Chito, ¡fuera!
C omo cada jornada es hoy el Día Mundial de algo, ¿no iba el perro a tener su momentazo anual?... Lo fue el pasado 21. Historia, literatura, grandeza y cualidades no le faltan al animal, pues lo que empezó en fiero lobo dio en acabar en esclavo fiel, leal amigo o personita faldera hasta de género difuso si va con lacito, colonia y collar suarosqui. Pero no habrá persona, por egregia o santa que sea, que se lleve los piropos ciertos que a lo largo del tiempo ha recibido el perro. Ya el cínico Diógenes sentenció: « Cuanto más conozco a la gente, más quiero a mi perro ». Hasta Voltaire lo tenía claro: « Es increíble y vergonzoso que ni predicadores ni moralistas eleven más su voz contra los abusos hacia los animales ». Incluso un rudo militariote como Bismark lo reconoció: « Amo a los perros porque nunca le hacen sentir a uno que los haya tratado mal ». Y puestos a recolectar citas, vayan aquí algunas: « No hay mejor psiquiatra en la tierra que un cachorro lamiéndote la cara », (Ben Williams); « Si no hay perros en el cielo, cuando muera quiero ir a donde ellos fueron », (Will Rogers); “ Tú no tienes un perro, el perro te tiene a tí ”, (anónimo); “ La razón por la cual los perros tienen tantos amigos es porque mueven sus colas en lugar de sus lenguas ”, (proverbio lapón); “ Las mujeres y los gatos harán lo que les plazca. Los perros y los hombres deberían relajarse y acostumbrarse a la idea ”, (Robert A. Heinlein)... Pero de entre todas ellas elijo una que es resumen y es lección: « Debidamente entrenado, el hombre puede llegar un día a ser el mejor amigo del perro », (Corey Ford). Y así, si aprendiera de su trato y sentimientos, no habría hoy tantos idiotas, chulos o pijos ni tanto perro sepultado en cariño tirano, caprichoso o posesivo, confinado en cárcel hogareña, reñido sin cesar, robado su sitio y derecho, malpagado su trabajo de vigilancia o compañía y borrado todo horizonte canino sin poder ser nunca can en campo abierto, sin collar. Así que si tuviera que verme en perro, sería el carea o mastín que tanto mimó y espabiló el gran Paulino el Manco, mi maestro en puertos, rebaños y careos.