Siéntate aquí
Miras al horizonte que nunca es llano ahí con tanto monte delante desde ese banco con un corazón calado en el respaldo que puso el ayuntamiento a mitad de ladera para que el forastero cuelgue selfies con sus puestas de sol en instagram y así dé alas al nombre del lugar puesto delante con letras exageradas, moda grandona que hoy todos plagian. Estás solo. No eres un turista. Sólo subiste por echar la tarde a perros y para mirarte dentro cerrando los ojos, serenando el ánimo, trillando recuerdos y haciendo fuelle el pulmón; esa brisa de calabrón la masticas como chicle medicinal. Tu pueblo, cuna familiar a tus pies en lo hondo del valle cercado de prados y sebes, también anda algo solo, aunque ahora, ya verano pajarero, van llegando pequeños bandos de chillones vencejos con gafas de sol y en bermudas. Y ahora pastan en tu memoria las vacas del abuelo que subían aquí, a lo comunal, vacas que alguna vez vigilaste con tu prima Amparín, la de tu primer beso furtivo que sólo te supo a torpeza, a menta y a culpa, ningún tilín, aunque a ella quizá, eso decían sus ojos, y los vio su padre, tu tío Onofre, que te puso proa a la vergüenza familiar y frontera a la puerta de su casa sin que ya nunca derrotara esa cancilla. Aquel atrevimiento te lo absuelve el tiempo-lejía y lo perfuma el intenso olor a hierba recién segada que tanto te embriaga llegando de ese prado cercano, hierba que ya no viajará al pajar en aquel carro tan colmado al que te dejaban encaramar; de él tiraban la Paloma y la Garbosa, mantequera una y ratina la otra, qué leche la suya, un dedo de nata dejaba en el hervidor. Y después repasas a todos los que faltan o alcanzas a recordar, tantos ya, repicándote sus bromas rudas, sus manías, sus risas o sus riñas. Pero vuelves una y otra vez a aquel verano. Te rajaste. Que te lo diga Amparín, viuda hace ya algo y consomidina ella, pero igual de vivaz a sus 67, la única del clan que resistió en el sitio. En su casa te alojarás los dos días de tu visita fugaz. Y dentro de un rato, en tu primera cena en esa cocina que abraza, ¿qué reproches y qué promesas os cabrán?...