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Publicado por
Antonio Casado
León

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Si lo que pretendía el presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, con su precipitada disolución de la Asamblea Nacional, era que las urnas repartieran nuevas cartas con freno de mano al irresistible avance de la ultraderecha, ha hecho un pan de obleas.

Lo que ha conseguido con su irreflexiva convocatoria del 9 de junio, cinco minutos después de constatar que la ultraderecha (Marine Le Pen y su Reagrupación Nacional) había arrasado en las urnas europeas, es sembrar el pánico entre los jerarcas de Bruselas (sede de la UE) y en la mayor parte de los Estados miembros.

Sin embargo, a lo mejor nos ha hecho a todos el favor de ver en el avance de la extrema derecha la propia vacuna frente a los excesos que se le atribuyen (xenofobia y euroescepticismo, básicamente).

Véase como las dos versiones europeas de la ultraderecha en alza, la que lidera Marine Le Pen en Francia y Georgia Meloni en Italia, son las que más se han acercado al pentagrama de valores sobre los que campea el proyecto europeo (urnas, leyes, derechos humanos, división de poderes, libertad de circulación de ideas, etc.). Pero sabiendo que, a pesar de los pesares, hay líneas rojas cuyo desborde no permitiría de ninguna manera la ciudadanía francesa. Ni la europea en general.

Hablo de la aversión a los radicalismos entre las mayorías del sentido común, vengan por la derecha (Eric Zamour y su partido Reconquista) o por la izquierda (Melenchon y su presunto antisemismo).

Mejor no tratar de entenderlo con plantillas españolas, aunque hay una cierta similitud entre el llamado «Arco Republicano», que en Francia sería un cordón sanitario frente a la ultraderecha, y los «partido constitucionales» españoles, que aquí serían un dique frente a los desvaríos independentistas de Cataluña. Nada que ver con la política francesa.

Es verdad que en España se usa la expresión «cordón sanitario» también contra la ultraderecha, en la que Sánchez y sus terminales incluyen a Feijóo, en interesada e indebida equiparación. Pero en realidad aquí la extrema derecha es una fuerza subalterna del PP, mientras que en Francia, esa fuerza es la dominante.

Es la gran diferencia, entre otras.