Una sebe donde refugiarse
En Omaña y Luna reconstruyen murias y sebes. Dicen que hay especies que viven en ellas que son grandes polinizadoras. Así que inventariarlas, restaurarlas y ponerlas en valor parece una misión importante. Trato de imaginar el paisaje de las montañas y las riberas de León sin cierros vivos, sin sebes, sin paredes de piedra seca cerrando prados y caminos. Y me resulta imposible. Sin embargo, dicen que desaparecen. Y que esta es la gran amenaza para tantos insectos y pequeños animales que asoman su nariz, que se escabullen entre sus ramas y sus piedras, y que son cruciales para el ecosistema.
Recuerdo este verano pasar por una carretera de Babia. Dos ciclistas habían hecho un alto y, sentados sobre un muro de piedra, comían un bocadillo. Mientras, veían mi coche pasar. Ahora caigo en que esta escena hubiera sido imposible unos metros más adelante, donde las cunetas pasaban a estar flanqueadas por alambradas de espino hasta donde llegaba la vista. El paisaje se convertía de pronto en un prisma de aristas rectas uniéndose en el horizonte. Los caballos, pastando, parecían allí delante bastante más desnudos.
El paisaje, como toda obra humana, se enfría con el progreso. Una imagen sobrevolando la tierra llana de León, sometida a la concentración parcelaria, parece un tratado de geometría. Seguramente se ha ganado en productividad, pero pienso que la vista se agota sin un rincón donde descansar: la curva en el camino, el raposo huyendo bajo una cancilla, la mano herida para alcanzar una mora entre las zarzas. También el escuchar, cercano, el rumor perdido del río entre los árboles.
Quizás parezca ingenuo recomponer un mundo perdido. Ayer hablaba con Silvia, una chica que hace una tesis sobre la presencia de la cultura tradicional en el mundo contemporáneo. Parece evidente que asistimos a un espíritu de época por el que echamos la mirada atrás. Quizás, porque estamos montados a lomos de cambios vertiginosos, sentimos que tenemos que anclarnos a lo reconocible y a lo cercano. Reconstruir un pasado ideal que se nos ha ido de entre las manos.
Recomponer, en este caso, un paisaje que amenaza con desaparecer, como quieren hacer en Omaña y Luna, puede parecer ingenuo. Quizás pensemos que no compensa el esfuerzo: hay métodos más sencillos hoy en día para construirlo. Sin embargo, bajo este esfuerzo late la intención por volver a la vida. No solo la natural, la del pequeño pájaro que anida entre las sebes, la del erizo y la polilla; sino también la humana, esa que también sabe encontrar en el paisaje un espacio en el que refugiarse