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CORNADA DE LOBO. GARCÍA TRAPIELLO

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M e gané réplica de historiante bizco, arremetidas de cura verseador, anatemas de cazurrista de ombligo decretal y burlas de delirante novelero con alguna amistad ya escabechada al venir manteniendo desde 1973 que la Dama de Arintero (si es que existió, y ya es que no; lo deduce en su estudio el profesor de archivística Rafael Maldonado del que daba cuenta este periódico), debió ser una ruda machorra sin apenas pescuezo, velluda, con bigotillo y todo, tetiplana, culiestrecha, algo patizamba y retaca, con estelas de perfume de cuadra y voz carrasposa de tanto vino peleón en taberna ahumada, es decir, todo un fraude de cabo a rabo, que es lo único que le faltaba. Cómo, si no, pasar desapercibida entre sucios mozarrones. Y montado en mula terca reescribí su historieta por reírme algo de lo que se vendía como fazaña de moza fermosa plena de admiración heroica, de gloria local y de reverencias al óleo.

Y es que la propia leyenda nació incongruente al poner a la ¿bella doncella? peleando por la Católica en Zamora a falta de varón en su casa paterna, herida ahí, desvelado entonces su sexo y devuelta a casa con una paguilla, pero persiguiéndola después soldados de la reina hasta encontrarla en La Cándana jugando a los bolos con paisanorros donde la apiolan, sin especificarse si fué lanzada, estocada o cristazo en la mollera con la semiesférica bola de bolos leoneses que es como una hogacina durísima y pesada por nacer de cepo de urz. Si era una heroína que volvía con privilegios para los suyos y su pueblo, ¿por qué la perseguían quienes supuestamente le habían premiado con tantos honores?... Así las cosas, no era difícil plantear un relato alternativo y realista: la tipa se gastó los pocos cuartos en un amanuense de Benavente que le minió en pergamino el falso privilegio y con él fue dándose el pisto en un relajado camino de vuelta chuleando y adeudando por doquier hasta llegar la impostura a oídos de la reina que mandó desfacer el entuerto de la dama pelleja. Y así, muriendo una bribona se parió el mito. Ganas de ello. No más.