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Once robinsonas en sus ‘islas’ en León

Mujeres que «viven solas, pero no aisladas». Un libro de Gema Villa y Pilo Gallizo se adentra en las ‘islas’ de once mujeres en Maragatería, El Bierzo y La Bañeza que viven solas, son autosuficientes y han tejido una red que las conecta a través de la pintura, la poesía o el activismo ambiental.

Gema Villa con su libro ‘Robinsonas de tierra adentro’. FERNANDO OTERO

León

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Las once protagonistas de Robinsonas de tierra adentro , el libro de Gema Villa y Pilo Gallizo que sale a la luz de la mano de Marciano Sonoro, representan para la autora «la cotidianidad de la excepcionalidad», señala la periodista leonesa, nacida en Matadeón de los Oteros, que ha desarrollado su carrera en el Ayuntamiento de Zaragoza.

«Son historias de vida zigzagueantes, llenas de paradas, de cruces y de cambios de dirección», apostilla. Gema Villa se puso a la tarea de hilar estas vidas hace tres años, cautivada por el encuentro mensual de algunas de ellas en torno al colectivo ‘Dibujando por los pueblos’. «Las veía especiales y con vidas excepcionales» y ha quedado fascinada «al conocer a gente con tanta capacidad de decisión».

Nueve residen en Maragatería y dos en La Bañeza y El Bierzo. Tienen entre 44 y 70 años y ninguna vive en su lugar de origen. Cuatro son extranjeras, otras tantas de León y tres de otras provincias. Las once robinsonas que Gema Villa, con la luz de Pilo Gallizo, ha descubierto en sus islas-casa en León son autónomas. Todas tienen animales, excepto Eva, que vive en un piso, aunque en su terraza de nueve metros cuadrados tiene diez árboles y plantas aromáticas, «una perfecta alegoría de sí misma». Atienden la huerta, arreglan el coche o la lavadora, construyen... «Muy pocas tienen un trabajo con horario», no tienen tele y solo tres están conectadas a plataformas audiovisuales. «Algunas ni siquiera tienen whastapp; no quieren perder el tiempo». Pero están conectadas. «Ellas dicen que de lo que de verdad es importante, te enteras».

Andy es alemana y ha vivido en lugares tan dispares como el Sacromonte vendiendo cuadros a la entrada de la Alhambra; en Oviedo, donde fue cantante de rock en un pub y en Italia, haciendo escultura con la misma piedra y en el mismo lugar donde Miguel Ángel sacó su David.

Evelyn, una enamorada de las casas maragatas, decidió tener la suya propia tras jubilarse como profesora de inglés. Fátima llegó a España desde Portugal cuando tenía 14 años con su amor, que trabajó en la mina. Ella fue una de las costureras de las desaparecidas ‘cooperativas’ de Teleno. Se separó y ahora renueva un pajar para vivienda en Piedralba.

Isabel vivía hasta 2020 pendiente del cielo. Era agricultora. «Es un ejemplo de superación y mejora gracias a los libros y al feminismo». Se hizo casa en Santiagomillas, igual que Olga Castrillo, la veterinaria, doctora y casi bióloga que en 1978 organizó en León una exposición sobre unas perfectas desconocidas en la época: Concepción Arenal, Carmen Martín Gaite, Virginia Woolf, Simone de Beauvoir... «Una rebelde con causa», anota Gema Villa. Marga es psicóloga y, tras decidir irse a vivir a Pereje, el pueblo materno del Bierzo, casi en Galicia, se compró una furgoneta y hace consultas a domicilio, además de participar en la vida política del municipio. Rose Marie, una francesa que anduvo treinta años viajando con un alemán, pasó por la experiencia de la aldea hippie de Matavenero, para recalar con casa propia en Requejo, en la comarca de la Sequeda. Ella y su pareja vivieron en una tienda de campaña hasta que hicieron la casa autosostenible en un contenedor. No paga facturas de luz,tiene energía solar, para las aguas fecales usa una fosa séptica, recicla en el agua y tiene un pozo con noria. Cuando se separó dudó entre quedarse o irse. Eligió Requejo y su mundo. Virginia vivió 12 años, cinco en solitario, en una cabaña que se hicieron en el monte y aún conserva. Ahora se ha hecho casa en Val de San Lorenzo y se dedica a las plantas medicinales y a la marquetería. Da clases de taichi.

Gran parte de las robinsonas en el filandón que hicieron para el libro. pilo gallizo

Yaye también ha tenido una vida muy cambiante. Periodista, hortelana y aspirante a hostelera, «dejó Madrid a los 28 años y se fue en busca de la naturaleza, lo único que le podía curar». Trabajó en una embotelladora en la serranía de Cuenca y estuvo a punto de meterse monja en Montserrat. En un caserón de San Martín del Agostedo prepara un restaurante vegetariano.

«Cada una muestra una forma de vida diferente al resto. Es una variedad que anima a seguir indagando y a no ver el entorno rural en dos dimensiones», subraya Villa. Una frase de Sergio del Molino está en el frontispicio de esta obra: «Cuanta más gente sea capaz de vivir a su antojo y cuanto más diverso sea el repertorio de formas de vida, más fuerte y digna será la sociedad». Las autoras hacen un retrato testimonial y gráfico de cada una de las protagonistas y éstas se autorretratan con un objeto. Cuatro o cinco no tienen miedo a nada, alguna teme perder la autonomía, al frío, al jabalí, al dolor, a ser violada... Hay más no madres que en la sociedad en general.

Disfrutan de la naturaleza, están satisfechas con una vida de menos consumo y tienen «una conciencia alta de que hay que cuidar el planeta». El arte, la pintura, la poesía, la escultura, la música... también son sus territorios. «Son mujeres con mucha capacidad para estar atentas a lo que les gusta y puede resultar gratificante».

Para algunas el sexo solo va unido al amor, alguna no tiene interés en ello, a otra le encanta el deseo sexual y el erotismo, una confiesa que solo ha tenido un encuentro sexual desde que tuvo a su hijo. Solo tres se declaran feministas, «pero lo que me he encontrado en todas es un feminismo empírico: han ido contra el mandato patriarcal de que la mujer no debe gobernarse a sí misma, que aparece en el libro sagrado de la India siete siglos antes de Cristo y ha sido repetido por todas las religiones y por la filosofía».

«Viven solas pero no aisladas». «Lo importante son los vínculos», confiesan en el filandón que compartieron para el libro, que sigue la senda del enfoque de la soledad femenina que reivindicó Carmen Alborch en Solas . Lejos del estereotipo caduco de que las mujeres viven solas son unas «solteronas amargadas», «son mujeres que participan en colectivos y en luchas; están muy concienciadas con los problemas del entorno y la riqueza medioambiental en riesgo por macroproyectos como la planta de residuos orgánicos que está proyectada en Piedralba», comenta Gema Villa. Les preocupa el borrado de los caminos por las concentraciones, el monocultivo del pino, el campo de tiro, que el transporte público se focalice solo para temas sanitarios y se ignore el derecho a la cultura, la sequía, las canteras y, sobre todo, dice Villa, «la desafección y el individualismo».

‘Macroproyecto’ y ‘gratificante’ son dos de las palabras que ha descubierto su nieto. Gael está deseando ver a su abuela en la presentación de Robinsonas de tierra adentro. La primera será el 27 de julio en Santiagomillas; el 3 de agosto está prevista en Torre de Babia; el 6 en Matadeón de los Oteros, el 16 en Santa Colomba de Somoza... Son esa parte invisible de la España vaciada que la periodista y la fotógrafa quieren dar a conocer «porque son mujeres motivadoras y nos ayudan a ver otras vidas posibles».

«Están en Maragatería pero podrían estar en cualquier lugar de la España interior»... pero, «algo debe tener Maragatería para subyugar a tantas personas...», reflexiona mientras se despide.

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