La manta de Val de San Lorenzo tiene relevo generacional
Noelia Geijo es la cuarta de la saga familiar en la tradición textil artesanal
Más de un siglo de tradición artesanal hay detrás de las mantas que salen, cada vez en más número, de la fábrica de Santiago Geijo, en Val de San Lorenzo. En el local que fue el antiguo cine del pueblo —¡hubo tiempos de cine rural!— se tejen las tradicionales mantas de lana merina que fueron desplazadas por el edredón nórdico.
Noelia Geijo es la cuarta de una generación de artesanos de este pueblo que a mediados del siglo XIX se apresuró a modernizarse y abrirse camino en este sector textil en declive con la elaboración de mantas, con una técnica que un avezado vecino fue a copiar a Palencia, saliendo a pie en lo más frío del crudo invierno maragato.
Las mantas del Val, blancas como el vellón de la oveja recién cardado y con sus listas coloridas, se convirtieron en un producto de calidad reconocido internacionalmente. En 1900 fueron galardonadas en la exposición Internacional de París.
Pero el sector no acababa de salir de las crisis. En los años 20 del siglo XX intentaron despegarlo con La Comunal, una sociedad cooperativa que fundó la primera fábrica con maquinaria moderna destinada a cardados e hilados de lana y que también contó con un batán que hoy forma parte de los museos locales de La Comunal y Batán Museo.
Francisco Geijo, el bisabuelo de Noelia, fue el primero de esta saga que resiste en un municipio que, con sus tres pueblos, apenas supera el medio millar de habitantes. Continuó la labor Fernando Geijo y, desde que volvió de la mili, fue Santiago Geijo quien tomó las riendas. «Trabajaban con telar de mano y además llevaban un poco de labranza. Mi padre también tenía para hacer hilatura», apunta.
Las mantas iban a menos y se diversificó con la confección de jerseys, gorros y calcetines... «Yo empecé a hacer jerseys de colores, que antes se hacían estilo Portugal con tonos naturales», explica Santiago Geijo.
Hoy en día es el único taller de Val de San Lorenzo donde se tejen los calcetines con una de aquellas máquinas que adquirió en Cataluña y que agiliza el proceso de producción de esta prenda. «Lo que rematamos a mano es la costura», señalan.
Antes, el taller era más que las cuatro paredes del antiguo cine de Val de San Lorenzo. Recuerda que casi un centenar de mujeres de la comarca tejían y hacían labores artesanales en sus propias casas para completar el proceso de fabricación. «Eran gente que estaba enseñada a eso, iban con el ganado y para tener una ayuda en casa, tejían. Estaban enseñadas a ser... esclavas, porque, la verdad, era gente muy trabajadora».
Así han pasado más de 40 años de la vida de Santiago, un tejedor que se apoyó en estudios de administrativo para seguir con la tradición. Sin contar que desde pequeño ya hacía pequeños trabajos. «Con ocho o nueve años hacía las canillas». Su hija Noelia también se ha criado entre la suavidad de las lanas y el ruido fabril del telar. «Siempre me ha gustado. Venía a la tienda a ayudar y después hice administrativo», explica la joven. Empezó cosiendo botones siendo una niña.
La elaboración de una manta de las que salen de este taller empieza con la lana en bruto. «La compramos ya lavada porque ahora prácticamente no se puede hacer» debido a los controles de depuración de aguas, luego «la mandamos hilar». Una empresa local y otra de Toledo se ocupan de la parte de la hilatura.
En la máquina de torcer, gradúan el grosor de la lana hilada en función del tipo de prendas. El más gordo es para las alfombras. Las mantas las tejen en el telar de lanzadera, que es la primera evolución del telar manual que aún conservan y usan con algunas especiales.
En el telar colocan urdimbres en fajas de cien hilos, uno por uno, hasta unos mil aproximadamente. El telar más grande puede admitir hasta 1.500 hilos. Cuando cambia el color tienen que cambiar la lanzadera. «Lo más bonito es que puedes hacer varias cosas distintas en el mismo día», explican padre e hija. Y en cuanto a las mantas, son únicas. «Si podemos, no hacemos una igual», subrayan.
Trabajo artesanal
Una vez que salen del telar, las mantas son enviadas a un lavadero industrial que también está en el pueblo. Se lavan de dos en dos Pero, primero, se tienden al sol en un prado que tienen frente al taller. «Les ponemos pinchos por arriba y por abajo para que queden estiradas y se colocan sobre unas perchas con rodillos. Luego se cortan y se saca el pelo.
En la fase final se separan las mantas que han salido unidas del telar. Hay que hacer las ‘randas’ con la urdimbre para rematar los flecos. «Es un trabajo totalmente manual», explican. Josefina Blas Cordero, una vecina del pueblo, se ocupa de esta tarea desde tiempo inmemorial. Domina la técnica, «me gusta y me entretiene», comenta. Ya no quedan mujeres como ella.
El taller de Santiago Geijo es el único que, a día de hoy, tiene relevo generacional en Val de San Lorenzo, en un momento en que las mantas vuelven a tener demanda. «Hace un par de años hemos notado que la gente ve los edredones no transpira y la lana calienta y absorbe el sudor», explica Noelia.
Las propiedades de la lana merina, como la absorción de la humedad y transpirabilidad, es una ventaja también para los calcetines. «Los peregrinos los llevan porque al no quedar la piel húmeda, no les salen ampollas», añade. «Es una fibra natural y para la piel es una ventaja», puntualiza al mencionar que ahora se usa para ropa deportiva, sobre todo en los países nórdicos.
Las mantas de Val de San Lorenzo tienen salida en diversos puntos de la geografía española. Desde el norte a las islas Canarias, Mallorca o Andalucía. «Se ve que las casas no las tienen muy acondicionadas y cuando bajan las temperaturas necesitan abrigo». Puntualmente, reciben encargos de Escocia, Francia, Alemania. «Es poco, pero hay que gente que viene aquí, nos compra y luego lo ve la familia, lo toca, y luego nos piden». La manta de sofá, que venden en crudo, es otro de los productos demandados. Pero también la manta de cama. Clientes de la capital y de la provincia se desplazan expresamente a recoger sus encargos a través de internet. (https://www.artesaniatextilsantiagogeijo.com/)
También tienen demanda de las «canillas», los tubos en los que se enroscan hilaturas teñidas en una amplia gama de colores. «Las anillas nos las piden para colegios o ayuntamientos, también para gente particular que teje», apunta. «Ahora la gente está muy estresada y hay quien empieza a hacer ganchillo», apunta. .
Los apoyos de las administraciones a la labor artesana que realizan en Val de San Lorenzo no existen. «Te piden que hagas cooperativas, pero eso es un poco complicado porque cada uno compramos el tipo de lana que quiera». La única ayuda que ha recibido en este tiempo fue una subvención para una plancha de calcetines. «No pido que nos den más dinero, sino pagar menos impuestos. No somos una tienda de León ni siquiera de Astorga y creo que no se pueden pagar los mismos impuestos y más siendo una artesanía», apunta Geijo.
El taller nota más dificultades para encontrar manos que hagan los remates a mano de los calcetines o tejan los jerseys. «Desde la pandemia, como que hubieran desaparecido las mujeres. Unas se fueron con los hijos, otras que la mano no le va, otras la cabeza...». La generación de las tejedoras se agota y mantener la labor artesana se hace más difícil. «Cuando esta gente mayor desaparezca se fastidió; la gente joven, ni sabe, ni quiere», señala.