Diario de León

Moisés, de Páramo del Sil. David Campos, 2024.

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ALBERTO FLECHA

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Es duro cortar pino en el monte, y más en esta época de tanto calor, sobre todo cuando lo haces a motosierra porque estás todo el tiempo entre nubes de polvo. Caen los pinos a tu alrededor, te pega el sol, es un trabajo muy físico. Ahora, desde que compré la procesadora hace tres años, es distinto, me meto ahí con el aire acondicionado y escucho podcasts, música, hablo por teléfono… Pero aún así hace demasiado calor, a veces es mejor trabajar de noche.

Yo había ido a estudiar Industriales a Madrid, pero me dediqué a esto cuando vi que ganaba más que en muchos trabajos que me ofrecían. Volví al pueblo, a Páramo del Sil, y convencí a mi padre para volver a levantar el negocio de la madera. ¿Quién me iba a decir que a mis veintisiete años iba a acabar trabajando en aquello con lo que me castigaban de pequeño? Mi padre se dedicó a esto durante treinta años, todo a motosierra, entre los pinos, unas veces con escarcha en el pelo por las heladas, otras quemado de calor. Llegó a ir a cortar a las Landas, a Francia, también a Valencia. Un día, uno de esos cables gordos que sirven para remolcar máquinas hizo una lazada, se estiró y le destrozó las piernas. Así que dejó la madera hasta que volvió para ayudarme. La verdad que yo no podría haber levantado esto sin él.

Estos montes están todos repoblados de pinos, a veces hasta donde llega la vista, bosques y bosques. A mí el trabajo no me falta. Dicen que donde hay más madera de pino es aquí, en León, y eso que España es uno de los países con más masa forestal de toda Europa. Así que no me quejo. Y eso que yo solo voy recogiendo las migas de lo que dejan los grandes: madereras de millones de euros, empresas que controlan todo el proceso de transformación, desde cortar estos árboles hasta hacer pellets o planchas de contrachapado. Pero yo me apaño bien, ahora con la procesadora voy mucho más rápido.

La máquina viene de Suecia, tardaron casi dos años en mandarla. Corta y monda los troncos ella sola. Cuando nos metimos en esto, mi padre me miró fijamente y me dijo: mira que ahora ya no puedes volverte atrás. Fueron un par de años muy duros. En ese proceso, un día tropecé en el monte y me corté en la pierna con la motosierra. Destrocé músculos y todo. En esos meses tan malos algún día me tocó ir al monte en muletas. Luego ya me dieron la máquina y eso ya fue otro rollo. El cambio fue muy grande, partiendo de que no sabes usarla: te metes en la cabina y tienes un panel con más de treinta botones donde cada uno hace una cosa distinta. Poco a poco me fui acoplando y ahora todo es muchísimo más cómodo. Espero progresar rápido con esto, montar un aserradero... Quién sabe, hay monte de sobra para crecer.

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