La ansiedad de la generación de las pantallas
El psicólogo social Jonathan Haidt achaca a los 'smartphones' los problemas de salud mental de los jóvenes y abre un debate global sobre la influencia de la tecnología en los adolescentes
La historia de la Generación Z no podría entenderse sin los teléfonos inteligentes y las tabletas. Los nacidos entre 1995 y 2010 descubrieron los secretos de la vida a través de las pantallas, y lo que en un primer momento pareció un gran avance se ha revelado con el tiempo como un problema global de salud mental.
A partir de la década de 2010 se han disparado los casos de depresión, de autolesiones y de suicidios entre los adolescentes y los jóvenes, y la tendencia parece cada vez más preocupante.
Esta es, a grandes rasgos, la tesis de 'La generación ansiosa' (Deusto), el libro del psicólogo social y profesor de la Universidad de Nueva York Jonathan Haidt (Nueva York, 1963) que los padres de todo el mundo han convertido en un éxito de ventas. Pero el consenso sobre la maldad de las pantallas no es unánime, y el libro ha agitado el debate entre aquellos que consideran que toda la culpa es de los 'smartphones' y quienes, por el otro lado, opinan que se está generando un clima de histeria contra la tecnología y que el origen del malestar de los jóvenes son variados.
Para Haidt, los teléfonos inteligentes, y antes la sobreprotección de los padres, que había comenzado en la década de los 90 del siglo pasado, han funcionado como "inhibidores de experiencias". El juego libre, imprescindible para el desarrollo de los niños, ha sido sustituido en los últimos 15 años por "infancias basadas en el teléfono". Los adolescentes han dejado de tener las "experiencias sociales corpóreas" que más necesitaban, como "los juegos de riesgo, los aprendizajes culturales, los ritos de paso y los vínculos amorosos", que han dejado paso a las "experiencias virtuales", asevera Haidt.
Todo este cambio cultural ha sido bautizado por el psicólogo norteamericano como "la Gran Reconfiguración", que no solo se explica con los cambios en las tecnologías que moldean el tiempo y el cerebro de los niños, sino también "con la bienintencionada y catastrófica tendencia a sobreproteger a los niños y coartar su autonomía en el mundo real".
Las consecuencias de este cambio social, a juicio del autor, se concretan en cuatro perjuicios, privación social, falta de sueño, fragmentación de la atención y adicción, que además castigan más a las chicas que a los chicos, aunque en ellos los problemas pueden aparecer a una edad más temprana.
Para tratar de aliviar el complicado escenario que han creado las pantallas entre los adolescentes, Haidt expone varias propuestas. Primero, pide a los padres que retrasen lo máximo posible el acceso a internet de los niños y que no entreguen a sus hijos un 'smartphone' antes de los 14 años. Respecto a las redes sociales, aconseja que no entren en ellas por lo menos hasta los 16 años para que no reciban "una manguera de comparaciones sociales e 'influencers' elegidos por los algoritmos" durante el periodo "más vulnerable de su desarrollo cerebral". También reclama que los colegios y los institutos no permitan el uso de ningún dispositivo (incluidos los relojes inteligentes) para que la atención de los estudiantes se centre "en los demás y en los profesores". Y finalmente, recomienda que los niños puedan jugar "sin supervisión y con independencia" para que desarrollen "naturalmente" sus habilidades sociales, "superen la ansiedad y se conviertan en jóvenes adultos autónomos".
Entre los científicos, sin embargo, no existe unanimidad sobre las tesis de Haidt y el enorme impacto de su libro se entiende también por los ataques que ha recibido, como los de la profesora de ciencias psicológicas e informática en la Universidad de California Candice Odgers, que ha estudiado durante 20 años las consecuencias del uso de las pantallas en los adolescentes y que ha publicado un artículo crítico contra 'La generación ansiosa' en la revista Nature. "Historia aterradora" Con mucha acidez, Odgers comienza admitiendo que se venden muchos ejemplares de este libro porque porque Jonathan Haidt cuenta una historia aterradora sobre el desarrollo de los niños que muchos padres están preparados para creer". "Pero la reiterada sugerencia del libro de que las tecnologías digitales están reconfigurando los cerebros de nuestros niños y provocando una epidemia de enfermedades mentales no tiene respaldo científico", continúa la científica. "Peor aún, la audaz propuesta de que las redes sociales son las culpables podría distraernos de responder eficazmente a las causas reales de la actual crisis de salud mental entre los jóvenes", rechaza Odgers, que aboga por no buscar "respuestas sencillas" a problemas complejos. Aunque esta investigadora respalda algunas de las medidas que propone Haidt, como políticas de moderación de contenido más estrictas y la exigencia de que las empresas tengan en cuenta la edad de los usuarios al diseñar plataformas y algoritmos, su argumentación es más profunda. "Tenemos una generación en crisis y con una necesidad desesperada de lo mejor que la ciencia y las soluciones basadas en evidencias puedan ofrecer. Lamentablemente, estamos dedicando nuestro tiempo a contar historias que no están respaldadas por la investigación y que no ayudan a los jóvenes que necesitan y merecen más", asegura.