Diario de León

Verano (2024).

Publicado por
EL RETROVISOR ALBERTO FLECHA

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Creo que fue Monet el que, durante su estancia veraniega en Antibes, escribió a uno de sus amigos que allí hacía tanto calor que al sol solo aguantaban los perros y los ingleses. El pintor impresionista resistía como podía bajo los rayos de aquel sol de justicia para poder plasmar, durante las horas centrales del día, los efectos malvas y verdes que provocaba la luz solar sobre el agua del Mediterráneo. Para él aquel calor era una tortura. La Costa Azul recibía, a fines del siglo XIX, a los primeros turistas modernos, unos turistas a los que no vemos en los cuadros de Monet, pero que intuimos despojados de chalecos y bombines viéndole pintar, en mangas de camisa, aquellos pinos y aquellas masías rotos de luz blanca, casi deshechos por un sol abrasador.

León no es el Mediterráneo y el sol ataca a muerte sin el consuelo del mar. Otro pintor impresionista, Sorolla, lo visitó, también en verano, a principios del siglo XX, casi veinte años después de la escena anterior, para pintar monumentos, paisajes y escenas costumbristas. No hay turistas ingleses, quizás aparezca algún perro en sus cuadros y abundan los personajes con las ropas tradicionales de aquellos años, unas ropas que hoy en día nos provocan sudor solo de verlas. Capas, rodeos, sombreros de personajes que pululaban asfixiados por romerías de verano, apoyados en el sudor de sus cabalgaduras y mecidos por sus canciones al son de la flauta y el tambor.

Cien años después, las costumbres de aquellos ingleses se han extendido por todas partes y hoy abundan las piscinas llenas de gente tirada al sol, las modernas romerías se visten de espuma y, bajo los chopos, se extienden terrazas donde se sientan familias en bañador. Las veladas son largas al descanso del fresco y el verano huele a la juventud de las vacaciones y las bicicletas. Hay tardes, como esta, en que el verano discurre como corre el río Tuerto por la Cepeda, con cierto relajo, viéndonos a la orilla de una de sus presas escapar del calor de la tarde, unos charlando, otro escribiendo estas líneas y alguno más, frente a una tabla, tratando de reflejar la luz, como los antiguos pintores impresionistas, que se rompe sofocada en un río que se la lleva lento hacia un mar tan lejano como hoy nos queda el invierno.

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