Diario de León

Adrián, de Camposalinas. DAVID CAMPOS

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ALBERTO FLECHA

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E sto a qué altura está, a mil cien metros? Mil ciento ochenta exactamente. Cuando subes desde Carrizo, que es agua, en Santa María empieza aguanieve y aquí ya hay una cuarta de nieve.

Adrián y su padre nos muestran un cielo limpio rodeado de montañas. Tienen su ganadería de blondas de Aquitania en Camposalinas, en la meseta que une los valles del Omaña y de Valdesamario. Desde que hemos llegado aquí arriba, no nos podemos quitar de la cabeza la sensación de que, si nos estiramos mucho, podríamos tocar el cielo.

— Vosotros habéis venido por Irián, ahí está Carrizal y siguiendo la carretera se llega a Soto y Amío. Desde aquí se domina media montaña leonesa. —nos dice el padre de Adrián—En otros tiempos me tocó trabajar mucho, la vida en el campo es muy dura. Pero ahora, cuando paseo entre estas vacas, no necesito más, no tengo preocupaciones.

Adrián mira a su padre mientras habla. A sus diecisiete años ha empezado los trámites para hacerse cargo en algún momento de la ganadería.

— Yo ya le digo, lo primero es estudiar. Y si algún día quiere hacerse cargo de esto, ya sabe, ahí lo tiene. A él le gusta mucho, yo le llamo “el boinas”, le gusta mucho el pueblo.

En invierno, nos cuentan, hay diez personas en el pueblo, y mucha gente mayor.

—En verano no, en verano el pueblo se llena. Vienen los que se fueron a trabajar fuera. Y también los veraneantes que llegan a Carrizal, a Irián, a Santovenia… El verano pasado, en una parrillada que hice en el teleclub, senté a más de cien personas, y seis planchas funcionando.

Adrián y su padre viven a caballo entre el pueblo y la capital, un trayecto que no llega a la media hora de camino. En tan poco tiempo se puede pasar de la ciudad a esta llanura entre montañas. Desde donde estamos, se ven las aldeas vecinas, solo se oye la brisa y también el mugido de las vacas.

Adrián se mueve entre los terneros jugando con una hierba entre los dedos. Si por él fuera, se quedaría aquí, con las vacas. Él estudia en la capital. Mientras acaricia la cabeza de un jato, nos cuenta que esta noche tiene previsto bajar para salir con sus amigos. Aquí en el pueblo solo hay cuatro personas que se dedican al ganado; uno es su tío, otro es un tío de su padre. Le gustan mucho los coches y, en cuanto cumpla los dieciocho, tiene previsto sacarse el carnet de conducir.

Su padre lo mira orgulloso—A él le gusta mucho esto—nos dice— el pueblo, estos montes, las vacas… pero esto es muy esclavo, hay que estar muy pendiente del ganado. Que estudie, y si luego quiere ocuparse de esto, aquí lo tiene. Todavía es muy joven, puede dedicarse a ello como un pasatiempo.

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