Sadio Keita, de menor no acompañado a albañil en León: «Nunca jamás volvería en patera»
Sadio Keita es uno de los 20 menores no acompañados que han pasado por el centro que Accem abrió en León en 2021 para estos migrantes. Ahora tiene 20 años, trabaja en la construcción y vive en un piso de alquiler en la capital leonesa. Su sueño es «aprender más».
«Me voy a quedar en León», afirma Sadio Keita, un maliense que salió de su casa con 16 años y logró cruzar el Atlántico en patera junto a 61 personas más desde Mauritania a Las Palmas. Era su segundo intento de hacerse a la mar en la endeble embarcación y fueron cuatro días de navegación.
«El primero y el último fueron los peores», comenta. El primero porque el espacio es menos que mínimo. Donde deberían ir cuatro personas van diez y el calor es asfixiante. El último, porque se quedaron sin agua y sin comida. Un crucero les ayudó y toda la tripulación llegó sana y salva.
Era septiembre de 2020, en plena pandemia. Durante dos meses estuvo en cuarentena en la isla y luego fue trasladado a Sevilla a un centro de Accem. Sadio no entró en la red de atención a menores no acompañados en el primer momento. Fue ubicado en centros de adultos porque carecía de documentación y pasó por mayor de edad. Desde Sevilla pasó a un hotel en Astorga donde Accem aloja a personas migrantes solicitantes de protección internacional en fase 0. Era enero de 2021. Hasta septiembre de ese año no pasó al centro de menores, un dispositivo que la oenegé había abierto en marzo en la capital leonesa en una de las crisis de saturación de menores no acompañados que sufrieron los dispositivos de atención en Canarias.
Es un centro financiado por la Junta de Castilla y León y el modelo de atención es de casa hogar. Desde su apertura han atendido a 20 menores, entre ellos dos chicas. Ocho siguen en el centro. De los 12 que han salido del dispositivo tienen constancia de que ocho están emancipados con trabajo y dos a punto de empezar a trabajar. Uno de ellos consiguió una beca Erasmus de FP por su buen expediente y fue con otros compañeros a Budapest. De los tres restantes no tienen constancia de que tengan trabajo o si están emancipados. "Lo más frustrante para ellos es lo que les venden allí: que van a llegar y van a empezar a trabajar enseguida y ayudar a su familia".
La realidad es más compleja. La barrera idiomática es la primera que se encuentran. También tienen que adaptarse a un mundo nuevo, adquirir hábitos para desenvolverse en la vida cotidiana y formarse... En esto se trabaja en el centro de menores de Accem.
«Cuando entré en el centro de menores, el 21 de septiembre de 2021, me faltaban tres meses para cumplir los 18 años. Como me porté bien, me dejaron un año más», explica. Sadio pasó al programa Emancipa, un dispositivo de transición a la vida adulta que gestiona la Fundación Juan Soñador para menores tutelados por la Junta. Tenía dos años para conseguir el objetivo de emanciparse. Pero no agotó el tiempo.
Al cumplir el año ya tenía trabajo y decidió que era el momento de emanciparse y vivir por su cuenta. Trabaja en la empresa Decolesa desde hace dos años y tres meses. Es uno de los obreros que ha ‘cosido’ el área peatonal entre la Era del Moro y la calle Carreras, una obra histórica en la ciudad.
No sabía nada de construcción. En Mauritania había trabajado como limpiador durante el año anterior a embarcarse en la patera. «No tenía ni idea de construcción. Aprendí aquí. Estuve cuatro meses en cursos de formación de construcción y pastelería por la tarde. Hice prácticas en construcción y me contrataron. Cada día aprendo más», comenta.
En la construcción
La primera vez que lo intentó le capturó la policía junto a otras personas, entre ellas 15 chicos. «Nos volvieron para atrás. Nos tuvieron una semana retenidos en una sala grande, pero no nos metieron en la cárcel porque éramos menores. Estuve en mi pueblo como un mes y volví otra vez», relata Sadio.
Un día su primo le dijo que se preparara. «¿Tienes miedo?, me preguntó. Le dije que no. Me quité el miedo la primera vez. Me preparó y un día a las tres de la mañana nos levantó y entramos en la patera».
Nunca volvería a hacerlo. O eso dice. «Lo pasé pero nunca jamás lo haría. Si yo sé que alguien quiere venir en la patera, sea mi familia o no, mi primer consejo es que si puede entenderme, que no venga en la patera, puede hacerlo de otra manera. En la patera que no venga. Es muy peligroso», advierte.
Sadio perdió a su madre poco después de entrar en el centro de menores de Accem. Fue una muerte repentina. Tenía poco más de cuarenta años y no estaba enferma. «Yo no tenía documentación y no podía ir», dice con tristeza. Le consuela que se fue sabiendo que estaba a salvo en España. Cuando decidió subirse a la patera, «a mi madre no le avisé. Después de una semana, le llamé. Me dijo dónde estás? Ya estoy en España. ¿Qué? ¿Cómo? Vengo de patera. ¿Te pasó tu primo? Sí. Como vio que llegué bien estaba contenta. Hablé con ella hasta que murió».
Este joven maliense está agradecido al centro de menores de Accem. «Gracias a ellos y a Emancipa hoy estoy aquí. Empecé un camino muy bueno. Antes estudiaba pero no tanto. En el centro de menores he estado estudiando bien. Fui a clase y la educadora también me ayuda. Antes de empezar los cursos iba a La Fontana a estudiar español. También veíamos películas e intentábamos explicar lo que entendíamos», apunta.
Ahora se defiende con el español, pero quiere aprender más y va a clase a la Fundación Sierra Pambley durante el curso. A las personas que ven en los menores no acompañados o en los migrantes en general un peligro su mensaje es claro: «Hay personas buenas y personas que no lo son. Las personas no son igual. Yo estoy todo el día en el centro y con la educadora, todo bien; puede ser que venga alguien y no respete. No se puede meter a todo el mundo en el mismo saco».
Sadio matiza otra cosa: «Todos somos de África, pero no somos de la misma condición. Yo he estado con mi abuela, me ha enseñado muchas cosas de la vida. Cómo tengo que hacer con la gente». Su sueño es aprender más para mejorar en el trabajo.