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Una nevera ecológica del siglo XVIII

El Pozo de Nieve de Salamanca, de seis metros de diámetro, se alimentaba de nieve que se transportaba en burros desde la Sierra de Béjar hasta la llegada de la electricidad en el XIX

El Pozo de Nieve de Salamanca fue descubierto en 2009 en una excavación. J.M. GARCÍA

Publicado por
Óscar R. Ventana (EFE)
Salamanca

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El Pozo de Nieve de Salamanca es un lugar ideal para pasar un tórrido verano como el actual, pero también es uno de los restos arqueológicos más originales y desconocidos de la capital salmantina: una ‘nevera’ excavada en roca y de siete metros de profundidad que, sin electricidad, funcionó desde el siglo XVIII a base de nieve transportada con burros desde la Sierra de Béjar.

Después de conservar alimentos, enfriar bebidas y servir de antiinflamatorio durante décadas, la llegada de la electricidad a finales del siglo XIX relegó a este espacio, reconvertido después en almacén de tejidos, pero también en ‘cubo de basura’, como recuerda el arqueólogo Francisco José Vicente, quien estos días muestra también sus dotes interpretativas en las visitas teatralizadas por las que han pasado cientos de personas en lo que va de verano.

Para alguien que vive en la comodidad actual de abrir la nevera de su casa y encontrar allí todo tipo de alimentos frescos, estremece pensar en los trayectos nocturnos de unos 90 kilómetros que completaban en carro los trabajadores de esta ‘nevera’, para portar nieve serrana en sacas y tinajas de barro.

Por las bajas temperaturas, eran las noches de entre noviembre y febrero las más propicias para realizar esta labor, que luego había que completar en el propio Pozo de Nieve con la ayuda de paja limpia, que ejercía de aislante y a la vez de separador entre capa y capa del hielo para conservarla así durante todo el año. El momento exacto en el que comenzó a funcionar esta infraestructura fue 1738, al abrigo del antiguo Convento de San Andrés —ya destruido—, pero no fue hasta 2009 cuando la arqueóloga Elvira Sánchez se topó con esta joya de seis metros de diámetro y comenzaron los trabajos de recuperación, condicionados porque en este espacio confluyen también la última muralla que guardó Salamanca y unas galerías subterráneas que le aportan misterio.

Estos túneles fueron descubiertos casi por casualidad por la propia Elvira Sánchez y su compañero de profesión Carlos Macarro, quienes desentrañaron así un antiguo sistema de túneles labrados en la piedra para transportar agua y también el aliviadero del propio Pozo de Nieve. De la antigüedad de estas cavidades hablan las numerosas estalactitas de hasta diez centímetros que afloran en algunos de los techos de roca caliza y formadas por la humedad.