Diario de León

Lazos. DAVID CAMPOS, 2024

Publicado por
Alberto Flecha

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Después de la II Guerra Mundial, una preocupación cundió entre muchos intelectuales de todo occidente. Aún estaban muy vivas las imágenes de los campos de concentración nazis recién liberados que dieron la vuelta al mundo. Unas imágenes que pillaron por sorpresa a gran parte de la opinión pública: los montones de cadáveres esperando a ser quemados en hornos crematorios o los prisioneros, auténticos despojos humanos, que se acercaban tambaleándose a los soldados aliados con la sombra de la muerte en la mirada. Autores como Karl Jaspers se preguntaron cómo tanto horror podía haber sido sostenido por una sociedad entera en su conjunto. ¿Hasta dónde llegaba la responsabilidad? Para perpetrar aquel delito masivo hizo falta la participación no solo de los ideólogos, sino también la del pequeño funcionario que elaboraba nombre a nombre las listas de los presos, inclinado varias horas al día sobre una mesa. También hizo falta la colaboración de los espectadores que, acechados por el consentimiento o por el miedo, miraban para otro lado cuando veían desfilar a los presos hacia los trenes que los llevaban a la muerte.

A veces, situaciones como esta pueden hacer que perdamos la fe en la humanidad. Sin embargo, esta nos da muestras constantemente de que también es capaz de lo mejor. Estos días miles de voluntarios marchan a las zonas afectadas por la DANA de Valencia como un ejército de palas y escobas. La situación de caos ha hecho muy difícil organizar a tanta gente, y esta se agolpa ante los autobuses o marcha directamente en hileras por los arcenes de las carreteras con la única intención de colaborar.

La gente, y de esto nos da muestra constantemente la historia, es capaz de organizarse no solo en momentos difíciles, sino también para sacar la cruda supervivencia del día a día. Así nos lo demuestran las comunidades de aldea, como los concejos leoneses, que gestionaban tradicionalmente la ayuda mutua del día a día. Estos concejos fueron perdiendo parte de su ser con la llegada de los servicios por parte del Estado, que aquí en León no aprovechó estas instituciones para implantarse. Los vecinos perdieron su implicación en la comunidad, llegó el desarraigo y, quién sabe hasta qué punto, no tuvo esto que ver con buena parte del éxodo hacia las ciudades.

En Valencia las instituciones han tenido problemas en un primer momento para gestionar esa enorme ola de solidaridad que ha surgido espontáneamente y que tanto ennoblece al ser humano. Ni siquiera son capaces de gestionar sus obligaciones y se pasan las responsabilidades. Sería deseable una solución porque cuando las instituciones y la iniciativa popular se alejan, llega el desarraigo. En este caso se está produciendo respecto a las propias instituciones. El ser humano es capaz de lo peor y de lo mejor, pero si los que lo dirigen no están a la altura, aquel se va. A veces para no volver.

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