Diario de León

Viudas, presas y molidas a palos, heroínas de posguerra en Casares

El calvario de las mujeres. Abuelas, madres, hermanas, hijas... y hasta una niña de corta edad de Casares de Arbas sufrieron una multitudinaria y múltiple represión de los fascistas tras la caída del frente norte de la Guerra Civil entre León y Asturias, a partir de septiembre de 1937.

Nieves Rodríguez Cañón y su marido Manuel Martínez Rodríguez, en su casa de Villamanín. FERNANDO OTERO

León

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 «La tía Belarma iba corriendo detrás del camión dando voces. Él también. Le decían ‘señora, márchese a casa, que si vienen los jefes también la van a matar». La escena que relata Nieves ocurría en el otoño de 1937 en Casares de Arbas, poco después de la caída del frente norte republicano. Las laderas de Peña Laza, el último reducto de la Guerra Civil en León, «estaban que echaban fuego», cuenta una copla en Busdongo.

El camión de la muerte llevaba llevaba a los seis hombres que la ARHM buscó en la fosa de Matamala en Sena de Luna (encontraron cinco el pasado junio). Sergio Alonso González, el marido de Belarma, y también a Laurentino Cañón Morán, a Lisardo Febrero Rodríguez; a Manuel Febrero Rodríguez; a Tomás Rodríguez Martínez y a Lorenzo Rodríguez Martínez. Camilo Rodríguez Díez logró escapar y Evaristo, hermano de Laurentino, fue ejecutado en otra saca.

La niña del pueblo

«Mi madre me llevó con ella a San Marcos. Me fue a buscar una prima y luego fui de casa en casa»

Unos viajes después, el camión bajó cargado de mujeres. Las hermanas Belarmina, Tomasa y María Cañón Morán, que también lo eran de Laurentino y Evaristo, junto a su madre, Manuela, fueron apresadas con otras vecinas de Casares de Arbas como represalia. Prudencia González Rodríguez, la madre de Sergio, también iba en el camión.

Se cuentan hasta 28 mujeres entre las 48 personas con expedientes de detención en Casares de Arbas tras caer el frente norte entre León y Asturias en septiembre de 1937. La cifra es inexacta. Hay que añadir los hombres que fueron paseados (hay al menos otra fosa pendiente de abrir en Poladura de la Tercia) y los que huyeron al monte cuando iban a ser fusilados, como Camilo Rodríguez Díez, el marido de Tomasa.

Camilo, primero por la derecha, con otros hombres de Casares de Arbas. fernando otero

Capturar a Camilo, que se convirtió en un legendario maqui de las montañas de Pajares, era un objetivo prioritario para los elementos franquistas tras el triunfo del general Aranda. Muchas otras personas sufrieron los apalizamientos cotidianos para que dieran señas de su paradero.

Casares de Arbas, que nació como poblado merinero por la trashumancia, llegó a tener 440 habitantes en 1900. Su lejanía respecto a Arbas, imprimió un carácter autogestionario a sus habitantes, que quedaron diezmados con la alta mortalidad de varones de la Guerra Civil.

Por cada hombre proscrito para los franquistas perseguían a dos, cuatro o seis mujeres. Las que hubiera en la familia con edad. A las mujeres les tocó resistir viudas, presas, molidas a palos. Tomasa Cañón Morán llevaba a su hija pequeña en brazos cuando la montaron en el camión. El mayor había quedado con el abuelo paterno en Casares. «Yo había nacido el 12 de julio de 1937 y mi madre me llevó con ella». La niña era Nieves, la mujer que cuenta esta historia perenne en su memoria.

Sin hombres

«Llevaron casi al pueblo entero. En la escuela se contaban los que teníamos padre»

El camión con las mujeres apresadas en Casares se dirigía a la collada de Cármenes. «Las iban a matar, pero el chófer se negó. Las metieron en la iglesia de Ventosilla y luego las llevaron a San Marcos», añade Nieves. La niña era ajena a la tragedia que la rodeaba. En brazos de su madre y colgada de su pecho entró en el campo de concentración.

«A mi madre le dijeron que no me podía tener allí, que me llevaban al hospicio. Ella se negó y tuvo que venir a buscarme una prima, Delmira», que se hizo cargo de la criatura junto con su marido. «A este matrimonio le hacían ir a presentarse al cuartel de Casares. Les preguntaban que dónde estaba Camilo y, como no sabían, les daban palizas».

Hasta que un día se cansaron: «‘Hacer’ lo que queráis con la niña». Nieves se convirtió en la niña del pueblo. La criatura fue criada «de casa en casa». Pronto aprendió a distinguir entre quienes la querían y quienes la maltrataban. «Me sacaban por la noche al ‘prao’ para que llorara a ver si venía mi padre al oírme» para prenderlo. En la casa del maestro la hacían dormir sobre el descansillo de la escalera con una manta. «Iban las vecinas al filandero», recuerda. Cuando creció empezó a escaparse de las familias hostiles. Se llegó a esconder en una cuadra después de tirarse por la trampilla de la primera planta. En otra ocasión se escapó de la casa donde se la turnaban y «entré por la gatera y me eché en la cama con la familia». En otra casa le lavaron la cabeza con agua fría en la calle en pleno invierno...

«A mi abuelo por parte de padre, con el que vivía mi hermano, también le metían panaderas para que cantara a donde estaba Camilo. Un día cuando mi hermano se asomó al pajar, lo vio allí colgado». A la familia de Nieves «les tiraron la casa, les quitaron todo hasta un caballo que estaba en Rodiezmo y una vaca que tenía mi abuela a medias con otra».

Mujeres de Casares de Arbas con monjas de la prisión de Saturrarán.fernando otero

Las mujeres condenadas por auxilio a la rebelión fueron Prudencia González Rodríguez, Benjamina Martín Morán, Gregoria Gutiérrez Morán, Rosaura Martínez Cañón, Emilia, Adelaida y Asunción Martínez Díez, Belarmina, Tomasa y María Cañón Morán, Celerina Febrero Rodríguez, Serafina Morán Cañón, Manuela Morán Fernández, Maximina y Romina Rodríguez Cañón, Ceferina Rodríguez Gutiérrez, Cesárea, Victoria y María Rodríguez Martínez, Elia Rodríguez Rodríguez y Piedad y Elvira Solís Cañón. Las hermanas Álvarez Cañón —María, Amelia y Ana— fueron sometidas a consejo de guerra y condenadas por incitación a la rebelión. Las penas oscilaban entre los 14 y los 20 años de prisión, aunque no l legaron a cumplirlas en su totalidad. Los «limpiadores», como tilda a los pistoleros fascistas, Manolo, el marido de Nieves, se llevaron a su abuela Gregoria y a su madre Ceferina. «Pasamos más hambre...», lamenta el hombre.

Eran mujeres que se casaron por lo civil o vivían con sus parejas, "amontonadas", para los sublevados; mujeres que militaban en sindicatos y partidos políticos; mujeres que eran "buenas trabajadoras" según los informes de sus victimarios. Mujeres contagiadas por los valores de la II República que llegaron hasta pueblos tan alejados como Casares de Arbas. Mujeres de su tiempo que para sus verdugos eran malas mujeres y, sobre todo, eran las esposas, madres, hermanas o hijas de los hombres que querían atrapar.

Las había afiliadas a la CNT y al Partido Comunista. En San Marcos estuvieron prisioneras al menos 28, aunque fue absuelta. A todas las señalaron en sus antecedentes políticos como de izquierdas. «Es poco afecta a la religión. No posee ninguna virtud», dicen de Prudencia, que acabó sus días en la prisión de Saturrarán tras una condena de 20 años. «Inducía a las que compartían su ideal para que atropellara las personas de bien, diciendo que había que acabar con ellos», reza el informe que remiten de Villamanín al juez de La Vecilla. Los informes de Heliodoro Díez eran casi calcados para todas las mujeres, salvo cuando había que cargar las tintas con alguna. «Asistía alguna vez a mi misa, era trabajadora. Tenía mala conducta en todos los aspectos. Tenía un hijo antes de casarse, se casó en el dominio rojo por lo civil», decía de María.

En la prisión central de Mujeres de Saturrarán (Guipúzcoa) estuvieron presas Manuela y sus hijas María, Tomasa y Belarmina. «Mi tía Belarma tejía, mi madre filaba y mi tía María en la cocina. Prudencia no tenía nada, cuando se murió no tenían ni ropa para amortajarla», recuerda Nieves. A todas les abrieron expediente de responsabilidades políticas y fueron objeto de investigación por la comisión de incautación de bienes.

La abuela Manuela fue la primera en regresar de la cárcel. «El día que llegó yo no la conocía, pero vi el cielo», afirma Nieves. Se instalaron en una casa pequeña y tuvo que dar un prao a los que le quitaron la vaca para recuperarla. «Vinieron a ayudarnos de Folledo, mis tíos iban allí a segar la hierba y nos ayudaron mucho los de Folledo. Nos trajeron colchones, ropa, patatas y así fuimos caminando para delante», recuerda agradecida. Cuando tres años después regresaron su madre y sus tías ella y su hermano huían de María, «no la conocíamos».

Tomás González repasa la información recopilada sobre la represión en Casares. fernando otero

«Llevaron casi al pueblo entero», dice Tomás González sobrino de Sergio por parte de padre y de Tomás Rodríguez por la madre y nieto de Prudencia. «Cuando íbamos a la escuela se contaban los que teníamos padre», relata. Sus tías —recuerda— llevaban flores a la fosa de Matamala. «Cuando les mataron quedaron mal enterrados y les estaban comiendo los lobos. Un pastor avisó y les fueron a tapar mejor», relata en el bar que, a sus 82 años, «83 en noviembre», aún regenta en Casares de Arbas. Desde que «Zapatero aprobó lo de la memoria» ha estado buscando. Un alemán le ha ayudado en las pesquisas.

Represión múltiple

«Mi madre murió con el miedo metido en el cuerpo. A mi abuelo lo mataron a palos en el cuartel»

Vicente Valderrey Febrero es sobrino de Manuel y Lisardo Febrero Rodríguez. Dos tíos fusilados, uno huido, su tía en la cárcel y su abuelo y su abuela molidos a palos en el cuartel de Villamanín. «Les denunciaron porque mi abuelo, el Patacón, era padrino de una hija de un maqui famoso»; cree que era Camilo. Todos apuntan a El Asturiano, que vivió en Casares y allí murió de cáncer maldecido por alguna de las mujeres víctimas.

Vicente, minero lacianiego, asegura que sus tíos fusilados en Matamala «no eran de la CNT, eran dos niños de 14 y 16 años». «El que era de la CNT era mi tío Antonio, que tenía más de 18 y escapó», apostilla. Su tía Celerina fue condenada a 14 años de prisión, aunque al él le llegó la historia de que había sido condenada a muerte y le conmutaron la pena, «junto a su novio Miguel».

En casa de Vicente, de boca de su padre, conoció la tragedia familiar desde la caída del frente norte. «Mi madre callaba y lloraba cuando se ponían a contarlo. Murió con el miedo metido en el cuerpo», lamenta. María Febrero Rodríguez era hija de Vicente Febrero y María Rodríguez y tenía 11 años. «A mi abuelo lo mataron a palos en el cuartel de Villamanín, mi padre lo vio cuando volvía de una de aquellas palizas y traía las botas manchadas de sangre» y «a mi abuela le daban palizas casi todos los días».

Nieves, Tomás y Vicente rememoraron ese pasado silenciado delante de la fosa de Matamala. Están satisfechos y aliviados por recuperar los cuerpos. No les importa que no les puedan identificar con el ADN debido al estado. «Los enterraremos a todos juntos como estaban. Estuvieron juntos, que sigan juntos ahí». A Camilo, sin buscarlo, no sabían dónde, le hallaron en un memorial en Pola de Lena.

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