«Estoy orgullosa de la vida que hacemos, con Gabi con un 93% de discapacidad»
Esther y Gabi eran amigos de la adolescencia. Años después iniciaron el noviazgo. Gabi era policía local, motero y «una persona de 12». Con 31 y 33 años, en 2010, tenían a Jimena, con 21 meses, y a Hugo, con cinco semanas. Su mundo se quebró una noche de agosto en un tejado.
«Gabi ha tenido un accidente». El teléfono sonó a las 7 de la mañana del 7 de agosto de 2010. Dos horas antes, Gabi perseguía a un delincuente que trataba de escapar por un tejado. De pronto, la cubierta se hundió y el policía local cayó hacia una muerte casi segura.
«Me vino a buscar una patrulla a nuestra casa de Pobladura. Solo me decían que estuviera tranquila. En el hospital vi a mucha gente conocida y recuerdo una sala naranja. Me dieron 4-5 horas de vida para Gabi o vegetal y me ofrecieron calmantes», cuenta Esther. No quiso tomar nada porque estaba amamantando a Hugo. En la escalera, se exprimía los pechos con un sacaleches. Catorce años después Esther señala la cicatriz que Gabi tiene en el cráneo, sobre la frente. Es la huella del «milagro» que salvó su vida: le sacó del coma con graves secuelas.
Anosognosia—un estado de inconsciencia permanente—, daño en el lóbulo frontal que afecta a las emociones y a la conducta y afasia —trastorno del lenguaje— son los nombres del daño cerebral adquirido que convirtieron a Gabi en «mi tercer bebé». «Al principio te da fuerzas la esperanza. Solo piensas en que viva. Con el tiempo, cuando recibes el primer golpe, pierdes la esperanza y piensas hasta dónde podrás aguantar. Hace tres años consiguieron estabilizarle con ajuste de medicación y hay días malos pero también buenos», confiesa.
«No soy una heroína y Gabi no es mi Gabi. Pero me gustaría que vieran en Barcelona cómo está»
Tenían 31 y 33 años. A Esther le animaban a rehacer su vida. «Siempre he seguido mi instinto». «¡Como me alegro de que no me hicieras caso!», le dice una amiga .Sus hijos han sido el motor y su madre, fallecida prematuramente, su bastón inquebrantable. Catorce años después tiene motivos para afirmar: «Estoy orgullosa de dónde hemos llegado, con la normalidad que vivimos teniendo Gabi una discapacidad del 93%». La familia es una piña: «Sin Gabi no vamos a ninguna parte».
Como le inculcó su abuelo, «enseño al mundo mi mejor sonrisa». Y si las lágrimas borran el maquillaje, no pasa nada. «Lo que más me gusta de él son sus momentos divertidos. Siempre te ríes con él», dice Jimena. A Hugo le gusta «todo» de su padre, aunque a veces se pelean como hermanos.
Criar sola a los hijos es otra parte dura. Trabajó con reducción de jornada hasta que la ley le amparó —los 12 años de Hugo— y desde entonces cotiza como cuidadora no profesional. «Es la mejor decisión que he tomado». Ha presidido la Asociación Leonesa de Daño Cerebral Adquirido, ha buscado recursos para Gabi en Aspace y Alfaem cuando trabajaba. Se formó en atención sociosanitaria y sacó el título de FP de auxiliar de salud mental.
Participa en un grupo de cuidadores de la Diputación en Azaddinos y escuchando y hablando a otras personas en situaciones similares se ha convertido «en especialista en la cotidianidad del daño cerebral adquirido». Ha visto a «padres agotados» con hijos con secuelas por accidentes. Ayudar es una satisfacción.
El principal obstáculo que ve en la sociedad «es la falta de empatía con las personas con problemas de salud mental. He tenido que pedir tantas veces perdón...». Para Esther, «rendirse no era la opción». «No creo que sea una heroína y Gabi no es mi Gabi, pero me gustaría que le vieran en e el Instituto Guttman de Barcelona», donde estuvo desde el 25 de octubre de 2010 hasta el 9 de marzo de 2011. «Vino diciendo ‘sí’ y ‘no’ sin sentido y dos palabras misteriosas: ‘ratiquí’ y ‘rabaní’. Me dijeron que nunca controlaría esfínteres por la noche y, por el día, a demanda. Y le quité el pañal al mismo tiempo que a Jimena».