo con el título Por qué no hay una epidemia de opioides en Europa. Eso no quiere decir que no haya un problema, que en Europa es de adicción ilegal, más que de prescripción y en EE UU es un problema de prescripción. Tenemos que saberlo para prevenirlo, pero nuestro sistema de salud nos protege.
—¿Han aumentado los pacientes con dolor después de la pandemia del covid, las crisis económicas...?
—Sí. Todas las epidemias y las catástrofes sanitarias dan lugar a un coleteo que puede durar años. El síndrome post covid se parece mucho a un síndrome que hubo cuando se introduje el tren. Las primeras personas que iban en tren, con el traqueteo, desarrollaron síndromes que ya no existen, que eran dolores musculares y columna, que se achacaban a el viaje en tren. Una parte de esos dolores van a desaparecer, otra parte no, porque el covid provocó cambios inmunitarios que conocemos todavía muy poco, y que pueden causar síndromes músculo esqueléticos que pueden durar. Pero toda una parte es un síndrome post pandemia.