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CORNADA DE LOBO. GARCÍA TRAPIELLO

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C arnavalitos somos y en la carnavalada nos encontraremos. Los delirios que proporciona un disfraz envician. Si se tiene poca personalidad, con trapo se disimula. Y cuando de la historia hacen carnaval metiéndonos en su farsa, hasta el más tonto se ve duque y la menos tonta doña Urraca. Así que cada año que amanece, el número de farsas crece; y el de farsantes, con agua de peruco lo riegan. Sale urticaria en la retina viendo multiplicarse pantomimas romanas con legionarios de chapa y pega, teatrillos medievales con jimenas de tetera en espetera y jeromines de espadón matamoros, procesiones paponas de templarios ensabanados con sus chonis y todo, o batallas napoleónicas donde el lerdo bobín se cree granadero de trabucazo al aire... festorrillos con los que ya todo lugar quiere robar su cachito de gloria en la almoneda de la historia. Es moda, ¿quién se priva?, sale barato. Y quien no tenga epopeya se la inventa; licencia regalan; y subvenciones también.

Así se explicó Peláez volviendo el sábado de la Catedral donde se montó una recreación ¿histórica? y teatrera de la coronación de un rey Alfonso «ad maiorem gloriam umbílicus cazurrensis». Venía espantado del aire pobretón de velada colegial en su montaje escénico, especialmente del atrezzo peliculero y del ropón del personal que por anacrónico, vulgar o disparatado movía a carcajada en quien lo viera con un mínimo criterio historicista. Puso de ejemplo las mitras de los obispos que eran de hoy, como sus vestimentas de párroco galanero, que tenían de medieval lo que la capa regia de creíble; todo insólito y desternillante. ¿No pudieron al menos consultar alguna enciclopedia o a un profesor de Historia?... Y sobre textos y diálogos, Peláez se mondaba: después de tanto trapo vinieron los muñecos, dijo; eso fue un guiñol con ínfulas y parloteo en odioso y pulcro castellano, pudiendo abreviarse el libreto y resumirse todo en una frase, ¡alza el rabo, León! , descarado objetivo de esa función simplona. Y nos pintó la penita que le dio tanto infantilismo grandón empanado en orgullito cojo.