Cuarenta años sin vacas
A mi sobrino le gustan las vacas. A veces se acerca a las rodillas de sus padres para que le pongan imágenes de vacas en el teléfono. Apunta con su dedo a los animales que desfilan por los vídeos de Youtube y, como apenas sabe hablar, balbucea algunas palabras para describirlas. Se emociona diciendo “cuernos”, “grande”, “negra”. Otras veces, cuando pasea por el campo, también las señala con el dedo y se impresiona. Mira a sus padres y apunta a las vacas. Habla en su lenguaje infantil de unos animales que le fascinan, que se encuentran allí, al otro lado de un cable que lleva electricidad para que las vacas no se escapen, y que él sabe que no puede tocar.
Las vacas que ahora ve mi sobrino viven fuera de los pueblos. Ocupan amplias naves de hormigón y pisan un suelo de cemento. Pastan en prados grandísimos, cerrados de cable y cancilla de hierro. Pero hubo un tiempo en que los animales vivían al pie del lecho y se calentaban con la misma lumbre que sus dueños. A veces tan solo separados por unos metros tal y como puede verse en algunas pallozas que aún quedan en pie en la zona de los Ancares. Primero fueron bestias de tiro, después se dedicaron a la leche. No fue hace tanto que los niños que se acuchaban entre las mantas sentían bajo su cama la presencia de Morfeo con la forma del moverse pesado de las vacas. Estaban allí, bajo las tablas del cuarto. Alguna rompía el pesado silencio con un mugido que acompañaba caliente en medio del frío oscuro de la noche. Las ordeñadoras marcaban el ritmo de muchas faenas del campo.
Se cumplen cuarenta años de las cuotas lácteas que acabaron con un mundo que ahora percibimos como un pasado remoto. En 1984, Europa nadaba en lácteos y la solución fue fijar límites a la producción. Los dueños de las cuadras leonesas, aquellas cortes de vacas de leche, barrieron la paja del suelo, pasaron la manguera y cerraron las puertas. Dijeron adiós a la Margarita y a la Briosa. Se acabó su caminar cadencioso por las calles de los pueblos. Las explotaciones se dedicaron a la carne, se fueron concentrando cada vez en menos manos, las vacas dormían en grandes explotaciones separadas de las casas de la gente. Se acabó entonces con un recurso que mantenía a muchas familias del medio rural leonés. Y todo para que España sea hoy un país que consume más leche de la que produce.
Las vacas siguen ahí, pero las que ve mi sobrino ya no son aquellas que compartían vida y espacios al pie de la lumbre y del hogar. Ahora pastan lejanas al otro lado de las cunetas. Engordan para que su carne salga a lonjas cada vez más alejadas de nosotros. Después de que lo hicieran las personas, ahora son ellas las que se preparan para partir hacia los caminos, a veces lejanos y desconocidos, que impone el paso y rotundo del mercado.