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El vino de León que apuntaló la Cerca Medieval

El rey Alfonso XI estableció una tasa a los caldos que se trasegasen en la ciudad para levantar y reparar la fortificación

La Cerca Medieval desde el interior del convento de las Carbajalas.Marcicano Perez

Publicado por
Pepe Muñiz
León

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Hace unos meses se empezó a tirar una vieja casa adosada a las cercas medievales, ahí por donde la antigua Puerta de Santa Ana o sitio de Cal de Moros, hoy Plaza de Riaño. Desde una de las ventanas de mi casa que da al patio que linda con la huerta de las monjas benedictinas, justo detrás de un viejísimo nogal que parece resistir gracias al sostén de la Cerca, pude ver entre el entramado de las hojas del árbol, a las máquinas arremetiendo contra los muros de tierra y tapial de esa vieja y pequeña casa, típica de las que componían el antiguo barrio de Santana, con soportales y suelos empedrados. Recoleto y a la vez bullicioso barrio, por donde en tiempos, nos figuramos, paseaba la Pícara Justina. A la vista de todo ello, de repente me vienen variados recuerdos —debe ser cosa de los duendes que andan por nuestro cerebro—, que no sé cómo empezar este relato y de lo que voy a terminar diciendo.

A lo largo de la historia y por espacio de los siglos, las murallas han desempeñado un papel muy importante, pues hubo un tiempo, ya muy remoto, en que las ciudades se consideraban seguras dentro del recinto de estas edificaciones. Más allá de los bastiones y de los fosos, era la aventura, la amenaza de lo desconocido. Por entonces, las guerras resolvían su incógnita al pie de los muros, constituidos en auténticas fronteras.

Paseo peatonal de las Cercas desde San Francisco con adarve y almenas.RAMIRO J.LOPEZ LOBATO

Para juzgar la importancia defensiva de las murallas, basta recordar el hecho de que el vencedor, solía imponer al vencido el desmantelamiento de las fortalezas y lienzos amurallados. Las viejas murallas fueron mudos testigos de tristes y celebrados hechos. Al pie de las murallas de la ciudad portuguesa de Viseu cayó mortalmente herido de un flechazo Alfonso V rey de León. Cuando la fortaleza estaba casi abatida, el Rey salió al campo a «pecho descubierto» y una saeta lanzada desde una torre le alcanzó. Era el año 1028. Tenía 33 años.

Aún permanecen en pie antiguas murallas romanas que encerraban el recinto de la ciudad de León. Primitivamente, comprendía este recinto, desde la torre de los Ponce, detrás del palacio episcopal, seguida por el ábside de la catedral y calle de los Cubos hasta Puerta Castillo, reapareciendo después por San Isidoro desde la Era de Moro hasta el Palacio del Conde Luna y Palat del Rey y vuelta otra vez a la torre de los Ponce.

La historia de la muralla va marcando las vicisitudes de nuestra ciudad a través de los tiempos, sujetas, por una parte, a las necesidades de su defensa y por otra a las exigencias de un ensanche en la paz. Restauraciones y reformas en los siglos IX, XI y XIII fueron trasformando el viejo recinto al ampliarlo y prolongándolo con la nueva cerca, que empezaba en la Torre cuadrada de los Ponce hasta el caño de Santa Ana, San Francisco, las Concepciones, San Marcelo y el Palacio de los Guzmanes, aproximadamente.

Conocer las puertas de acceso de la ciudad amurallada romana de León es también interesante. Al norte, Puerta Castillo, al oriente Puerta Obispo, al occidente la Puerta Caurense, por donde está el Palacio de los Guzmanes y Arco, al mediodía, por donde Palat del Rey, todas desaparecidas a excepción de Puerta Castillo, que queda como símbolo. Y es que poco a poco fue deformándose el viejo recinto, poco a poco ha ido arrasándose, destruyéndose, por mil circunstancias. Recordemos que por el año 1906, por el Gobierno correspondiente se autorizó, ya oficialmente, el derribo de las Murallas de Cádiz y el derribo de los cubos de la muralla de la calle Carreras, para que según se comentaba, pudieran pasar y girar con facilidad los carros de vacas de los ricos labradores y hacendados de la zona. Aunque sea más cierto que las piedras y cantos rodados, fueran aprovechados por el Ayuntamiento, para empedrar calles, por Obras Públicas, para carreteras, y para beneficio de particulares. Esta destrucción se llevó a cabo manualmente, es decir, a «pico y pala», conforme se plasmaba en la entonces desconocida fotografía hecha por el afamado fotógrafo Germán Gracia, obrante en nuestros archivos y que aportamos en su día en primicia a este periódico y que hoy corra como «reguero de pólvora», sin más. No obstante la confirmación oficial por parte del Gobierno, el Ayuntamiento de León ya a finales del siglo XIX, tenía en mente la ejecución de los trabajos de derribo de los cubos, trabajos que se habían comenzando a ejecutar algunos tramos, concretamente donde se halla el arco de acceso a la calle San Alvito, para dar nuevo acceso al barrio de Santa Marina. La polémica estaba servida. Y que para construir el edificio del Casino, que ocupa hoy el Banco de Bilbao, en la Plaza de Santo Domingo, fuera necesario para destruir la muralla, el acudir al auxilio de la dinamita.

La ciudad amurallada

León era una ciudad muy bien fortificada, con altas y fuertes murallas, puertas de hierro y bronce y otras defensas

También en su tiempos León era conocida por la ciudad de las Torres, que sobresalían por encima de los tejados rojos de las casas de vecindad. Así la torre de los Luna, de los Omañas, de los Lorenzanas, de los Quiñones, de los Ponce, de los Gutierre, que hacían de León una verdadera plaza militar.

Sin embargo las primitivas murallas de la ciudad eran un pastel goloso para los ataques sarracenos. En el califato de Córdoba, un hombre se había captado el favor de la sultana. Este hombre se llamaba Mohamed-Ben Abdallad-Ben-Abi-Ahmer El Moaferí, más conocido por Almanzor, que se había convertido casi en un verdadero califa. Aparecía su rostro en las monedas y se oraba por el en las mezquitas. Ganaba a los poderosos con honores, a los soldados con largueza y a los sabios colocándolos en altos puestos. Llegó a adquirir un grado de poder irresistible y en nombre del profeta juró acabar con los cristianos y exterminar su raza. En el año 977 comenzó sus hostilidades y en el 978 hizo un pasada por León, cuando reinaba el niño Ramiro III, cuya tutela estaba a cargo de su tía Elvira y su madre Teresa, ambas ingresadas en la vida religiosa.

52 INVASIONES EN 26 AÑOS

Almanzor no recogía para sí otro fruto de sus expediciones que la gloria de haber vencido, ya que el botín era distribuido entre sus soldados, sin reservar más que el «quinto» que tocaba al califa. Conocía a cada uno de ellos, y les daba un banquete después de cada triunfo. Pero tan espléndido como era, tanto era de severo y rígido con la disciplina. Cada vez que volvía del campo de batalla, hacía que al entrar en su tienda sacudiesen con mucho cuidado el polvo que habían recogido sus vestidos y los guardasen en una caja, con el ánimo de que a su muerte cubriesen en la sepultura su cuerpo, sin duda por los que dice el Corán: «aquél cuyos pies se cubran de polvo en el camino de Dios, el señor les preservará del fuego» . Almanzor en el espacio de veintiséis años realizó cincuenta y dos invasiones en la España Cristiana.

Peregrinos entran en Puerta Moneda por el Camino Francés.RAMIRO J.LOPEZ LOBATO

León era una ciudad muy bien fortificada con altas y fuertes murallas, puertas de hierro y bronce y toda clase de defensas. Almanzor pudo cerco a la plaza en el año 984. Estaba defendida por el conde Guillén González, pero Almanzor logró penetrar, dando muerte al defensor, saqueando la ciudad. El mismo cerco hizo en Astorga. Y aún por el año 966 hizo otras incursiones por nuestras tierras.

Según cuenta la leyenda, en una de esas incursiones, cuando Almanzor estaba a las puertas de cenobio de San Claudio, en lo que hoy es el barrio del mismo nombre. su caballo quedó reventado, pues el abad había hecho antes la señal de la cruz. El caudillo árabe, al ver en ese momento también un resplandor que salía del monasterio, desistió de entrar en el mismo.

Otra leyenda (que ya habíamos sacado a la luz en este periódico al hablar del mundo de los anticuario en León), cuenta que Almanzor era un gran coleccionista y amante de las antigüedades, y es de suponer que la mayor parte de su colección fuera producto del saqueo en sus correrías por toda la península. Pues bien, según esa leyenda, en cierta ocasión desistió del ataque a nuestra ciudad. Sabiendo los leoneses de esa pasión, colocaron sobre la torre de una de las murallas por don pensaban que atacaría, una preciosa muñeca de porcelana de gran tamaño. Una de las esposas que le acompañaba, temerosa que la belleza de la muñeca le arrebatase el amor de su esposo, presionó a éste para que se alejase de allí y suspendiese el sitio a la ciudad. Y lo logró. Así que por esta vez León se salvó.

Al fin Almanzor fue derrotado y herido de gravedad en la batalla de Calatañazor. Al frente de las banderas de León, Asturias y Galicia iba el conde Menendo, en nombre de Alfonso V rey de León. Sus restos mortales fueron sepultados en Medinaceli, cubriéndolos con aquel polvo que se había depositado en una caja, cumpliéndose la ley del Corán que decía: «Enterrad a los muertos según les coge la muerte, con sus vestidos, sus heridas y su sangre. No los lavéis, porque sus heridas en el día del juicio despedirán el aroma del almizcle». Pero el fantasma de Almanzor nos sigue amedrentado, pues ya han pasado más del mil años y aún seguimos hablando de él.

Medida impopular

El impuesto del vino generó un gran revuelo en la ciudad y hubo un intento de levantamiento de armas

Y ya nos situamos en las lejanas calendas del siglo XIV. Alfonso XI de León, reinó durante 38 años, de 1312 a 1350, es decir desde casi su nacimiento hasta su prematura muerte. Durante su minoría de edad se formó un consejo de regencia, siendo proclamado rey a los 14 años. Pero pese a su corta edad, mostró una total firmeza.

En uno de los cercos a Gibraltar, coincidiendo con una epidemia de peste, el mal le atacó, muriendo en una tienda de campaña en ese año de 1350. Libró muchas batallas contra los moros, y durante su reinado se llevaran a cabo la construcción de las cercas medievales, y las bases para el inicio del primer Ayuntamiento, disponiendo que ocho hombres buenos gobernasen los destinos de la ciudad, «para hacer y ordenar lo que de buena ley acuerden en beneficio de los ciudadanos».

La Cerca Medieval cerca de la plaza de RiañoRAMIRO J.LOPEZ LOBATO

En el año 1324 hubo acuerdo entre el Cabildo de la Catedral y el Concejo de León para la construcción de una nueva cerca de «cal y canto» que comprendía desde la Puerta de Escuderos hasta el Postigo de la Ollería. Para poder sufragar los gastos, el rey Alfonso XI dio licencia para gravar con un impuesto el vino que se trasegase en la ciudad, cosa que armó gran revuelo entre los leoneses, como es de suponer, y hasta hubo un intento de levantamiento en armas, pero que no llegó a más que un intento, gracias a la intervención de esos ocho hombres buenos, que fueron el letrado Rui Fernández; el herrero Juan Alfonso de la Caridad: el bordador, Benito Pérez; el cuchillero Nicolás Martínez Ordóñez; los tenderos Juan Martínez y Julián Baños: y los hijosdalgos Gonzalo Pérez de la Rúa y Juan Sánchez.

PRIMERA CORPORACIÓN CONCEJIL

Con este privilegio quedó formada, se puede decir, la primera corporación concejil de la ciudad de León, entonces cabeza del Reino. Hemos de añadir que tanto los gastos de reparación y conservación de este recinto se siguió a través de los años sufragando del mismo modo, es decir con el odioso impuesto del vino. ¿Tanto era el consumo del vino por la población leonesa?

El motivo de esta cerca era proteger a los vecinos asentados extramuros de la muralla romana, bien fueran judíos o moriscos, así como de los intentos de invasión por parte de los condes castellanos, o de las enfermedades que portaban la multitud de viajeros y peregrinos que atravesaban la ciudad, o de los posibles asaltos de bandoleros.

A cal y canto

En 1324 el Cabildo de la Catedral y el Concejo de León acordaron levantar una nueva cerca

Entonces, para facilitar la entrada a través de las cercas fue necesario construir varias puertas, entre ellas, hemos de citar, la Puerta de Cal de Moros o Puerta de Santana con entrada a la calle Misericordia, justo donde las casas que al principio decíamos se empiezan a derribar; Puerta Sol, en la calle del mismo nombre con entrada a la Plaza Mayor; Puerta del Peso, entre Caño Badillo y la Plaza Mayor; Puerta Moneda por el Camino de Santiago a la calle la Rúa; o Puerta Gallega, entrando a la calle San Francisco.

En fin, que a través de estas salteadas notas de nuestra historia, podría deducirse, que a los leoneses nos gusta mucho el vino. Esperemos que al Ayuntamiento de hoy no se le ocurra la idea de volver a imponer a la ciudadanía aquel impuesto de ayer. Que así sea.