Los refugiados de Villarrodrigo sacan las castañas del fuego
Un magosto popular visibiliza la convivencia con los africanos de El Pozo y su incorporación a la sociedad con 56 personas emancipadas, 27 de ellas contratadas por empresas de León
En África no hay castañas, pero los refugiados de El Pozo aprenden a sacarse las castañas del fuego. Un magosto popular, bajo el signo de la hospitalidad y la convivencia, abrió las puertas al vecindario de Villaquilambre y asociaciones, empresas e instituciones leonesas para que conocieran cómo viven las 180 personas del programa de Protección Internacional de San Juan de Dios acogidas.
El ruido que precedió a la llegada del primer contingente del programa en Villarrodrigo de las Regueras, en el mes de junio, se transformó cuatro meses después en música africana mezclada con los sones leoneses de gaitas y panderetas. El Pozo acoge a 180 personas, tres en cada una de las 60 habitaciones. Cada vez que sale uno, entra otro. Dessde junio de 2024, ha acogido a 236 africanos que empiezan una nueva vida en España tras huir de sus países por las guerras y la pobreza. Un total de 56 se han emancipado y, de éstos, 27 han sido contratados por empresas leonesas.
El Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones renueva mes a mes el convenio con la entidad. Personas que no se conocen entre sí comparten alojamiento y el comienzo de una vida nueva vida. Todos llevan una historia terrible en su mochila. Las castañas, un fruto desconocido para los africanos refugiados en Villarrodrigo, unieron el dolor de la tragedia migratoria con la esperanza de una nueva vida en León.
Mahamadou Lamine llegó a León en junio. El terrorismo yihadista arrasó su aldea en 2019. Mucha gente huyó a la ciudad. En 2021, Mahamadou volvió a su pueblo para dar clase a niños y niñas asumiendo las condiciones de los yihadistas, pero en 2023 arrasaron de nuevo la aldea mientras estaba en un mercado de un pueblo cercano. Su madre le avisó por teléfono y le aconsejó que no volviera.
«No tenía elección: o regresaba a mi pueblo y moría o huía y vivía», afirmó. Huyó a Mauritania, a solo 10 kilómetros de su pueblo, vendió su teléfono y con lo poco que sacó pudo pagarse el viaje hasta la capital viajando en un camión de animales. Trabajó en la construcción y al cabo de dos meses siguió los pasos de la gente que veía dirigirse por la noche hacia el mar. Se subió clandestinamente a una patera con capacidad para 80 personas y en la que viajaron 147. En sus brazos tiene las marcas de los cuchillos que sacaron los que habían pagado el «billete». Sus compatriotas le protegieron a cambio de no comer ni beber. Exhausto llegó a Tenerife. Estuvo medio año en Alcalá. En León le costó tres meses poner palabras al dolor y ganas a la vida. La ayuda de la psicóloga y del personal de San Juan de Dios le han puesto ahora a las puertas de un trabajo. Acaba de hacer una entrevista. «Agradezco a todos los trabajadores de San Juan de Dios y a todos los leoneses que nos ayudan», finalizó emocionado.
Ahmed, otro maliense, confesó que «por la guerra vine a España». «En mi país no puedes vivir como quieres y existe la posibilidad de que mueras, como le pasó a mi padre». «Vine buscando seguridad y espero que el pueblo español nos dé la bienvenida», añadió antes de agradecer a todas las personas que trabajan por ellos.
Los brillantes ojos africanos seguían con fascinación el movimiento del bombo de asar las castañas sobre el fuego. «Están ricas”, aseguraba uno a sus compañeros con la fe de quien sabe que en otoño, en León, son un manjar. Las castañas, que tanta hambre quitaron en las comarcas productoras, son ahora el centro de una fiesta tradicional. Algunos se animaron a ayudar a cargar y descargar el bombo, mientras otros no se atrevían a salir al jardín por el frío. Todos miraban al cielo esperando a la nieve. En sus aldeas no hay castañas, ni tampoco nieva.
San Juan de Dios llegó a León hace 56 con un hospital. Hace 40 se hizo cargo del Hogar Municipal del Transeúnte y desde hace 25 atiende a personas con problemas de salud mental en el CPRS. En 2019 inició el programa de Protección Internacional en pisos, primero, y desde 2022 con el centro de La Fontana cedido por los salesianos. A día de hoy atiende a 118 personas en estos dispositivos además de las de las 180 de Villarrodrigo. Un total de 73 personas trabajan por la integración de los refugiados (35 en Villarrodrigo y 38 en los programas de La Fontana). «La apertura de El Pozo fue compleja. Se crearon muchos miedos por la desinformación. Pero cuatro meses después vemos que no ha pasado, se están integrando y muchos ya saben hablar español», señaló Juan Francisco Seco, gerente de San Juan de Dios.
«La gente no viene por capricho, que lo pasan mal y aunque tendría que ser otra forma, siempre vi bien que fueran acogidos aquí», dijo un vecino de Villaobispo, Santos Martínez. Arsel Ransel, músico y vecino del municipio, decidió dar un paso más. «Me apunté como voluntario como reacción a las manifestaciones contrarias», comentó. Ahora cree que «los mismos vecinos que se oponían han visto que no hay problema, que tienen ganas de trabajar y de aprender». Es uno de los voluntarios que les enseña a moverse por la ciudad. «Ahí vine yo, seis días en el mar», exclamó uno al ver la patera gigante de bambú en el Musac dentro de la exposición de Ai Weiwei. «Estoy encantado», asegura destacando la gratitud que muestran después del peligro que han vivido.
El miedo al extranjero, el temor al negro africano, quedó despejado en la sala del antiguo hotel por testimonios como el de Charo, la presidenta de la Asociación San Antonio de Padua de Armunia, donde se encuentra La Fontana, otro de los centros, junto con los pisos de acogida del programa de Protección Internacional de San Juan de Dios. «Cuando nos lo dijeron, pensamos que era una bomba de relojería porque tenemos otras etnias, pero ha sido todo lo contrario. Ahora hay más vida en el barrio». Conviven 29 nacionalidades. «El barrio se ha enriquecido», señaló el párroco, el salesiano Juanjo Alonso.
Tras el drama, nacen historias los primeros éxitos. Los cucuruchos de papel de periódico traían buenas y sabrosas noticias. Gabriel Landázuri, del grupo Landázuri, dedicado a la construcción, gasolineras y apartamentos turísticos ha contratado a dos personas y otra más entrará en breve en sus empresas. «Vienen con ganas de trabajar y saben bastante bien el idioma», resaltó. Vanesa Santos, de Milsa Trillo y vinculada familiarmente a Villaquilambre, decidió acercarse a San Juan de Dios a raíz de la polémica acogida. «Fuimos la primera empresa que contrató a una persona de El Pozo», apuntó. Carlos Fernández, de Talartos, una empresa de trabajos forestales constató los problemas para encontrar mano de obra y «las ganas y la gran actitud» de los tres chicos que han contratado. El principal obstáculo es el idioma. El Restaurante Valderas ha contratado a dos hombres para la limpieza.
Panadería, marmolería y agricultura son otros de los sectores donde han sido contratados los 27 africanos que se han emancipado del chalé El Pozo con contratos en León. El resto, hasta 56, están fuera de León. Además de clases de español -hay tres profesores- tienen atención psicológica si la precisan y orientación laboral y hacen mucho deporte. Dos juegan con la Cultural.